“Particularmente en política, en nuestro medio ha existido una lacra que ha 

desarrollado sus habilidades en la misma proporción que sus ambiciones, 

y en concordancia con la descomposición, el agrietamiento que existe en nuestro país. 

Esa tacha, esa afrenta del accionar político es el tránsfuga.”

Ramón Antonio Veras (El Caribe, 19-03-2016)

 

Al abordar la falta de democracia en sentido institucional, político y, por supuesto, también cultural asombra los poquísimos comentarios que ha merecido el fenómeno del transfuguismo. Haría falta recordar ciertos detalles introductorios para poder sacar conclusiones que expliquen la ausencia del transfuguismo de los análisis. Veamos.

En general, los tratados de Ciencia Política cuando se refieren al transfuguismo lo definen como el cambio de partido o ideología por razones de conveniencia o por una recompensa. Y, en general, eso puede ser bien aceptado, pero en esta media isla se han dado movimientos que escapan a la sin duda correcta generalización de la ciencia política.

La primera originalidad se expresa en aquellos proyectos políticos personales que primero notifican el cargo que quieren y por el que estarían dispuestos a hacer casi todo y luego empiezan a buscar el partido que les convendría para alcanzar esos propósitos. Asunto sencillo pues como sabemos los partidos se han envilecido hasta tal punto de que ya no reclutan militantes. Se han dedicado a juramentar dos tipos de tránsfugas: los que buscan una candidatura y los que buscan un empleo.

A medida que se acercaba la campaña electoral, se hizo evidente la necesidad de conceptualizar para la comprensión de algunos fenómenos sociales, pero esto lamentablemente no ocurrió. Recuerdo, por ejemplo, la Marcha Verde. Los tránsfugas que buscaban candidaturas hicieron un trabajo de joyería: intentaron o, mejor, insinuaron el futuro de la Marcha como un nuevo referente político, mientras otros gozaban de los grandes acuerdos conseguidos con la movilización social: no a la corrupción y fin a la impunidad. Lo que estaba fuera de discusión era que había demasiados motivos distintos ocultos tras el movilizador acuerdo. Unos estaban contra la corrupción porque esta encarece las inversiones extranjeras, otros estaban por el fin de la impunidad porque las causas propias están prescritas, etc. Dejaron en evidencia su actuación cuando aparecieron siendo parte de una caravana con una característica única: querían ser candidatos y no tenían partido.  

El tema merece ser trabajado con mayor profundidad, pero digamos por el momento que sobran ejemplos de candidatos que antes han sido derrotados con otra militancia o viceversa. El mismo interés debería generar el caso de ex candidatos hoy dedicados a la comunicación social cuyas expresiones son absolutamente contrarias a las que defendieron cuando lidiaban electoralmente. Una versión absolutamente atrevida del llamado “bocina” al que con frecuencia denuncian.

Otro “vector” es la división o la salida de grupos significativos de un partido por motivaciones muy parecidas a las que mencionamos anteriormente: tienen elegido el cargo que aspiran ocupar. 

El 6 de octubre se realizaron las elecciones primarias. Recordemos que los candidatos eran 9 (5 del PLD y 4 del PRM). Previo a este suceso electoral ya la Junta Central Electoral (JCE) había impedido que otros partidos participaran de dicho evento, algo único como tantas cosas únicas de las elecciones dominicanas. La JCE también puede reclamar la propiedad intelectual, política y moral de la aparición en la boleta electoral de las elecciones del 5 de julio de candidatos que fueron derrotados en las elecciones primarias.

Dirán que hubo fraude y yo me pregunto ¿cuándo un fraude ha sido razón suficiente para evitar que se reconozca como válido el resultado dado una vez concluida la faena electoral? Si los estudiosos quieren casos para ejemplificar, ahí están las internas del PLD en 1999 y las elecciones del Comité Central del PLD del 2005, ambos hechos ocurridos bajo la presidencia de Leonel Fernández y de su liderazgo seguro. También pueden revisar la elección de Vargas Maldonado como candidato presidencial del PRD en el 2008 o la discutida primaria interna reformista de ese mismo año que concluyó con la repartición de puercos.

En las primarias de octubre de 2019 de los nueve candidatos, solo ¡¡Uno!! cuestionó los resultados. Y no se conoce públicamente hasta hoy algún recurso o resolución que signifique un desconocimiento legal de los resultados.  Para que se vea la salud de nuestra democracia el denunciante acusó a su propio partido de haber fraguado el fraude y todos ignoraron que al momento de los hechos el candidato denunciante era el presidente de ese partido denunciado. Y ahora parece haberse quedado fuera del circuito de los análisis que ese mismo presidente de un partido es el candidato de otro. Así no se construye democracia.

