El autor de esta columna semanal se ha declarado, en más de una ocasión,  un diletante del tema de la planificación urbana. Nos gusta, nos apasiona y nos gratifica abordar varios de los aspectos relacionados a la cuestión metropolitana y como tal nos gusta opinar sobre ellos. Nos creemos, pero con el debido nivel de modestia, con derecho adquirido para  enfocar algunos puntos de urbanismo desde la perspectiva del arquitecto de edificación dedicado al ejercicio y al cumplimiento de la normativa que nos corresponde en la ciudad donde vivimos y trabajamos. Tanto es nuestro interés en el urbanismo como vehículo para hacer la arquitectura que queremos y que nos interesa como entes sociales y potenciales agentes de cambio, que cuando tenemos la oportunidad, metemos la cuchara en la sopa de los urbanistas, e incluso nos hacemos invitar a sus conferencias, seminarios y hasta como docentes en alguna maestría antillana, y todo esto para contar nuestra parte de la historia, la que reivindica que un arquitecto de edificación, necesariamente también debe estar metiendo la cuchara en el urbanismo…por la suerte que nos trae…¡Ay Vitruvio!

Nos gustaría contar con una práctica profesional cotidiana, más habitual,  en Santo Domingo, nuestra ciudad de origen, pero el destino nos ha llevado a desarrollar nuestro día a día allende los mares. Y desde esta posición nos creemos, todavía si cabe, con más derecho a pensar urbanísticamente en nuestra querida metrópoli caribeña, de amigable sol todo el año y humedad relativa de más del 90 %; de una clase media cada vez más consolidada, que reclama una ciudad a la altura (esto de la altura nunca mejor dicho) de sus necesidades contemporáneas.

Recordamos aquellos tempranos años 80, en los que el tránsito de avenidas como la Rómulo Betancourt/Prolongación Bolívar o la Luperón era casi testimonial. También recordamos cuando hablar de la Charles de Gaulle, en el hoy Santo Domingo Este,  era hablar del fin del mundo, un mundo plano como nos predicaría Tales de Mileto, donde todo terminaba en el puente Juan Carlos en términos urbanos.

Hoy la horizontalidad colonizada del Gran Santo Domingo, con sus municipios, ha abierto los cielos a los edificios en altura buscando un aumento de densidad necesario y a priori positivo.  Y al utilizar el término a priori, tememos un poco incurrir en el error de señalar que sobre el aumento de esa densidad en  las ciudades,  no contamos con otras experiencias como modelo. Y el caso es que sí contamos con esas experiencias como modelo. Toda Europa, incluso la más próxima a nosotros, España,  – como dominicanos e hispánicos transoceánicos-  nos sirve de ejemplo.  Densificar las ciudades no solo es bueno en términos  sociales, económicos y culturales, es bueno también en términos de sostenibilidad ambiental…pero como para todo en la vida, aquí también hay un “pero”.

El aumento de la densidad en las ciudades es sostenible desde el punto de vista “acercar” los servicios al ciudadano. Esa densificación es buena si la persona puede desplazarse a su trabajo reduciendo sus emisiones y también si puede ir a comprar el pan o la leche caminando hasta el super sin consumir una cantidad ingente de recursos.

El asunto está en no olvidar el  “pero” o los “peros” referidos antes; o al menos no olvidarnos de algunos. Veamos: no se vale aumentar densidad si no se estudia y resuelve el impacto sobre las infraestructuras existentes antes de la densificación y  su comportamiento después. Por donde circulaban 4 vehículos ¿ahora podrán circular 40? ¿ Las redes de urbanas de saneamiento originales darán abasto para 200 viviendas, cuando fueron diseñadas para 20? ¿Los linderos, retranqueos y aceras permitirán una convivencia adecuada? ¿La vida del barrio mejorará con el aumento de la densidad? El porcentaje de espacios libres y zonas verdes, así como de equipamientos ¿también se planificarán con el aumento de las densidades?

Podríamos seguir con muchas más preguntas; cuestionamientos que no vienen de otro ánimo que no sea constructivo. Algo nos tranquiliza, y esperamos tener razón en esa tranquilidad. Conocemos de la capacidad y compromiso de quienes tienen en sus manos el planteamiento técnico del marco normativo, por lo menos en la Primada de América; también conocemos de muy buenos proyectistas, los mejores,  que con sus edificios cubriendo el suelo urbano de Santo Domingo, quieren asumir el compromiso de una mejor ciudad.  Esperamos que esa tranquilidad sea justificada y animamos a los unos y a los otros a construir la ciudad que sabemos que es la mejor.

Epílogo

El aumento de la densidad de la ciudad no es el único asunto a tratar en el ordenamiento urbano para la ciudad que queremos (en incluso para el Gran Santo Domingo); es urgente enfocar la normativa urbanística futura hacia una integración de las renovables en la trama del edificio.