Por su carácter directo, personal, íntimo, las cartas son los documentos más reveladores de la persona y sus relaciones.

Pedro Henríquez Ureña hizo del epistolario su medio más frecuente, amplio y expresivo de comunicación. Para acceder a sus pensamientos y convicciones más íntimas, hay que leer sus cartas.

Aunque fue breve la relación epistolar con el historiador y crítico José de la Riva Agüero (1885-1944), las revelaciones que encontramos tanto en ella como en el diario del peruano son muy importantes. En particular, encontramos una especie de auto de fe del dominicano, por un lado, y más adelante, una importante nota sobre su pensamiento político.

De la Riva Agüero y Henríquez Ureña al momento de conocerse en La Habana en 1914, compartían algunos rasgos comunes. El dominicano era un año mayor, ambos habían publicado su primer libro en 1905, y a los dos les interesaba el tema de la vinculación entre letras e historia. Además, aquellos extranjeros en la capital cubana buscaban la manera de zarpar a una Europa que bien pronto entraría en su Primera Guerra Mundial.

En Carácter de la literatura del Perú independiente, de la Riva Agüero sentaría las bases para un posicionar las letras peruanas de cara a la modernidad del siglo XX. El tema iba en la línea de Henríquez Ureña, de lo que posteriormente éste denominaría “la búsqueda de nuestra expresión”. Curiosamente, ambos libros se convertirían posteriormente en obras básicas de referencia para otro peruano, José Carlos Mariátegui, en su clásica obra Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Mariátegui cuestionaría acerbamente la devoción hispanicista de su compatriota, mientras resaltaría el acercamiento al concepto de tradición del dominicano, en el sentido en que el mismo se distancia críticamente de la noción de imperio español y asume el valor de la conjunción creada entre lo hispánico en lo popular del Nuevo Mundo.

Aquel encuentro habanero generaría con los años una amplia red de intercambios intelectuales. Dos ejemplos bastarían para situar su importancia: en 1916 José Vasconcelos va a Perú con una carta de recomendación de PHU para de la Riva Agüero (https://www.mxfractal.org/RevistaFractal49-OsmarGonzalez.html); en 1920, en Madrid, al peruano y al dominicano se le unen dos mexicanos, Alfonso Reyes y Artemio del Valle Arizpe, en una visita que le hicieron en Salamanca a Miguel de Unamuno (http://repositorio.up.edu.pe/handle/11354/890).

Reproducimos dos textos que arrojan bastante luz sobre el ideario de PHU y su autopercepción: una carta enviada a de la Riva-Agüero en 1915 y una referencia al diario del peruano donde relata la visita a Unamuno. Allí encontramos una valiosa referencia al acercamiento que por entonces tenía Henríquez Ureña en torno a la revolución rusa. Y de paso recordemos que justo en ese año de 1920, y sin firma, había aparecido la traducción que a tres manos -las de Alfonso Reyes, Carlos Pereyra y PHU- se había hecho de El Estado y la Revolución, de V. Lenin.

Carta a José de la Riva-Agüero

Washington, 2 de marzo de 1915

Mi querido amigo:

