Distinguido señor Guerrero:
Leo con frecuencia sus artículos, que considero muy buenos. Usted es de los pocos articulistas criollos que resisten la tentación de escribir exclusivamente artículos sobre la actualidad, que tienen, en consecuencia, un efímero interés. Pocos tienen su capacidad de estructurar con rigor la expresión escrita de sus ideas. En este sentido, considero que, más que artículos, publica usted ensayos. Lo felicito por ello.
La lectura de su artículo “Los censores en las redes” me ha dejado, sin embargo, muy insatisfecho. No en cuanto a la forma, sino en cuanto al fondo. Comparto con usted y con mis lectores las razones de tal insatisfacción.
Dice usted que la ignorancia, la mediocridad, la intolerancia, la soberbia, el radicalismo y la irracionalidad caracterizan las redes sociales. Seguramente no le falta razón. Pero incurre usted en el mismo error que dice refutar. En efecto, se arroga usted el derecho de juzgar a quienes acusan precisamente de juzgar. De descalificar con ataques personales a quienes acusa de hacer lo mismo. Basarse en mensajes de 230 caracteres para calificar a desconocidos de “ignorantes” y de “mediocres” me parece una deducción muy apresurada ¿Ha considerado usted que en lugar de ignorancia los mueva la ira?¿O la frustración?¿O el desamparo?
Imagino que ha basado su artículo en su propia experiencia. A fin de hacerme una idea de los fundamentos de su opinión, me he permitido mirar algunas de sus interacciones en esta red social. Le confieso que he sufrido una decepción, porque el mayor reproche que se le hace, el que está usted parcializado, me parece absolutamente fundamentado. Poco importa que la forma en que se le reproche sea de mal gusto: el mal gusto es desagradable, pero no es un delito. Solo citaré dos ejemplos. Acusa usted al PRM de utilizar bots y de que sus dirigentes carecen de formación política. Tiene usted razón. Pero de su curioso silencio sobre el PLD puede inferirse que el PLD no utiliza bots y que sus dirigentes no carecen de formación política. Y en esto no tiene usted razón ninguna. Su parcialidad es decepcionante. Los términos nacen para describir realidades y el término “pencobot” no es una excepción. Por otro lado, los Círculos de Estudio desaparecieron desde que el PLD asumió el poder. Para muestra basta un Camacho.
No creo que sus posiciones sean fruto ni de la ignorancia ni de la mediocridad. Sí creo que podrían indicar intolerancia, soberbia y radicalismo. Pero el único juez legítimo de esto lo es usted.
Las redes sociales no son otra cosa que un reflejo de nuestra realidad. Y nuestra realidad es que la política se ejerce en un estado de pasión que, según dice Rousseau, despoja a la democracia de toda su eficacia como sistema político. Y posiciones tan incompletas como la suya contribuyen, al margen de la mesura con la que las manifiesta, a esta lamentable realidad. Las conductas que usted denuncia – y a las que, como hemos visto, se entrega usted también, como la mayoría de los dominicanos – no dañan, como dice usted, la convivencia democrática: son producidas por una convivencia democrática dañada. En otras palabras, son consecuencias, no causas.
Habla usted de censura pero, curiosamente, no he encontrado su posición respecto a la censura de verdad: a la que imponen los gobiernos a los ciudadanos y a la prensa. Fíjese que hablo de los gobiernos, en plural. Incluyo a todos los que hemos tenido. Pero creo innegable que de todos los que hemos tenido, los que más han censurado son los del PLD. En estos últimos años hemos visto todo tipo de censuras. La que se logra mediante la presión a los dueños de canal. La autocensura, que se logra a través del miedo que se impone a periodistas, a autores, a librerías. Y la que se logra a través del soborno, quizás la más peligrosa de todas. Salvo error de mi parte, el término “bocina” se acuñó durante las administraciones moradas.