Hasta ahí dos versiones sobre las que habremos de volver más de una vez junto con la tercera y conocida de los “tránsfugas de la sociedad civil”, a quienes resulta más difícil identificar. En los casos de los transfuguismos partidarios descritos sabemos el cargo tras el que andan, de las crisis partidarias conocemos del desenlace, pero para conocer las aspiraciones de estos últimos personajes tenemos que esperar su juramentación, pues que se sepa, hasta minutos antes nunca se han financiado con fondos de gobiernos amigos, ni han tenido compromiso alguno con partidos políticos y mucho menos negocios con el Estado al que están llamados a purificar. 

¿Qué sentido tiene esta reflexión y por qué hacerla?

Pues porque podemos afirmar que estas prácticas, por demás animadas por los altos dirigentes políticos, son un hecho que lastima profundamente las posibilidades de la democracia. Los partidos deben ser el lugar de la acción colectiva, de la experiencia política comunitaria, del estudio. Es de esperar que desde esas instituciones políticas se propongan a personas conocidas y probadas por su honestidad y su lealtad a los principios que deben motorizar a la organización, pero si algo sabemos con certeza es que el transfuguismo impide este desenlace natural de la política.

Como hay que hablar de hechos, hagan el ejercicio de interrogar a las fotos de las vallas de propaganda de los candidatos presidenciales desde cuándo militan en el partido que los ha inscrito como candidatos.  Se van a sorprender: el militante más antiguo es Gonzalo Castillo y le sigue luego Guillermo Moreno. En los demás coinciden el tiempo de militancia con sus candidaturas. 

La representación política democrática también se afecta por “esa afrenta del accionar político”, pues con todo la ciudadanía sigue asociando y distinguiendo a los partidos por algunas ideas o por algunas prácticas y todavía no se ven bien los nuevos militantes que aparecen como candidatos sin méritos partidarios. Es casi una afrenta que haya tantas vallas con militancias que coinciden con el momento de su inscripción como candidato. Unos buscando valla y otros… también. Y eso que aún queda como tarea analizar esto desde el punto de vista de la relación perversa entre el dinero y la política.

Pero, finalmente, el problema principal que provoca el transfuguismo es la forma en que afecta al sistema de partidos.  Especialmente en tiempos de crisis como la que estamos viviendo, tiene un  efecto muy adverso sobre uno de sus componentes más importanteses, la forma en que se relacionan unos con otros los partidos. Más que la búsqueda del bien común y hasta del cómo nos salvamos juntos giran a cuenta del dicho popular “no hay peor astilla que la del mismo palo”. Resulta impresentable la radicalidad de la condena de prácticas de los otros cuando hasta hace unos meses o unos pocos, muy pocos años esas prácticas ahora criticadas eran las prácticas propias. En unas reflexiones anteriores adelantábamos que esto iría generando un ambiente tenso y malsano que veríamos amplificado en la discusión que se ha venido dando sobre la extensión del estado de emergencia y que con seguridad será protagonista molestoso y dañino del nuevo parlamento, que amenaza con legislar mucho menos y cobrar mucho más cuentas pasadas y presentes. La gobernabilidad estará aún más seriamente amenazada en un país sin remesas ni turistas.

La pandemia no es un recurso político, es un desafío sanitario, económico, social y hasta moral y a cualquiera que tenga responsabilidad le haría bien conocer la experiencia portuguesa por lo clara y didáctica. Eso, claro, asumiendo que para este tipo de política hacen falta militancias más largas.

Cito a Rui Río, líder conservador de la oposición al Partido Socialista en Portugal, que ante la crisis retiró del debate político la idea de disminuir impuestos y expresó: «Señor primer ministro, cuente con nuestra colaboración. Todo lo que nosotros podamos, ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte». Aquí los debates serán como los de España, como los de Vox, y estaremos atentos a cómo se cumplen las órdenes de partido, tan útiles a veces.

Y para terminar, una cita algo más clásica todavía que la de Ramón Antonio Veras con la que iniciamos, Lope de Vega:

“¿En qué consiste haber hombres tan viles,

que quien ayer con Héctor fue troyano

hoy pueda ser tan griego con Achiles?”