Al fin recibí noticias de usted. Su carta me llegó hace días, a través de La Habana: mi hermana la recibió, la abrió, recogió la postal de usted —que agradece muchísimo— y advirtiendo, por su otro envío, que la carta traía encargo de orden práctico, arregló lo necesario con nuestros amigos de Cuba Contemporánea. Le suponía a usted muy ocupado en problemas políticos, y su carta me lo confirma. Pero nunca hubiera imaginado que se le iba a presentar el problema literario que le preocupó, —saber cuál era el artículo suyo que iba a publicar El Fígaro sobre literatura peruana. Supongo que, a estas horas, aún no lo averigua usted, porque no le haya llegado el periódico (¡infernal correo de Cuba! Yo dejo de recibir aquí la mitad de la prensa que se me envía). Pero me asombra, porque hemos hablado usted y yo, cenando en el Hotel Pasaje, sobre ese artículo, ¡si es que el que se titula, más o menos, Las influencias en la moderna literatura peruana, que apareció en una híbrida colección cuyo título es algo semejante a Biblioteca internacional de obras famosas! Hablemos del artículo, y de la posibilidad de reproducirlo en El Fígaro, y hasta del retrato de usted que aparece en la Biblioteca, —retrato que no recuerdo si usted mismo o su señora madre declararon de buen parecido, y yo estimé que le hacía suponer demasiado maduro. Sin embargo, es posible que yo imagine demasiado fácil la solución pero que El Fígaro (que no tengo aquí) hable de artículo reciente y prometa, en fin, algo que excluya toda posibilidad de identificación con el artículo de la Biblioteca. De todos modos, el episodio es curioso.

Con relación a sus Paisajes, creo que si tienen gran extensión (como supongo) es preferible enviarlos a Cuba Contemporánea. Sin embargo, como El Fígaro (cuyo director, Catalá, fue quien personalmente nos acompañó en la ocasión del retrato) tiene realmente deseos de publicar colaboración suya, puede usted enviarles algo si le es fácil entresacar una página breve de entre el conjunto. Pero si usted prefiere presentar el conjunto en orden y proporción, envíelo todo a Cuba Contemporánea y destine al Fígaro cualquier otro trabajo suelto. Uno que no haya circulado desde Europa (a través de la Revista de América, por ejemplo), aunque se haya publicado en el Perú, sería del agrado del Fígaro.

Contra lo que usted supone, no he regresado de los Estados Unidos a Cuba. El trastorno general del mundo con motivo de tanta guerra me tiene indeciso respecto de lo que debo hacer, y entretanto acepté un trabajo como corresponsal del Heraldo de Cuba en Washington. Este no es el trabajo que prefiero: mi vocación es universitaria. Pero en Cuba me habría sido necesario esperar mucho tiempo, porque la Universidad se ha propuesto esperar, como creo le informamos a usted en La Habana. Santo Domingo acaba de reorganizar su Universidad, y sí se piensa en llamarme: pero el país está en crisis económica por disminución de comercio con Europa, y se tardará en crear las nuevas cátedras necesarias. México sigue inhabitable.

Mi deber es ir a Santo Domingo. Recuerdo que en La Habana hablamos usted y yo sobre el deber de trabajar por el propio país, y que yo no acabé de explicar mis ideas, mi posición, en este punto, y temí aparecer como un tibio o un negado. En realidad, yo me atribuyo dos limitaciones en mi capacidad de servir a mi país: por una parte, soy un especialista, y no en una rama de la ingeniería o de la agricultura, sino en letras, en ciertas ramas de las letras, y considero que mi especialidad no le es útil a un país pequeño y pobre como el mío; por otra parte, no me agrada la acción política como allá se entiende, implicando la posibilidad de la acción guerrera. Para mí la guerra o la revolución sólo se justifican una vez de cada cien. Mi acción, pues, tendrá que operar con limitaciones; pero estoy dispuesto a prestarla. Creo que, aunque directamente mi enseñanza tendrá que ser literaria y filosófica, fuera de cátedra predicaré la principal necesidad del país: el desarrollo del trabajo, y sobre todo de la agricultura.

