La política como actividad dirigida a obtener el gobierno y distribuir los puestos políticos entre los aspirantes a desempeñarlos, se caracteriza por ser una labor en cierto modo ingrata. Obvio, no es fácil unir voluntades, recursos, logística, trabajos sectoriales, comunicación, etc., hacer una campaña-casi siempre de cuatro años sin vacaciones-, y perder las elecciones. Pero tampoco es un camino de rosas ganarlas y acceder al gobierno.
Siempre ha habido, en todas las generaciones, políticos, en el sentido puro y pragmático del término. Es decir, personas (no importa su género), que al ingresar a un partido o al acercarse a un candidato, lo hacen teniendo como objetivo claro que ellos están allí en búsqueda de una recompensa material: ejercer el poder al nivel más alto que sea posible.
Escucho a quienes afirman que la política ahora no es como antes. Seguro que no. Tenemos ahora la necesidad de dar un uso inteligente de los medios audiovisuales, de la informática, de las redes sociales, al lado de todo lo tradicional en las campañas electorales. Muchas cosas han cambiado, pero siempre queda algo permanente, inmutable a pesar de las apariencias.
Hay quienes participan en política o colaboran, aparentemente, por buena voluntad, deportivamente, o por “cuestiones ideológicas”. Y quienes dejan claro, desde el principio, que ellos están allí para dar, sí, pero para obtener algo a cambio. Cuando se pensaba que la política era una “lucha de ideas” esa actitud podría verse como disfuncional, propia de oportunistas, mercaderes. Hoy esto se ha generalizado.
Creo recordar que el político dominicano al cual le escuché referirse sin tapujos a la política como un medio de mejorar la vida, los ingresos, el estatus personal, de quien hace política, fue –si la memoria no me falla-, Peña Gómez. Inclusive en “Tribuna Demócratica” daba nombres de personas que provenían de estratos muy bajos, económicamente hablando y que gracias a la política, ya usaban trajes, tenían carros, un sueldo adecuado mensual, y podían vivir en casas mejores y de manera más confortable. La moraleja era clara: para esto sirve hacer política. Peña fue el primer político con una concepción “a la americana” de hacer política en RD, en la etapa postrujillo.
Tontos éramos los que veíamos la política, como decían Maritain, Mounier etc., como la búsqueda del bien común. No porque en ello hubiera algo errado –que no lo hay-, sino porque se difuminaba de la política el factor de búsqueda y lucha por el poder personal, por el acceso a los puestos y por la contienda para obtenerlos. Algo de lo que la Iglesia tenía ejemplos notables para ilustrarnos, y muy bien, pero no lo hacía.
Lo cual no quería decir que entre los dirigentes y militantes, de quienes así pensaban, no existieran quienes tuvieran claro ya el uso pragmático individual de la política para lograr el bien común, con un sí condicional: siempre que sea yo quien administre desde las cimas del Estado el poder para lograrlo. Y esa es la diferencia esencial entre lo que yo llamo el “amateurismo” político biempensante, y la actitud del denominado “animal político” (da igual cual ideología profese).
El animal político sabe moverse entre los cortesanos, limpia sacos, aduladores, financiadores y la cohorte de asesores, secretarios, correveidiles, personas para mandados y un largo etc. Y sobre todo, saben dejar sentado que están allí para mandar, para gobernar y para ocupar puestos de relevancia. El candidato y su equipo tienen que tener claro ese mensaje. Ningún animal político deja en nebulosa lo que quiere.
Un hombre tan inteligente y capacitado técnicamente (entre los primeros de la lista de la ENA, Inspector de Hacienda, brillante “sabelotodo”), Michel Rocard, fundador del Partido Socialista Unificado, que fue de la izquierda radical pero modernizante a integrarse al PSF de Mitterrand. Siempre fue percibido como un futuro Primer Ministro e incluso como Presidente de Francia. A nadie se le hubiera ocurrido ofrecerle un puesto menor. En su etapa de esplendor no lo hubiera admitido. Luego el zorro político Mitterrand lo hizo su primer ministro. Rocard pensó que era su camino al Elíseo. Terminó sus días como eurodiputado en Bruselas.
Los animales políticos –como ejemplo, Peña Gómez- deben su valor político a sus cualidades personales, excelsas-en su caso- en inteligencia política, en el estilo de oratoria que gusta en un determinado país –yo prefiero el estilo de Juan Bosch, al de Peña y Balaguer, pero me emocioné cuando escuché en directo-yo estaba allí- a Balaguer en la Cumbre de Presidentes Iberoamericanos en Madrid en 1992, en un ¡discurso memorable!-, y en saber hacer “juegos de poder”, en los que o gana o empata, predominantemente.
Supongo que cada día que pasa los que aspiran a “algo” deben estar viviendo un calvario, a cada Tweet que publica el Presidente Electo designando a un alto cargo, debe suceder una cascada de llamadas y contra llamadas, para ver si ha habido cambios en los “selectos” del círculo más cercano al poder. Interpretaciones de miradas, si los saludos son intensivos, fríos o protocolarios. Todo gesto se interpreta, todo crea, pavor, alegrías o temores abismales. Miedo al qué pasará.
Lo más terrible de hacer política tan poco institucionalizada en territorio “comanche”, es que todo se convierte en improvisación. Resulta que un grupo de personas tienen décadas luchando diariamente por “su partido”, ven de pronto que llega un “Ángel” –es un decir- y se posa en las cimas y se gana el favor del candidato. Y encima tienen que aguantar que se les tilde de que son pre-modernos o anticuados.
Estas “antiguallas” que han luchado 50, 40, 30, 25, 15 años, verán como unos recién llegados, “jovencitos” de 45 a 60 años los pondrán en un museo político-administrativo como figuras decorativas. Esa es la parte de tragedia de la lucha política. Es lo que nunca entenderán los que no han sido formados- o han olvidado- que la política es una modalidad de la lucha de clases, que es una lucha por el poder del Estado.
Y esa lucha por el control del Estado significa -dejémonos de trivialidades- que los que mueven los hilos políticos no pueden poner el Estado, con lo que significa como punto nodal de miles de millones para negocios de todo tipo, en manos de políticos “amateurs” ni de “veteranos” con principios y ética política. Se requiere otro tipo de personas, ¿cuáles?, gente “de los nuestros” (los suyos, se entiende). Para cubrir esos puestos claves cada grupo de poder o económico tiene sus ungidos o “tapados”.
Por ello, ruego encarecidamente que mis coetáneos, especialmente, los que han superado hasta ahora el flagelo del Covid-19, sean fuertes y no caigan ahora víctimas de las consecuencias sorpresivas de los nombramientos, que parten de la base de aplicar una vieja ley de la política: “No siempre los que me han sido útiles para subir… Son los que me servirán para gobernar”.