Este concepto de autocuidado es relativamente nuevo en los discursos feministas, sobre todo en las reivindicaciones de las agrupaciones de mujeres defensoras de derechos humanos. En mi caso no fue sino bastante tiempo después de involucrarme en estos movimientos que lo escuché por primera vez.

Audre Lorde (poeta y activista feminista norteamericana) planteaba que vivimos bajo sistemas de poder pensados estratégicamente para dominar ciertos grupos, convirtiendo a sus miembros en seres infelices y sin equilibrio emocional alguno. Las mujeres, por ejemplo, priorizamos desde niñas las labores de cuidado por encima de cualquier otra actividad o interés, incluso hasta en el juego, sin nadie enseñarnos a cuidarnos a nosotras mismas, a valorarnos y aceptarnos en nuestra diversidad. De ahí que para nosotras reivindicar ese derecho a la felicidad es en sí el más radical de los actos políticos en la actualidad porque rompe con el esquema sacrificial impuesto por el patriarcado (Jessica Horn, AIR).

Tal cual se cuestionan desde la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras, ¿cómo vamos a trascender otros territorios si no habitamos de forma consciente nuestro cuerpo?

El caso de las defensoras de derechos merece una atención especial. En un contexto en el que la ley es muda respecto de la vulnerabilidad particular de las y los defensores, pero en el que tampoco se garantizan efectivamente los derechos en general, hablar de políticas de autocuidado pudiera parecer un absurdo. Sin embargo, el sentido de solidaridad desde y hacia el colectivo es mucho lo que puede aportar y por eso debe rescatarse. Reconocer que no tenemos porqué ser mártires, que no es nuestra obligación redimir al mundo, que también podemos disfrutar en igual medida de los placeres que nos satisfagan sin sentir culpas, por medio de un proceso que involucre la introspección y a su vez la mirada y el apoyo de las demás.

Abandonar la auto-exigencia de sacrificio cuesta porque es demasiado lo que se nos exige en los distintos ámbitos: una abnegación absoluta como madres, al punto de que la propia vida pasa a un tercer plano, igual como esposas y/o parejas, la incorporación al mercado laboral pero sin descuido de la economía doméstica y de lo que de ella se desprende, una apariencia física acorde con ciertos estereotipos de “belleza”, poniendo en riesgo la salud, el tapar y callar las distintas violencias que se nos ejercen, más un largo etcétera; las que defienden derechos además cargan con el estigma de ser consideradas mujeres irresponsables, licenciosas, cuando no frustradas, y con el alto costo emocional.

Tal cual se cuestionan desde la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras, ¿cómo vamos a trascender otros territorios si no habitamos de forma consciente nuestro cuerpo? A lo que agrego: ¿Cómo va a ser eso acaso posible si no reconocemos y atendemos primero nuestras necesidades de afecto, ocio, placer, crecimiento, reflexión? Tareas de (de)construcción que son diarias y que están pendientes.

[A: mis amigas defensoras de aquí y de allá]