Washington es una ciudad medianamente interesante. Muy cerca está Baltimore, adonde he ido a visitar la Universidad de Johns Hopkins y en ella a mi amigo el hispanista Charles Carroll Marden. Hablamos de usted, y lamenta no conocer sus obras. ¿No podría usted enviarle La Historia en el Perú? Estoy seguro de que la obra, y otros trabajos suyos como el Diego Mexia, interesarán mucho a los hispanistas de aquí, que son el grupo más numeroso y distinguido, hoy, fuera de España. Le recomiendo especialmente a J. M. D. Ford, de Harvard; Henry R. Lang, de Yale; Hugo A. Rennert y J. R Wickersham Crawford, de Pennsylvania; John Driscoll Fitz-Gerald y W. R. Shepherd, de Columbia; Milton A. Buchanan, de Toronto (Canadá); Rudolph Schevill, de California; Aurelio M. Espinosa, de Leland Stanford, San Francisco; y E. C. Hills, de Colorado College en Colorado Springs, que acaba de escribir sobre Ollanta. ¿Por qué, además de relacionarse usted con algunos de ellos, o con todos, no procura que se establezcan relaciones más activas y se promuevan intercambios con la Universidad de Lima? La de Santiago de Chile ya lo ha iniciado, y creo que también alguna del Brasil: no sé si como resultado de intercambio está ahora Oliveira-Lima en Harvard enseñando “historia y economía de la América Latina”.

Aquí en Washington he conocido a una señora peruana, Teresa Orbegoso de Prevost, y a su marido; si no me equivoco, tiene ella algún parentesco con usted. Suele venir a visitarlos un adolescente, hijo de don Augusto Leguía, interno en un colegio no muy próximo a Washington. No he tenido ocasión (o más bien, especial empeño) de conocer al Ministro Pezet, personaje que aquí habla en público muy frecuentemente, y a quien la prensa de Washington dedica editoriales con motivo de su partida, pidiendo que se le deje volver al puesto que aquí ocupa. Supongo que estas peticiones llegarán puntualmente al Perú.

Trasmita mis respetuosos saludos a su señora madre y a la señorita su tía, y cuente siempre con su amigo,

Pedro Henríquez, Ureña

José de la Riva-Agüero: Obras completas. Introd. general de Víctor Andrés Belaunde; Vol. 17. Instituto Riva Agüero. Lima: Pontificia Univ. Católica del Perú, 2000. pp. 36-38.

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Apéndice

Acompañamos esta selección del epistolario de PHU con de la Riva-Agüero con un fragmento del ensayo de César Pacheco Vélez: “Unamuno y Riva-Agüero: un diálogo desconocido. Apuntes”. Revista De Ciencias Sociales. Universidad del Pacífico, 1977,7, pp. 130-131.

Pero antes de eso, en la primavera de 1920, hace Riva-Agüero un segundo viaje de Madrid a Salamanca, en compañía de Pedro Henríquez Ureña, para visitar a Unamuno. Allí se encuentran con los mexicanos Alfonso Reyes y Artemio del Valle Arizpe. Todos ellos, Reyes sobre todo, han publicado testimonios literarios y gráficos de esta visita. El de Riva-Agüero, en cambio, es hasta ahora inédito. Se trata de las páginas que escribe en su Diario, como notas de viaje que se inician el 29 de abril de 1920. Preferimos transcribirlas casi íntegramente, a pesar de su extensión, por el valor testimonial, y aun literario, que ellas encierran:

“A las 9 de la mañana salida de Madrid con Henríquez Ureña, que en todo el camino del Guadarrama me expone sus teorías bolchevistas… Me explica algo de la situación de Santo Domingo.

Mis teorías antidemagógicas lo irritan, sin ver que son réplica a las suyas, tan fuera de lugar conmigo y en tan clásicos paisajes.

Llegamos a almorzar a Segovia. Acueducto. De paso, el patio románico de S. Martín. En el almuerzo me hace extraordinarias alabanzas de Menéndez Pidal… Me confiesa su ignorancia absoluta del catolicismo litúrgico y sentimental. ¿Cómo puede interesarle así el arte español?

De paso, el Alcázar que domina la quebrada frondosa; la Iglesia de los Templarios, tan arcaica.

En la llanura inmensa y luminosa, Peñaranda de Bracamonte. Luego árboles y el Tormes, el puente y las torres de Salamanca.

