Cuando Sir Alex comenzaba su carrera en el Manchester United yo apenas tenía un año de vida. Todavía el fútbol no se había adherido a mí como la Vicia Sativa a otra planta. No fue sino hasta los años 90 que comencé a practicar y vivir los manantiales de emociones que provoca este deporte.
Lamentablemente, en mi país natal en esos años no teníamos acceso a las ligas europeas ni latinoamericanas; sólo pasaban por la televisión las competiciones internacionales: el Mundial, la Eurocopa y la Copa América.
Al emigrar a República Dominicana en el año 1998 conocí el fútbol de clubes, y para sorpresa mía, también al Manchester United y a Sir Alex Ferguson. Sorpresa, digo, porque jamás imaginé que en el fútbol, un club ‒totalmente ajeno a mi cultura o procedencia‒ lograra influenciar tanto mi pasión por el juego. Incluso, porque el único inglés que conocía era un amigo de mi padre que no era exactamente muy amante del fútbol. La música, tal vez, algo tuvo que ver; desde pequeño me dormía entre el brazo izquierdo y el torso de mi padre escuchando la música que tenía en “cassettes”, a los Beatles, por ejemplo. Pero si por ellos fuera, entonces hubiera seguido al Liverpool y no al United.
Lo cierto es que desarrollé un interés en el 98 por el ManU, seguí sus partidos ese año, y me impresionaron de buena manera los de la fase de grupo de la Liga de Campeones. ¡Que partidos! Dos encuentros con el Barcelona ‒el de Rivaldo, Figo, Kluivert, Guardiola, Luis Enrique, Sergi y Phillip Cocu‒, que fueron “de infarto”. Ambos partidos 3-3 en Old Trafford y Nou Camp, con una chilena de Rivaldo y un golazo de Dwight Yorke y Andy Cole (se los doy a los dos porque aunque Cole la empujó hasta las mallas, fue una joya creada por ambos VER). Tal vez esos dos partidos y la semifinal contra la “Vieja Señora” captaron la pasión y fanatismo que guardaba desde pequeño y que antes derrochaba en Roberto Baggio y en la selección italiana del 94. Era un pirata de poca edad en esos tiempos.
La final contra el Bayern Munich, esa que todo fanático vio y jamás olvidará, terminó por enamorarme del club. Un equipo que nunca se rinde, que batalla hasta lo último, que hacía de todo: defender, atacar, aguantar, jugar por abajo, por arriba, en corto, de primera, con pases largos, en fin, un todo terreno. Ese es el sello que puso Sir Alex desde el principio y que yo alcancé a detectar. No pude nunca más dejar de ver un partido de liga, copa o “champions” del United después de ese año. Y durante todos los siguientes, una montaña rusa de gloria premió el trabajo de un gran entrenador.
No olvidaré jamás la primera camiseta que compré, ni la que me regaló la novia del momento un año después. El patrocinador era Vodafone, y en un accidente lamentable con una plancha, que, junto al berrinche y furor del momento, pasó a los recuerdos. Tampoco olvidaré las palabras de consuelo de Ferguson a los jugadores y fanáticos luego de cada eliminación. Siempre al final de esos partidos buscaba sus declaraciones ‒como el hijo triste y lloroso que busca el regazo de su padre y madre‒. Y mucho menos las cervezas con los amigos a las tres de la tarde todos los martes y miércoles de “Champions League”. Ni las discusiones con fanáticos y amigos sin otro sentido más que el de sacar la frustración de una derrota dolorosa.
Al final, aprendí que el fanático discutirá siempre, y que el seguidor aprenderá a no discutir siempre. Yo tengo un poco de los dos. Y es que tanto el fútbol como Ferguson y el United me han enseñado cosas sin siquiera notarlo. Ahora recuento y comprendo todo lo que he vivido en los 26 años de Sir Alex y el Manchester United, y durante los 14-15 míos y del United con Sir Alex.
El tiempo es un agente del cambio, a corto y largo plazo. A veces vemos muy lejos el mañana, y de repente amanece y nos toma el sol todavía envuelto en sábanas. Creemos que no alcanzaremos un destino inalterable, y entonces es el propio destino quien nos alcanza.
Lo cierto es que el retiro de Ferguson tiene tanto que ver con la vida del Manchester United, como la mía. Durante ya casi 15 años he sido partícipe de momentos exquisitos del club y los he hecho míos. Celebré las victorias, sufrí las derrotas y experimenté tantas vivencias junto amigos en las buenas y en las malas; disintiendo, reprochando, u armonizando, asintiendo y concordando. La partida de Sir Alex marca una nueva etapa del mejor club de Inglaterra y cierra también una en mi vida.
Muchos no entienden, ni entenderán jamás lo que yo siento; es difícil e imposible cuando no han vivido lo que vivo. Algunos dirán que parte de este texto se pierde en el sentimentalismo de alguien que ni siquiera es inglés. Pero al final, iluso e ignorante es quien todavía cree en las fronteras: puesto que los sentimientos, gustos o pensamientos no las tienen, ni las necesitan.