Curiosamente en nuestro artículo titulado “Nosotros los pequeños burgueses somos la mejor clase” publicado el 6 de abril de 1917, entre otras cosas, dijimos: “Hace tiempo que sé que nuestra hora no solo ha llegado, sino que se nos está pasando, porque a pesar de que somos el grueso intelectual y “progresista” de casi el mundo entero, sobre todo de nuestros países, en vez de aprender del fracaso de las extremas, jamás ha aparecido en nuestras filas un pensador que haya delineado una ideología pequeñoburguesa potable y digerible, que despierte a nuestras masas y las haga entender, que tanto burgueses y oligarcas, como proletarios y gentes ignaras, usan y abusan de nosotros. Salvo, hay que decirlo, los proletarios y muchos de los ignaros que se han preocupado porque sus hijos adquieran conocimientos superiores o alcancen independencia como artesanos y tecnólogos, es decir, para que sean de nuestra clase.”
Agregando: “Las universidades, los institutos, los talleres artesanales, han sido la fragua donde se han ido preparando para servir a los gobiernos y a los países los que luego han sido burócratas excelentes, buenos secretarios y ayudantes, profesionales liberales, etc., de modo que sin esa clase media, sin esos burócratas decentes, sin esos técnicos medios que alargan la vida de los artefactos modernos ¿qué seríamos?
Hemos sido el motor del vehículo ideológico de burgueses, oligarcas, y proletarios, pero nadie nos ha respetado como lo que somos: los imprescindibles sociales”.
Luego, el 9 de diciembre de ese año, con el título de “Las revoluciones ineludibles de nuestro futuro” entre otras cosas dijimos:
“Es una vieja preocupación nuestra, creo que de todos los que amamos este país y quisiéramos que la democracia, a pesar de todas sus imperfecciones, impidiera el paso a una dictadura plena o a una tiranía. Ningún pueblo se salva cuando es oprimido. Pensando en las futuras generaciones, como si repasáramos una cartilla optimista, quisiéramos, desde las experiencias que hemos tenido a lo largo de nuestras ocho décadas, en el camino hacia el lustro, siendo demasiado viejos para cuentos, las revoluciones de las cuales vamos a tratar no tienen nada que ver con tiros ni con revueltas populares.”
Era nuestro sueño de que nuestra clase, que considerábamos, la mejor del mundo, tomara al fin conciencia de su fuerza y despertara y tomara el poder, ya que sin necesidad de tirar un solo tiro, con solo tener conciencia de clase y asumirla, con una ideología consecuente, bastaba que dijéramos: Llegó la revolución pequeñoburguesa. La clase media de ahora en adelante gobernará el país.
Entonces dijimos, además: “Aquí, si pensamos en Bosch y la mayoría de nuestros ideólogos, o en las gentes de acción: Caamaño, Manolo y la cantera de rebeldes que invadieron el país y los que se han levantado en armas pensando en resolver las necesidades de las masas, nos damos cuenta de que han venido de nuestra clase; se han formado con nuestros valores éticos y nuestras preparaciones. Pero ninguno ha pensado en tomar como modelo a nuestra clase ni ha escogido sus valores como paradigmas revolucionarios.
¿Por qué? Sencillamente porque nuestra clase era sensible a lo que esas ideologías proclamaban y porque aparecían dirigidos por personajes de nuestra propia extracción social.
Proletarios puros que ascienden al poder sin un bagaje intelectual, los han sufrido en carne propia muchas sociedades del mundo. Derechistas con mucho bagaje, si pensamos en Báez, en Gaspar de Francia y en tantos más, también. ¿Qué es entonces lo aconsejable?
Es tan evidente, que hasta Perogrullo lo respondería: lo que hace falta instituir y probar es el término medio justo. Ni más ni menos. No creo estar equivocado si digo que en nuestra clase (con perdón de don Juan Bosch, sin distinguir entre media alta y media baja) están los valores morales, materiales e intelectuales para alcanzar el equilibrio social necesario y esperado.
Todos sabemos que el proletario desea ascender socialmente y que por falta de formación intelectual o educativa, en el hogar o en la escuela, sueña con alcanzar el escaño de la pequeñaburguesía de cualquier forma, y la ilegal es una de ellas; pero la parte sana, que existe, y se preocupa por la preparación de sus hijos para que un día pertenezcan a nuestra clase por méritos propios, y que mañana, si son agradecidos, le permitan una vejez sin sobresaltos económicos y en un marco decoroso, también existe.
Lo malo, lo perverso, lo terrible, es la ambición del hombre, tan desaforada que no calcula ni mide las consecuencias de sus actos para traspasar fronteras sociales con el sueño de que el dinero todo lo resuelve y por sí mismo da la felicidad.
No quiere decir que no haya avaros y desaforados en nuestra clase. Son seres humanos, son ciudadanos de este planeta; pero, si revisamos y somos justos, ecuánimes y precisos, observando la conducta y la cotidianeidad de los elementos de nuestra clase, sobre todo aquellos que han sido formados en ella y han mamado en el pecho de su madre la rectitud y la decencia y han tenido ¡oh dicha de los mortales! una educación doméstica aceptable, diríamos que hemos gobernado en la sombra, que hemos dirigido todos los gobiernos de nuestras repúblicas”.
Al observar, con deseos de votar, pero sin poder participar de las elecciones pasadas, que la predicción de la poliltóloga Rosario Espinal se daría cabal cumplimiento a nuestra posición de sostener que teníamos una clase media o pequeñoburguesa grande y poderosa, de que si era cierto su existencia, negada por los de nuestra misma zona, el triunfo sería de la oposición encabezada por uno que venía de nuestra clase.
Las primeras señales de que al fin, estamos a punto de obtener por medios lícitos, sin un tiro, una revolución social esperada y deseada, están bastantes claras: Se perfila el hecho de preferir a gentes jóvenes o experimentadas, que a su vez han cursado especialidades o las han ejercido con limpidez para ocupar los altos cargos gubernamentales. Sobresaliendo la capacidad cultural, los estudios, los trabajos realizados, sobre el amiguismo ramplón.
En cierta forma vemos que la esperada y soñada institucionalidad, la separación de los poderes, la anticorrupción como bandera, flotan en el aire, se respiran a pesar de la pandemia y del polvo del Sáhara.
Detalles de que las cosas buenas se repiten, de que algunas se respetan, de que lo importante es el país y su rescate moral, de que hay que aprovechar todo lo bueno y decente que se encuentre, de que se rescaten y se repongan los que tuvieron el valor de renunciar para no macharse las manos y los que se han mantenido con las manos limpias, que son de nuestra clase y necesitan el trabajo, pero más que nada, los necesita el país.
Ya por este medio hablamos del futuro de Luis Abinader, no solo porque era el hijo de nuestro querido compañero de estudios José Rafael, que era un valor agregado, sino porque había sido formado y educado en la fraga viva de nuestros valores.
Poco a poco veremos que el paso de la improvisación experimental al respeto por la ciencia y la tecnología modernas hará un nuevo país. Uno con agricultura científica y tecnología de punta; un país con empresas eficientes y modernas.
Solo falta que la justicia cumpla sus deberes. Que la cultura tenga su espacio, que las artes y las letras sean respetadas y dignificadas.
En otras palabras: Que se cumplan las reglas de nuestra clase de que seamos un país culto y decente.
Creo que hemos entregado el poder en las mejores manos posibles y que nuestra clase, al fin, tendrá la oportunidad, a pesar de todas las cosas en contra que le acechan, de cumplir sus sueños de entrar con dignidad y pasos firmes en el siglo XXI