SI HAY UN DIOS, seguramente tiene sentido del humor. La carrera de Simón Peres, quien está a punto de terminar su mandato como Presidente de Israel, es una prueba clara.
Aquí tenemos a un político de toda la vida, que nunca ha ganado una elección. Aquí está el mundialmente famoso Hombre de Paz, que ha iniciado varias guerras y nunca ha hecho nada por la paz. Esta es la figura política más popular en Israel, que durante la mayor parte de su vida fue odiado y despreciado.
Una vez, hace varias décadas, escribí un artículo sobre él con el título de “El señor Sísifo”.
Sísifo, como se recordará, fue condenado por toda la eternidad a rodar una pesada roca hasta la cima de una colina, y cada vez que se acercaba a su objetivo, la piedra resbalaba de sus manos y rodaba hasta abajo nuevamente.
Esa ha sido la historia de la vida de Peres ‒hasta ahora. Dios, o quien sea, obviamente, ha tomado una decisión: ya es suficiente.
TODO EMPEZÓ cuando era un niño en una pequeña ciudad polaca. Muchas veces se quejó a su madre de que los demás alumnos de la escuela (judía) le golpeaban sin razón. Su hermano menor, Gigi, tenía que defenderlo.
Llegó a Palestina en 1934, un año después que yo, siendo un niño de once años (cinco semanas más que yo). Su padre lo envió a la escuela agrícola de Ben Shemen, una aldea infantil que era un centro de adoctrinamiento sionista. Allí el polaco Persky se convirtió en el Peres hebreo y se unió a la Noar Oved (“Juventud Trabajadora”), la principal organización juvenil del partido gobernante, Mapai. Como era habitual entonces, fue enviado a un kibutz.
Ahí es donde comenzó su carrera política. Mapai se escindió, y lo mismo hizo su movimiento juvenil. Los jóvenes y activos se unieron en la “Facción 2”, la sección de izquierda. Peres, por entonces un instructor, fue uno de los pocos que sabiamente se quedó con Mapai, y por lo tanto, atrajo la atención de los líderes del partido.
La recompensa llegó pronto. Estalló la guerra de 1948. Todo el mundo en nuestro grupo de la misma edad se apresuró a unirse a las fuerzas de combate en lo que parecía ser, literalmente, una lucha a vida o muerte. Peres fue enviado al extranjero por Ben-Gurión para comprar armas. Una tarea importante, sin duda, pero que podría haber sido ejecutada por una persona de 70 años de edad.
El hecho de que Peres no sirvió en el ejército en ese momento fatídico no cayó en el olvido y le valió el desprecio de nuestra generación durante décadas.
Lo conocí por primera vez cuando teníamos 30; ya él era el Director General del Ministerio de Defensa y el favorito de Ben-Gurión, y yo era el editor en jefe de una revista popular de la oposición. No fue un caso de amor a primera vista.
En su posición de poder, el joven Peres era un belicista decidido. Durante los primeros años de la década del 50, su ministerio ordenó una cadena interminable de “acciones de represalia”, cuyo objetivo era mantener al país en pie de guerra. Los refugiados árabes que regresaban por la noche a sus aldeas fueron asesinados, los judíos eran asesinados a cambio, y las unidades no oficiales del ejército cruzaban las líneas de armisticio con Cisjordania y la Franja de Gaza para matar a civiles y soldados a la vez.
Cuando el ambiente ya estaba propicio, Ben Gurión y Peres comenzaron la guerra de Suez de 1956. El pueblo argelino se alzó contra sus amos coloniales franceses. Sin posibilidad de admitir que se enfrentaban a una auténtica guerra de liberación, los franceses culparon al joven líder egipcio, Gamal Abd-al-Nasser. En connivencia con otra potencia colonial en declive, Gran Bretaña, los franceses conspiraron con Israel para atacar a Nasser. Eso terminó en un desastre, pero Peres y jefe del Estado Mayor, Moshe Dayan, fueron acogidos en Israel como héroes, como los hombres del futuro.
Los franceses mostraron su gratitud. Por sus servicios, Peres recibió el reactor atómico militar de Dimona. Peres todavía se jacta de ser el padre del armamento nuclear de Israel.
