Los sinónimos son palabras que aunque se escriben diferente tienen el mismo significado.

Podemos ilustrar con varios ejemplos:  Aumentar–agrandar.  Absolución-indulto. Fallecer-morir. Famoso-célebre. Fiel-leal y miles, es más, millones. ¡No! Yo no conozco la cifra para determinar cuántos.

Nuestro idioma es tan rico y está lleno de sinónimos a los que podemos apelar cuando estamos exponiendo una idea y nos “trancamos”, no nos salen las palabras, pero ahí tenemos esa maravillosa palanca.

Yo no sé mucho de leyes ni sus aprobaciones. Leo, busco, trato de interpretar, primeras lecturas, segundas lecturas, viajes y papeleos de aquí para allá y de allá para acá. Van de los diputados a los senadores, vuelven de los senadores a los diputados, luego al presidente, pero ahí no termina todo. Vuelve a los mismos caminos recorridos, aunque a partir de ahí, no sé, ni entiendo nada.

En las Cámaras siempre aparecen individuos con geniales ideas, quieren pasar a la posteridad por haber plasmado sus deseos y que éstos hayan sido tomados en cuenta.

Muchos de estos sentimientos, pues no es más que eso, son motivos de risa. Por ejemplo, hay un diputado que quiso hacerse notar con una idea muy ingeniosa, me parece que desistió, no he escuchado hablar más de eso. Desea no estar a la sombra de su padre, pero sí quiere ser vergüenza de sus abuelos, dos hombres sumamente inteligentes y destacados en sus roles. Uno laureado poeta y otro presidente de la República. Dizque cambiar el nombre de Eugenio María de Hostos al parque que lleva su nombre anexando otro nombre, (que investigue quién fue), por el de Jack Veneno, (a quien admiré mucho e incluso fui allegada a su familia)  ¡Ay dio mío, aquí si se oyen cosas!

Pero no todos son gallolocos. Algunos tienen buenas intenciones, pero sus ideas no prenden. Por ejemplo, quieren legislar sobre las empresas privadas, entre ellas los colegios.

A alguien se le ocurrió que los colegios no debían cobrar re-inscripción, no sé en que paró eso. Lo que sí no contaron con que los dueños son más inteligentes que ellos. Antes era un dolor de cabeza a la hora de inscribir a los niños, ya no, pues se pagaba re-inscripción, pero encontraron el sinónimo que sustituye ese concepto, ahora es  “la cuota para reservar cupo”. No solo se paga esa cuota, sino que hay que pagar el mes completo de agosto cuando los niños asisten apenas una semana. También el mes de diciembre completo siendo la asistencia  de unas dos semanas. El mes de julio sin asistir, también hay que pagarlo ¡Qué pechuses!

El 25 de septiembre del 1996 escribí un artículo en el periódico Listín Diario “Tormenta y tormento en los hogares”; en él plasmaba el dolor de cabeza para los padres y lo que significaba un inicio del año escolar. Al día de hoy, veinticinco años después, el dolor de cabeza es el mismo, yo diría que mayor. No hemos avanzado.

Todos queremos una educación integral para nuestros hijos, por eso apelamos a los colegios privados. Si la educación pública fuere de calidad, nuestros hijos y nietos estudiaran en las escuelas públicas. De igual manera, si la salud pública fuera mínimamente buena, no tuviéramos que hacer números para pagar costosos seguros privados y recibir aún así un pésimo servicio.

Fue risible la opinión de un expresidente que dijo que los de clase media si no mandaban a sus hijos a las escuelas públicas, (pero sus hijos no estudiaron ahí), y si no se atendían en los hospitales, (aunque a la hora de tratarse una simple dolencia se fuera al extranjero), ese era su problema, porque calidad, había.

Lo que más me apena es que parece se legisla y no se puede cumplir. Aunque lo que sí es seguro de que cuando se legisla para propio beneficio, aún en contra de la Constitución, como es el caso de las exoneraciones y barrilitos, sí se cumple.