La prensa dominicana ha dejado de ser un contrapeso del poder ejecutivo. La prensa dominicana ha pasado de ser el cuarto poder a estar subyugada por el poder de los cuartos. Los que hoy hacen las veces de Zola, de Woodward, de Bernstein son vejados, perseguidos, desacreditados, acosados ¿Cuál es su posición al respecto?
No le niego el derecho que tenemos todos los ciudadanos de tener preferencias políticas. Como periodista, la situación es diferente. Decía Piero Gliejeses, en relación con la Guerra de Abril que, como historiador, él no tenía que ser imparcial. Que como historiador, nada le obligaba a equiparar a golpistas y constitucionalistas, a abstenerse de realizar juicios morales. Pero de tomar partido a manipular los hechos, a negar la verdad, a practicar la propaganda, la frontera es clara y no debe cruzarse. Pienso en Gregorio García Castro quien, a pesar de ser reformista, fue tan crítico con Balaguer que lo pagó con su vida. Felizmente, ahora los gobiernos solo “matan” – como morrocota mató a papeleta – el alma de muchos periodistas, convirtiéndolos en zombis morales.
Hablando de Marco Porcio Catón, qué bueno sería tener un censor digno de tal nombre en nuestro país. Seguramente sabe usted que la función de los censores modernos era solo una de las de los censores romanos, y estaba lejos de ser la más importante. Catón no era, en efecto, la versión romana de doña Zaida viuda Lovatón. El censor era el cargo más importante de la república. Tanto, que ni siquiera los cónsules – es decir, el poder ejecutivo – podían escapar a o apelar sus decisiones. Tanto, que era el responsable de los censos (de ahí su nombre). Tanto, que controlaba el manejo del fruto de los impuestos. Tanto, que dirigía las licitaciones y la construcción y el mantenimiento de las obras públicas. Qué bueno sería tener un poder que evitara que nuestros presidentes despilfarraran nuestros impuestos y sobrevaluaran nuestras carreteras y nuestras plantas eléctricas.
Agregaré que Catón se equivocó al pensar que el pensamiento helenístico causaría la decadencia romana. La decadencia romana fue consecuencia de la bonanza de que disfrutaron las clases altas – incluyendo la clase política – gracias a la confiscación de botines, tierras y esclavos, obtenidas con la destrucción de Cartago, destrucción que reclamaba al final de sus discursos. Veámonos en ese espejo. No son los libros los que destruyen sociedades, sino las riquezas fáciles. No es a los periodistas que hay que perseguir, sino a los que se hacen de plata rápida y deshonestamente.
Catón odiaba a los Escipiones, por ser estos moderados e incluso admiradores de la cultura helenista. Ironías de la vida, fueron ellos, y no Catón, los que salvaron a Roma. Y de haber prevalecido el trato justo a los cartagineses que pretendían, quizás la decadencia de Roma hubiese sido más gradual. Veámonos en este espejo: los radicalismos no llevan a nada bueno.
La salvación de nuestra sociedad no dependerá de un simple cambio de gobierno, sino de una población educada cívicamente, que ejerza la política desde la razón y no desde la pasión. Una población que no caiga – como usted, discúlpeme que se lo diga – en maniqueísmos simplistas ni interpretaciones sesgadas e incompletas de nuestra realidad.
Nuestra mayor desgracia es que la lealtad a los partidos es mayor que la lealtad a la Nación. Me parece usted un hombre inteligente. Si utiliza su inteligencia y la privilegiada posición de la que goza como periodista para otra cosa que no sea fortalecer la lealtad a la Nación, se hará un magro favor y le hará un magro favor a nuestra sociedad.
Le invito a usted, así como invito a los dirigentes peledeístas y perremeístas que tanto lo necesitan, a descargar – gratuitamente – y a leer las obras de La Boétie, de Simone Weil, de Thoreau y otras obras políticas que iré poniendo en mi sitio web a disposición de los dominicanos interesados en el progreso cívico de nuestra nación. Es un simple grano de arena de un dominicano al que ni la distancia ni el tiempo hacen que olvide a su tierra.
Ruego disculpe el haberme extendido más de lo que hubiese querido. Le envío un cordial saludo.