¿Qué casi todas las carreteras del país, sobre todo las del suroeste, son verdaderas emboscadas de la muerte? Sí.

¿Qué muchas de ellas parecen un  guayo? Sí.

¿Qué, a ambos lados, lucen más vallas comerciales y de propaganda de políticos que señales de tráfico? Sí.

¿Qué, durante las noches, son tenebrosas por la falta de iluminación y señalización adecuadas? Sí.

¿Qué carecen de vigilancia y se prestan para atracos y para rematar accidentados? Sí. 

¿Qué tienen vicios estructurales provocadores de tragedias? Sí.

Pero si usted sabe eso, y que se puede matar y matar a los demás, ¿por qué, entonces, los excesos de velocidad, el uso de llantas lisas o vencidas y la falta de mantenimiento de los frenos? ¿Por qué su bebedera de alcohol?

https://www.diariolibre.com/actualidad/salud/mas-de-900-muertos-en-accidentes-este-ano-por-el-alcohol-MB11453852.

No valen los alegatos irresponsables. Gran parte de la solución de la epidemia está en sus manos. O mejor: en su bendito cerebro, salvo que usted sea un psicópata de origen con la obsesión de matar personas en las carreteras. https://www.elcaribe.com.do/2018/05/31/panorama/pais/accidentes-viales-causan-muerte-de-13374-personas-en-seis-anos/.

Quienes, como yo, han circulado durante tres décadas por las llamadas vías de la muerte, tienen evidencias concretas suficientes sobre la principal causa de los siniestros del tránsito: la imprudencia.

Solo observe las altas velocidades (150 y 200 kilómetros por hora) en tanqueros de combustibles, cabezotes con furgones articulados cargados de cervezas, refrescos y otros productos; camiones cargados de material de construcción; autobuses repletos de pasajeros (privados, sin excepción), carros, jeepetas, camionetas, motocicletas y “carcachas”; cercanía entre los vehículos, a más de cien kilómetros por hora; rebases temerarios; uso irracional de los retornos, caso omiso a semáforos…

No todos los locos desafían las carreteras dominicanas. Hay que ser suicida mínimo. Y no cualquier suicida. Chóferes y conductores con esas características minan aquellos espacios lúgubres, día y noche. 

Resalta el irrespeto por la vida humana. También por la vida de los animales, porque hasta los perros pagan. Les tiran encima sus máquinas.

La repartición de culpas sobre este mal está ausente, aunque sería más saludable. Si asumiéramos nuestra parte, las cifras de muertos, heridos y lisiados serían mucho más bajas y no tendríamos la tasa más alta de “muertes por accidentes de tránsito” en América y el Caribe. Tampoco fuésemos los segundos en el mundo.

Resulta, sin embargo, que nos libramos de nuestra gran responsabilidad en la prevención del problema, y derivamos todas las culpas en el Estado, que también las tiene al ver el problema como algo accesorio objeto de operativos de relumbrón.

Mientras tanto, la epidemia sigue. Sigue fuerte. Y seguirá fuerte aunque contemos con las mejores autopistas del mundo, mientras no se entienda que es un problema más de cerebros viciados que de carreteras.

Lo demuestra una simple mirada al cómo ocurren los siniestros de tránsito. Casi siempre la causa es el desafío pendejo al peligro… A la muerte.

Si no es así, ¿qué busca una persona a 200 kilómetros por hora en una vía hecha para 80 km/h? ¿Qué busca un individuo que no respeta curvas mal construidas, estrechas y con peraltes invertidos? ¿Qué busca con un vehículo destartalado y apiñado de pasajeros? ¿Qué busca un chófer de un vehículo pesado a alta velocidad en el carril izquierdo y zigzagueando, o tirándoselo encima a otros conductores? ¿Y qué busca un motociclista a mil por hora, sin casco protector, culebreando entre vehículos? 

Nada bueno. Son asesinos. Una plaga común en las carreteras de RD.

La gran mayoría de los siniestros de tránsito   es evitable, amén de los peros de las vías. Bastaría con una dosis de conciencia y un cambio de actitud hacia el amor por la vida. Punto. Pero no lo quieren reconocer. Finaliza diciembre, verán los resultados nefastos de 2018.