En Salamanca me encuentro con los mejicanos Alfonso Reyes y Valle Arizpe y los invito a la excursión. Aunque radicales de ideas, a lo menos en apariencia, quizá por necesidad política, su fondo entusiasta, su apego a la tradición castellana, armonizan conmigo mucho más. Es innegable nuestra íntima hermandad con los criollos de Méjico, mucho más (¿q?) con los sudamericanos.

A Unamuno me lo encuentro frente a la Catedral, saliendo de sus clases de la Universidad. Ya no lo rodean los catedráticos como cuando era Rector. También algo agriado y de concejal socialista. Pretende estar quejoso del Rey y que éste le ha contestado indirectamente sus reproches… Sabe bastante de América para la que es usual en España. Habla mucho con estribillos peninsulares, como cosas tremendas, vamos, y otros con que todos rellenan aquí los huecos de la facundia.

Vamos a la Flecha-Aceña y casa de labor que hoy son del Duque de Aveiro. Subimos al huerto y la fontana y vemos dorarse Salamanca. Nos recita sus versos y un argumento de novela que está escribiendo, algo trivial. De regreso con Unamuno, al Colegio del Arzobispo en cuyas áreas arcadas [ilegible] pájaros. Hierba entre las losas del patio. Iglesia obscura. No puedo apreciar el retablo de Berruguete. La espaciosidad y altura de esta capilla me recuerda San Juan de los Reyes de Toledo. En esta época de los Reyes Católicos y de Carlos V todo se agrandó y creció para el espíritu español. La tierra se dilató y el aire [ilegible] pareció subir y ensancharse. Es una necedad recriminar la decadencia siguiente. Lo bueno mucho cuesta; y bien valió cansarse por haber disfruta-do esta plenitud deliciosa de sentimiento y acción. Por eso no sigo la tendencia de mis amigos, de los que algunos…, antiguos germanófilos, hoy insultan y befan la grandeza caída de la nación que en el siglo XIX emuló a la muestra en el XVI.

Amo y admiro a Francia (la suerte del Perú, que anhelo copia suya en América, me impide toda hostilidad hacia nuestra maestra preferida); pero no puedo ver en cualquiera insignificancia, como ellos, el toque divino, incomparable, de la nación elegida, única. Son estos los frutos de la victoria. La derrota todo lo quita, y antes que nada el crédito intelectual, que es lo más efímero y antojadizo. Hay que conseguir el triunfo material cueste lo que cueste, sin él los esfuerzos artísticos y científicos de un pueblo se desconocen desvergonzadamente. Unamuno con todo no es un cortesano de los vencedores: ya vuelve a atacar a los franceses, aunque sin fundamento en los casos particulares de asuntos literarios que alega. Ama a los italianos; pero mucho más a los portugueses y latinoamericanos, pueblos en delicuescencia; contradicción íntima de este fuerte vasco; arbitrariedad mental.

Visita a las dos catedrales salmantinas; me impresionan menos que el 14. Decididamente el churriguerismo me trae recuerdos patrios, (falta de disciplina mental en el medio contemporáneo y en mi vida de los últimos meses de turista semiarqueólogo; además, la indulgencia general y las corrientes literarias de hoy me arrastran sin querer a mirarlo con simpatía. Todo es hoy exuberante por afán de originalidad y lozanía). (Estas reflexiones me vienen al admirar muy de veras el claustro del Seminario o Clerecía salmantina). Necesito la cura del Escorial, la fría y clara proporción de Herrera, que suscite mis atavismos de montañés disciplinado, sobrio y clásico.

Nos vamos a Béjar, en que no vemos nada notable.

Luego, el paisaje extremeño, de castañares y pinares entre sierras roquizas; piarías de cerdos, pastos, rebaños trashumantes, manchas moradas y doradas del cantueso y la retama primaverales…

Pacheco Vélez, César: “Unamuno y Riva-Agüero: un diálogo desconocido. Apuntes”. Revista De Ciencias Sociales. Universidad del Pacífico, 1977,7, pp. 130-131.