El artículo publicado por la Revista Civiltà Cattolica es importante por resaltar importantes consecuencias negativas de la alianza entre evangélicos fundamentalistas y católicos integristas en los Estados Unidos. Más bien, mi crítica se enfoca en lo que NO se dice y en tomar citas del papa Francisco como si representaran evidencias reales. Todavía Francisco no ha dado los pasos para poner en práctica lo que dice sobre separación de religión y política.
A toda persona latinoamericana tuvo que sorprenderle las citas de Francisco defendiendo la separación de Iglesia y Estado. Si defiende el estado laico, ¿por qué continúan vigentes los Concordatos que otorgan todo tipo de privilegios a su Iglesia? ¿Por qué continúan las injerencias de los obispos locales cambiando constituciones y/o bloqueando cambios en los códigos penales que buscan descriminalizar el aborto en por lo menos tres causales? ¿Por qué continúa el desangre de las arcas públicas para financiar sus colegios católicos y universidades privadas? ¿A cambio de qué los gobiernos corruptos les construyen catedrales, residencias, oficinas, seminarios, y todo lo que se le antoje a los purpurados; como fue el caso de un puente subterráneo para el Cardenal? ¿Para que financiar un Vicariato Militar que en República Dominicana solo ha servido para instigar un golpe de Estado y promover una invasión extranjera?
El artículo se enfoca en los Estados Unidos y en las consecuencias “de odio” de la política anti-migratoria y catastrófica por la negación del cambio climático, lo cual no negamos. Pero es selectivo. No critica todas las medidas de Donald Trump para derrumbar la muralla que en los Estados Unidos constitucionalmente separan al Estado de las Religiones.
Entre las nuevas políticas de Estado, fruto del ascenso de la derecha cristiana al poder, se pretende derrumbar a Roe vs. Wade aumentando las restricciones a los centros de salud que pueden practicar aborto y reducir el presupuesto a Planned Parenthood. En la política exterior ya se ha prohibido exportar anticonceptivos. Además, ya se ha quitado el impedimento que no permitía a Iglesias ni ONG la exoneración de impuestos y participar en política.
A continuación divido la respuesta a este artículo en dos partes: (1) La alianza no es sorprendente; y (2) no solo el fundamentalismo evangélico necesita explicación, el integrismo católico continúa aún con más vigencia en la América Latina que en los Estados Unidos.
Primero, la alianza no ha sorprendido al pueblo estadounidense. El 2004, un artículo de Laurie Goodstein en el New York Times explicó los orígenes de esta alianza que pone en peligro la democracia estadounidense y la separación de las Iglesias y el Estado protegida en los Estados Unidos por la Primera enmienda a su Constitución.. Goldstain argumentó que nadie en 1960 hubiese podido imaginar que esta forma de dominación religiosa (la religión imponiendo sus dogmas al estado) surgiese en el Occidente desde el mismo cristianismo.
El Integralismo católico se opone al principio de la laicidad, que no encuentra ningún modelo ético en las doctrinas eclesiales, y si en la historia de lucha de los pueblos por alcanzar la libertad y la justicia social.
En 1960 fue electo el primer y único presidente católico de los Estados Unidos. En esa ocasión, líderes protestantes evangélicos alertaron a sus feligreses que elegir a John F. Kennedy era equivalente a entregar la Oficina Oval al Anticristo. La revista Christianity Today, del Rev. Billy Graham, declaró en su editorial que “el Vaticano hace todo lo que está en su poder para controlar los gobiernos de las naciones”. En el 2004, cuarenta y cuatro años más tarde, la reportera afirma que “evangélicos y católicos conservadores han creado una alianza que está reconstruyendo la política y la cultura americana”.
El cambio político se hizo notable en el 2004, debido a la candidatura a la presidencia por el Partido Demócrata del senador católico John Kerry. Los evangélicos le hicieron coro a los obispos que se pronunciaron diciendo que le negarían la comunión a políticos como el senador Kerry que favorecía el derecho al aborto. Esta vez, en el editorial de junio, Christianity Today afirmaba que es “ciertamente apropiado” que los obispos esperen que un presidente católico se someta a la autoridad del Vaticano.
Segundo, paradójicamente o debido a que los autores consideran que el integrismo católico es harto conocido, solo lo mencionan, pero no lo definen ni lo explican. Contrariamente, dedican casi todo el espacio a explicar las características históricas, políticas y teológicas del fundamentalismo evangélico. Debemos preguntarnos, ¿en qué consiste el integrismo católico?
Su origen lo encontramos en la reacción de la Iglesia Católica Romana ante el “cambio paradigmático” desencadenado en Europa por la primera Revolución Científica de los siglos XVI y XVII. Para describir este evento, el historiador de las ciencias Thomas Samuel Kuhn (1922-1996), publicó el libro The Structure of Scientific Revolutions (La estructura de las revoluciones científicas), que define esta revolución como un “cambio paradigmático”. La Enciclopedia Británica reconoce el libro de Kuhn como “uno de los estudios del siglo XX que más ha influenciado la historia y la filosofía”. Además, reconoce que el concepto de cambio paradigmático se ha extendido a diferentes disciplinas, enumerando la ciencia política, economía, sociología y administración de empresas.
