El resultado de los días de reflexión de esta – reciente- versión de Semana Santa debe dejar en nosotros la motivación de ser cada día mejores hombres y mujeres. Ser capaces de afrontar los desafíos de la vida cotidiana. Saber abordar las diferencias humanas; no importa condición social, económica, religiosa o de educación. Aprendamos a desconstruir para volver a construir nuevos linderos según la obra salvífica de Jesús en la cruz del calvario. A ser inclusivos, participativos, tolerantes, pacificadores y sobre todo sinceros con nosotros mismos y después, con los demás.
El diccionario de la RAE define sinceridad como "falta de fingimiento en las cosas que se dicen o en lo que se hace". Y, compartiendo esta definición se entiende que sólo los justos desarrollan esa virtud.
Ser sincero es ser íntegro. Es ser completo, hecho de un solo material. Es decir las cosas adecuadamente y de la forma correcta. Es cuidar detalladamente el principio de las buenas costumbres y las relaciones personales. Cuando se revela el nivel completo de sinceridad se destila ética como el buen óleo y se puede compartir con los hijos, familias, amigos, compañeros de trabajo y vecinos fortaleciéndose cada día más los vínculos de confianza y fe.
También, cuando usamos el recurso de la sinceridad con los demás, se convierte en un bálsamo que calma el sentimiento de la culpa. Nos ayuda a crecer interiormente tras el efecto del reconocimiento de los errores, grandes o pequeños, detectados entre nosotros.
Una vez, leí un pensamiento de un sabio que dijo: "si dices la verdad no tendrás la preocupación de acordarte de nada". Esto significa, que si tratamos el problema hablando mentiras, metiendo el pie, buscando testigos falsos, difamando, o levantando calumnias te obligaría a tener un buen archivo de memoria. Y, tener mucho almacenamiento de memoria tampoco vale la pena porque, de todos modos, con el tiempo se derrumba todo argumento lleno de falsedad. Ninguna mentira se sostiene por sí sola hasta el final. Hablar siempre con toda sinceridad es una opción saludable para el alma, y fortalece las buenas relaciones entre los seres humanos. Con decir la verdad evitaríamos el desagradable trabajo de tener que borrar las evidencias de una mentira.
En la carta a los Efesios 4:29 dice: "No salga de tu boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan". Dicho de otra manera, el camino más corto que beneficia íntegramente las relaciones humanas es cuando hablamos con sinceridad y amor [sin pelos ni señales] a las personas. Porque diciendo la verdad la mentira no tiene cabida. Y la sinceridad es la virtud que agrada a Dios