SU CARRERA se dirigía con toda claridad hacia la cima. Ben-Gurión lo nombró ministro, y estaba destinado a convertirse en el ministro de Defensa, el segundo cargo más poderoso de Israel, cuando ocurrió el desastre. El quejumbroso “Viejo” se peleó con su partido y fue expulsado. Después le tocó a Peres. La roca rodó cuesta abajo, hasta el fondo.
Ben-Gurión insistió en fundar un nuevo partido, y arrastró consigo a un Peres poco dispuesto. Con una energía infatigable, Peres “aró” el país, fue de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, y el partido “Rafi” cobró forma. Sin embargo, con toda su variedad de celebridades, solo ganó diez escaños en el Knéset. (El partido de la paz que yo fundé al mismo tiempo obtuvo una séptima parte de esos votos.)
Como miembro de un pequeño partido de oposición, Peres estaba vegetando. El futuro parecía oscuro, cuando Nasser llegó al rescate. Envió a su ejército al Sinaí, la fiebre de la guerra llegó a un terreno de juego frenético, y el público decidió que el sucesor de Ben-Gurión, Levy Eshkol, debía renunciar a su cargo de ministro de Defensa. Se mencionaron varios nombres. En el tope de la lista estaba Peres.
Durante seis años gloriosos, Dayan fue el capitán de la “Nave de los Locos”, hasta el desastre de la guerra del Yom Kippur. Él y Golda Meir fueron retirados de la mesa y el país necesitó un nuevo Primer Ministro. Peres era el candidato obvio. Pero en el último momento, prácticamente de la nada, apareció Yitzhak Rabin y llevó el premio. Peres tuvo que satisfacerse con el Ministerio de Defensa.
Pero no lo hizo. Durante los tres años siguientes, dedicó días y noches a un esfuerzo incesante para socavar a Rabin. La lucha se hizo famosa, y Rabin inventó un título que se le pegó a Peres durante muchos años: el “intrigante infatigable”.
Sin embargo, el esfuerzo dio sus frutos. Cerca del final de su mandato, Rabin enfrentó un escándalo: parecía que después de dejar su cargo como embajador en EE.UU., había dejado abierta una cuenta bancaria en Washington DC, contrariamente a la ley israelí. Dimitió en medio de la campaña electoral de 1977, y Peres asumió el cargo. Por fin, el camino estaba abierto.
Y entonces ocurrió lo increíble. Después de 44 años consecutivos en el poder, antes y después de la fundación de Israel, el Partido Laborista perdió las elecciones. Menahem Begin llegó al poder. La responsabilidad recayó en el líder del partido, Simón Peres. Nadie culpó a Rabin.
EN VÍSPERAS de la guerra del Líbano de 1982, Peres y Rabin fueron a ver al primer ministro Begin y lo instaron a atacar. Esto no impidió que Peres, dos meses después, apareciera como el principal orador en la manifestación de protesta gigante después de la masacre de Sabra y Chatila.
Menahen abdicó y Yitzhak Shamir ocupó su lugar. En la siguiente elección, Peres, al menos, consiguió unas tablas. Shamir se convirtió en primer ministro de nuevo por dos años, para ser seguido por Peres. Durante sus dos años como primer ministro, no hizo nada por la paz. Su acción principal era convencer al presidente Chaim Herzog para que amnistiara al jefe del Servicio de Seguridad y a un grupo de sus hombres que admitieron haber asesinado con sus propias manos a dos prisioneros árabes jóvenes que habían secuestrado un autobús.
En 1992, fue de nuevo Rabin quien lideró a su partido al poder. Nombró a Peres en la Cancillería, presumiblemente, porque no allí le podía hacer daño. Sin embargo, las cosas tomaron otro rumbo.
Yasser Arafat, con quien había estado en contacto desde 1974 y con quien me encontré en la asediada Beirut en 1982, decidió hacer la paz con Israel. Detrás de las cortinas, el contacto se estableció en Oslo. El resultado fue el histórico acuerdo de Oslo.
Entre Peres, su ayudante Yossi Beilin y Rabin empezó un concurso por el crédito. Peres trató de apropiarse de todo. Beilin se resistió airadamente. Pero fue, por supuesto, Rabin quien tomó la fatídica decisión y pagó por ello.
