La Navidad tiene su encanto. La rutina se interrumpe para dejar de lado preocupaciones por el disfrute de la celebración. El lechón asado, los aguinaldos, la familia, las amistades, los fuegos artificiales, y la alegría de recrearnos, agradecer lo bueno que la vida nos ofrece y darnos a los demás.
Aunque la inmensa mayoría en sociedades de tradición cristiana asume que la fiesta del 25 de diciembre se inicia con el nacimiento de Jesús, no es este el caso. En la Antigüedad, el culto a las fuerzas de la naturaleza, carentes del conocimiento científico para explicar el origen y funcionamiento de estas fuerzas, provocaba la creación de mitologías antropomórficas y sobrenaturales. El sol, cuya ausencia en las noches creaba el temor de las tinieblas y cada nuevo amanecer el renacer esperanzador de un nuevo día, ocupó el centro de veneración de pueblos tan distantes como el egipcio y el maya.
Pero el sincretismo del culto al Sol en el Occidente nos llegó directamente del Imperio Romano vía el Festival del Nacimiento del Sol Invencible (Dies Natalis Solis Invicti). Este se prolongaba del 22 al 25 de diciembre, fecha de ocurrencia del solsticio de diciembre en el hemisferio norte. En los solsticios la longitud del día y la altura del Sol al mediodía son máximas (en el solsticio de verano) y mínimas (en el solsticio de invierno) comparadas con cualquier otro día del año. Después del solsticio de invierno, que coincidía con el 25 de diciembre en el Calendario Gregoriano, el sol aparece moverse hacia el Norte, y los días se alargan.
Esta observación fue asociada en la antigüedad al triunfo del sol sobre las tinieblas y a su celebración prendiendo fuego. Entre miles de estudios y referencias, la New Catholic Encyclopedia (1967) alude a un artículo titulado Constantino el Grande, para afirmar que los cristianos de los primeros siglos del cristianismo sincretizaron el Festival Romano del Sol Invictus. "…el Sol Invictus ha sido adoptado por los Cristianos en un sentido Cristiano, como se demuestra en el Cristo como Apollo-Helios en un mausoleo (c 250) descubierto debajo de San Pedro en el Vaticano" (Mi traducción).
En el Siglo IV con la "conversión" del Emperador Constantino y su legalización del Cristianismo, éste último pasó de ser una secta perseguida para convertirse en la religión del Imperio Romano. En el año 325 E.C. el Emperador convocó el Concilio de Nicea, con la intención de unificar la Cristiandad y convertirla en la religión que pudiera unificar el Imperio Romano, el cual comenzaba a fragmentarse. En en el año 350 E.C. el papa Julio I escoge el 25 de diciembre para celebrar el Nacimiento de Jesús, dado que esa era la fecha del solsticio en el calendario juliano. La nueva designación anulaba el 6 de enero como conmemorativo de la Natividad, que se celebraba junto con la fiesta de la Epifanía.
La conformación de la Cristiandad en que se dificulta diferenciar los intereses políticos y económicos del Imperio, de la misión original de la Iglesia de Pablo, integró aspectos importantes de la cultura, religiones, y estructura del poder romano. El historiador Will Durant, en su Historia de la Civilización: Parte III, César y Cristo, ofrece evidencias de la romanización y el sincretismo de tradiciones "paganas" al interior de la Iglesia.
De los cultos politeístas romanos, la Iglesia Católica adoptó en su liturgia la estola y otras vestiduras; el uso de incienso, agua bendita y prender velas en purificaciones, así como el mantenimiento de una "luz eterna" delante del altar. Además, asumió el lenguaje del Imperio, el Latin, como su lengua ceremonial y oficial, hasta que el Concilio del Vaticano II lo sustituyera por lenguajes vernáculos 16 siglos más tarde.
Otras adopciones fueron más allá del simbolismo ceremonial. La Iglesia adoptó la ley romana como base para la ley canónica y el título de Pontifex Maximus para el obispo de Roma. De las religiones precristianas se sincretizó el culto a dioses locales con la adopción de los santos y las diversas personificaciones de la madre de Jesús. Las comunidades se movilizaban a través de la popularización de fiestas patronales anuales, en honor del santo o santa del lugar.
Pero la Cristiandad que surgió en el Siglo IV tenía dificultad en diferenciar entre poderes religiosos y políticos. Durant (1994) explica como "la sede del poder en las ciudades fueron los obispos, más que los prefectos romanos; los metropolitanos o arzobispos apoyarían, si acaso no reemplazaban, a los gobernadores de las provincias; y el sínodo de obispos tomaría el lugar de la asamblea provincial. La Iglesia Romana siguió en los pasos del estado romano"
En conclusión, no es mi deseo privar a nadie del disfrute de las Navidades. Pero debemos celebrarla con conciencia de que las expresiones religiosas del presente son el resultado de la adopción de rituales politeísticos precristianos y el lenguaje y estructura de un imperio que hace muchos siglos dejó de existir. Asumirlos como resultado de revelación divina es desnaturalizarlos, atribuyéndoles poderes que solamente pueden calificarse como mágicos.