En la Europa Occidental y en las colonias inglesas de Norteamérica, el cambio de visión del mundo irrumpió en el ámbito social y político, creando un movimiento de intelectuales cuyas ideas llegaron al pueblo llano durante el llamado “Siglo de las Luces” o la “Ilustración” (Enlightment). El movimiento buscó integrar los métodos de la ciencia a todas las áreas de conocimiento, extendiéndose y aportando las ideas revolucionarias de conformación de Estados democráticos de derecho legitimados por el poder del pueblo. Las ideas revolucionarias de la Ilustración acompañaron a la independencia de las Trece Colonias inglesas del nordeste americano (1776) y a la Revolución francesa (1789); las cuales establecieron los primeros estados laicos del planeta.
En Francia, el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, en 1799, cambió el rumbo laicista y constitucional de la Revolución, con la firma en 1801 de un concordato con la Iglesia católica que duraría más de un siglo, hasta ser derogado el 11 de diciembre de 1905. La anulación del concordato hizo posible la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado.
El impacto de la revolución copernicana-newtoniana fue devastador para la cristiandad medieval. Durante 18 siglos, la cosmología geocéntrica de Aristóteles, modificada por Tolomeo en el segundo siglo de la era común, prevaleció sin desafíos. En el siglo XIII, santo Tomás de Aquino (1225-1274) conjugó la filosofía aristotélica con los principios cristianos de san Agustín de Hipona (354-430), construyendo así el fundamento de la filosofía escolástica que sustentó la cristiandad posterior al siglo XIII.
La Iglesia Católica Romana, reaccionó desde el inicio de la revolución científica condenando a los científicos y prohibiendo sus libros. El primero sentenciado a la hoguera fue su propio clérigo, Giordano Bruno (1548-1600). Su pecado fue razonar que el universo podía estar poblado por millares de astros y defenderlo públicamente. En febrero de 1616, 16 años más tarde, la Iglesia colocó el De Revolutionibus de Copérnico en el Index librorum prohibitorum; donde permaneció hasta el año 1822. En junio de 1616, Galileo Galilei (1564-1642), considerado por Einstein como el primer físico moderno, fue condenado por la Inquisición romana a arresto domiciliario, donde permaneció hasta su muerte por defender la teoría heliocéntrica.
Fueron estos acontecimientos los que hicieron avanzar el modernismo, el liberalismo y todo el proceso de secularización a que el llamado integrismo católico respondió de forma defensiva. Esta reacción ha sido conceptualizada por diferentes estudiosos de las ciencias sociales.
Desde el punto de vista de la Iglesia, el sacerdote Alfredo Sáenz, SJ., escribió un libro sobre la Cristiandad, término que también describe al catolicismo integrista. En el siglo XX, Sáenz define la Cristiandad como el régimen que busca conformar los pueblos “de acuerdo a las leyes del Evangelio de que es depositaria la Iglesia. O, en otras palabras cuando las naciones, en su vida interna y en sus mutuas relaciones, se conforman con la doctrina del Evangelio, enseñada por el Magisterio, en la economía, la política, la moral, el arte, la legislación, tendremos un concierto de pueblos cristianos, o sea una Cristiandad”.
El reconocido autor francés Emile Poulat, ha escrito varios volúmenes sobre la la relación Iglesia –Estado en Francia. Poulat argumenta que el integralismo católico deriva su nombre no solo por su preocupación de preservar la integridad de las tradiciones del catolicismo, pero además de la convicción que el Catolicismo provee la única base satisfactoria para el ordenamiento de la sociedad. Para el integrismo católico la religión no es únicamente un asunto privado, porque determina además los valores éticos de toda conducta social y el estado está en la obligación de defender los intereses de la Iglesia.
El Integralismo católico se opone al principio de la laicidad, que no encuentra ningún modelo ético en las doctrinas eclesiales, y si en la historia de lucha de los pueblos por alcanzar la libertad y la justicia social. El filósofo español Vicenç Molina, en su artículo “Laicismo es Libertad”, publicado en la revista en línea Mientras Tanto, recoge la esencia del laicismo, que va mucho más lejos que una simple neutralidad del Estado ante las religiones:
La laicidad –el laicismo– es, pues, el nervio, el sustrato y el vehículo mediante el cual los individuos pueden asumir la libertad que les capacita para elegir sus propios caminos hacia la felicidad. Y es la clave de bóveda de una sociedad que garantice ese derecho, que otorgue igualdad de oportunidades para su ejercicio, que facilite la conversión de los derechos en capacidades para la acción. La laicidad, así, no debe ser entendida tan sólo como garantía de la no injerencia de ninguna cosmovisión particular en el espacio público o en las conciencias ajenas, sino también como la garantía de la ausencia de dominación, es decir, como uno de los ejes vertebradores de la justicia social. (25 de abril, 2012, párrafo 5)
Ante estas palabras, le pregunto a los/as lectores, ¿Es el papa Francisco un defensor de la separación de Iglesia y Estado? Vamos a solicitarle que anule el Concordato