Primero fue la batalla por el Nobel. El comité de Oslo decidió, por supuesto, otorgárselo a Arafat y Rabin (como lo había hecho antes a Sadat y Begin). Peres exigió furiosamente una cuota, y movilizó a la mitad del mundo político. Pero si Peres lo conseguía, ¿por qué no Mahmoud Abbas, quien había firmado junto con él, y que había trabajado durante años por la paz palestino-israelí?
No había nada que hacer. El premio solo puede ir a manos de tres personas, como máximo. Peres lo consiguió, pero Abbas no.
EL ACUERDO de Oslo abrió un nuevo camino para Israel. Peres comenzó a hablar (sin fin) sobre el Nuevo Medio Oriente, y lo adoptó como su marca personal. Él y Rabin habían arreglado las cosas entre ellos. Y entonces llegó el desastre, de nuevo.
Unos minutos después de estar parado junto a Peres cantando una canción de paz, en una multitudinaria manifestación en Tel Aviv, Rabin fue asesinado. El propio Peres había pasado junto al asesino con la pistola amartillada, que no habría de halagarlo con una bala.
Ese fue el punto dramático culminante de Peres, y de Israel. Todo el país hervía de ira. Si Peres, el único sucesor, hubiera proclamado elecciones inmediatas, habría ganado abrumadoramente. El futuro de Israel habría sido diferente.
Pero Peres no quería ganar como heredero de Rabin. Él deseaba ganar por sus propios méritos. Así que pospuso las elecciones, comenzó una nueva guerra en el Líbano que terminó en desastre, provocó otra campaña de terror mortal al ordenar el asesinato de un líder de Hamas, y perdió las elecciones.
En una variante de la ley de Murphy: “Si una elección se puede perder, Peres, la perderá. Si una elección no se puede perder, Peres la perderá de todas maneras”.
En una ocasión memorable, Peres se dirigió a una reunión del partido y en voz alta hizo una pregunta retórica: “¿Soy un perdedor?”. El público en pleno rugió en respuesta: “¡Sí!”
ESO DEBERÍA haber sido el final de los problemas de Sísifo. Nuevas personas se hicieron cargo del Partido Laborista. Peres fue dejado a un lado. O al menos, eso parecía.
Ariel Sharon, el líder de la extrema derecha del Likud, llegó al poder. En todo el mundo se le consideraba un criminal de guerra, autor de varias atrocidades, culpado por una comisión israelí como “indirectamente responsable” de la masacre de Sabra y Chatila, el hombre detrás del fatídico proyecto de los asentamientos. Necesitaba a alguien que lo hiciera aceptable. ¿Y quién lo hizo? Simón Peres, el internacionalmente reconocido hombre de paz. Más tarde, hizo lo mismo con Netanyahu.
Pero su roca rodó cuesta abajo por última vez. El Knéset tenía que elegir a un Presidente de Israel. Peres era el candidato obvio, con la oposición únicamente de un don nadie político, Moshe Katzav. Sin embargo, sucedió lo imposible: Peres perdió, a pesar de que se había sometido a una operación que cambió la expresión avergonzada de toda su vida por algo más agradable.
Incluso la gente a quien no le gustaba Peres, coincidió en que esto era demasiado. Katzav fue acusado de violación y enviado a prisión. Peres finalmente, finalmente, ganó una elección.
DESDE ENTONCES, la tragedia se ha convertido en una farsa. El hombre que había sido objeto de abusos durante toda su vida de repente se convirtió en la persona más popular en Israel. Como presidente, podía hablar todos los días, liberando un sinfín de puras banalidades. El público simplemente lo aceptó.
En todo el mundo, Peres se convirtió en uno de los Grandes Viejos, uno de los Ancianos Sabios, el Hombre de la Paz, el símbolo de todo lo que está muy bien y es bueno en Israel.
Su sucesor ya ha sido elegido. Una persona muy agradable de la muy extrema derecha.
Dentro de unas pocas semanas, Peres, finalmente, renunciará.
¿Finalmente? ¡Pero si solo tiene 90 años!