La Paz de Westfalia puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa. En 1648, los acuerdos de Münster y Osnabrück, comúnmente conocidos como la Paz de Westfalia, pusieron término a dicha contienda. Para la mayoría de los autores, dichos acuerdos marcaron un quiebre en la historia de las relaciones internacionales de ese período, pues dieron origen al Sistema Westfaliano: un Modelo de Orden en el cual el Estado-Nación fue el actor dominante y cuya esencia se mantuvo vigente hasta la Primera Guerra Mundial. Resulta relevante el hecho de que en estas negociaciones no participó ningún monarca, fueron llevadas a cabo por los cuerpos diplomáticos de cada Estado.
En cuanto a las consecuencias más importantes de estos acuerdos, podemos mencionar las siguientes: 1) En materia religiosa, esta Paz dejó claro que Europa ya no era exclusivamente católica; la Europa protestante existía y era fundamental otorgarle su espacio. Esto llevó a que, por primera vez, se reconociera la igualdad jurídica de las tres grandes iglesias cristianas: católicos, luteranos y calvinistas. De hecho, uno de los actores más perjudicados por Westfalia fue el papado, que dejó de ejercer un poder temporal significativo en la política del continente. En otras palabras, a partir de aquí, se inició un proceso de secularización de la política europea por el cual, la resolución de los conflictos se llevó a cabo mediante acuerdos multilaterales, fundados en los principios de soberanía, igualdad y equilibrio entre las potencias. Como sostiene John Elliot, al cosmopolitismo medieval, le siguió la fragmentación de los Estados nación modernos, lo cual dio origen a un nuevo orden internacional: el Sistema Westfaliano; 2) La religión dejó de ser esgrimida como casus belli, aunque es necesario destacar que, a pesar de las disposiciones que intentaban nivelar la convivencia religiosa, la intransigencia obligó, en la práctica, a establecer el principio denominado: cuius regius, eius religio. Por dicho precepto, las poblaciones que no adoptaran la fe de su gobernante, debían abandonar el Estado. Esta fue una de las razones que estimuló vigorosamente las migraciones hacia otras regiones del mundo; específicamente, hacia América del Norte; 3) Desde el punto de vista político, la finalización de esta contienda debilitó la cosmovisión de la universitas christiana sostenida por el Sacro Imperio y abrió la mentalidad hacia las ideas francesas que exaltaban la razón de Estado como justificación de la actuación internacional. De hecho, el Estado empezó a desempeñar el rol que antes habían ejercido otras instituciones internacionales y a ejercer su potestad como máxima autoridad en materia de relaciones internacionales. En la práctica, esto hizo que los Estados dejaran de estar sujetos a normas morales externas a ellos mismos; cada uno tenía derecho a desplegar las acciones que asegurasen su engrandecimiento. En otras palabras, desde Westfalia, empezaron a imperar de facto tres principios básicos: soberanía territorial, no injerencia en asuntos internos y trato igualitario entre los Estados. Con respecto a este último punto, hay que señalar que, en realidad, las cosas no se ajustaron exactamente al espíritu de la letra, pues hubo muchas diferencias en el tratamiento que recibieron los débiles y los fuertes; sin embargo, la idea de constituir un sistema de pares, se había establecido; 4) Desde el punto de vista territorial, estos tratados introdujeron importantes modificaciones en el mapa europeo. En principio, para los grandes vencedores, Suecia y Francia, que incrementaron sus dominios, pero también para los vencidos. Westfalia selló el declive del Sacro Imperio que, no sólo perdió territorios en favor de las mencionadas potencias, sino que debió aceptar la independencia de las provincias de la Confederación Suiza.
La derrota de los Habsburgo, significó el fin de la política centralizada del Imperio; que además, debió implementar una serie de cambios en su estructura y en su organización política y religiosa. Uno de ellos fue que debió otorgarles a los Estados germánicos su derecho a entablar relaciones diplomáticas, a firmar acuerdos y a establecer alianzas. Esto redundó en que, desde ese momento, el emperador se convirtió en un primus inter pares que, si bien conducía la Dieta Imperial, estaba fuertemente limitado por el poder de sus “electores”. De hecho, desde entonces, el Imperio se convirtió en una confederación laxa de unidades independientes que procuraban resolver sus controversias sin recurrir a la guerra.
En cuanto a su importancia en las relaciones internacionales, estos acuerdos fueron innovadores en la medida en que establecieron las vías adecuadas para zanjar una serie de conflictos políticos y hegemónicos de una forma novedosa e integral. En este sentido, varios internacionalistas coinciden en afirmar que Westfalia fue testigo del primer intento de coordinación de la política internacional en la Europa moderna. En otras palabras, allí quedó demostrado que una imposición arbitraria de los vencedores sobre los vencidos, no era el camino adecuado para alcanzar acuerdos estables y duraderos; por el contrario, para lograrlo, era necesario consensuar los términos y las condiciones entre las grandes potencias. Esto vino a quedar confirmado más de un cuarto de siglo después, al terminar la Primera Guerra Mundial, donde en lugar del consenso operó la imposición, lo que dejó las puertas abiertas para el más grande enfrentamiento bélico jamás conocido en la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial. Como afirma Elliot, Westfalia supuso importantes modificaciones en las bases del Derecho Internacional; modificaciones que, aún de forma primitiva, apuntaban a lograr un equilibrio entre los actores a fin de impedir que los más fuertes se impusieran arbitrariamente sobre los más débiles.