“Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En no ser un trepador social. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos, ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde". Pier Paolo Pasolini

Hoy tan solo unos breves apuntes acerca de la naturaleza que nos construye. Apenas unas notas, que tratan de acercarse a esa forma tan humana de afrontar la existencia, torpe y desmañada. Otras veces –demasiadas- plagada de caminos incorrectos, de errores involuntarios, de acciones que se pretenden correctas y pese a ello fracasan. A veces la vida,  sin un as en la manga y ni un solo comodín.

Errar es humano. Errar repetidas veces tiene mucho de descuido y mala praxis. Deberíamos poner más atención a los detalles en esto del vivir.

Antes, hace mucho tiempo, creía en la existencia de políticos honrados. Ahora sólo creo en la integridad de honorables excepciones. La delgada línea que inicia el cruce hacia el lado oscuro es muy fina y el ser humano cobarde.

Es urgente educar para la vida, descartar los miedos desechables, abrir compuertas, erosionar límites y fronteras, pensar distinto, sentir distinto, no plegarse a disciplina que reclame negarse tres veces, no ceder terreno si exige renuncia a la propia identidad. Es urgente ser dúctil y nunca dócil, flexible de cintura para ceder el paso, amable sin devoto rendimiento a voluntad ajena. Urge conquistar la libertad.

No siempre las cosas son lo que parecen. Debajo de cada individuo hay una corriente soterrada que impulsa la existencia de una manera distinta y en ocasiones absolutamente contraria a la que evidenciamos públicamente.

El ser humano a menudo olvida los favores que le fueron otorgados. Su memoria es quebradiza y mal agradecida.

Lo oscuro, lo denso, ese pesimismo derrotista que parece ha de lastrar al mundo para ser tenido en cuenta, ese rictus circunspecto que se pretende profundo jamás han logrado impresionarme. Es sencillo entender el sentido trágico de la vida. Lo difícil, lo verdaderamente complicado es, pese a ello, hacerla estallar en carcajadas.

No llegó a concebir la deshonestidad como rasgo inherente a la condición humana, sin embargo reconozco en el miedo el irrefutable poder de conducir al hombre en la dirección equivocada.

¿Hemos de elevar siempre las torres antes de otear el horizonte y ver llegar al enemigo? Demasiados baluartes defensivos ante un adversario que no acaba nunca de llegar.

La resolución de todo conflicto dentro de un grupo plantea una doble vía. O bien el colectivo trata, en general, de fagocitar las diferencias o condena al ostracismo y la exclusión la rebeldía. No existen, al parecer, opciones de pertenencia que contemplen posiciones intermedias.

A menudo nos perdemos en palabras altisonantes, en la terca vanidad de escuchar nuestra propia voz, en la vana pretensión de impresionar oído ajeno en vez de preocuparnos por llegar al corazón de quien nos escucha.

Vivimos en un mundo donde el compromiso nunca es cosa seria, sino palabras imprecisas que en demasiadas ocasiones no llegan a puerto.

Aborda las calles de incógnito un miércoles cualquiera, en cualquier ciudad, no importa cual. Sumerge tu nariz en la pobreza y comenzarás a comprender que la vida no es cuestión de caridad. Es más, mucho más que lavar tu conciencia en agua de rosas.

Los prejuicios ponen freno y abren brechas insalvables e implícitas en su propio enunciado. Sólo el contacto con la realidad prejuiciada puede curarnos de la estupidez que abona el territorio de la sospecha.

Vamos a ceder a nuestros hijos un mundo menos verde, un mundo sin infancia y que renuncia a jugar en compañía, un puñado de esperanzas desganadas, abrazos que no aprietan, una vida de ficción al otro lado de una pantalla… ¡Triste legado!

Practico desde siempre un feminismo inclusivo que concierne, en igualdad de condiciones, a todos los hombres y mujeres que habitan el planeta.

Despreciar aquello que desconocemos sólo habla de la propia estupidez y la cortedad de miras que a veces toma cuerpo en el ser humano.

No parece muy sensato delegar en alguien el don de lograrnos felices y sin embargo nos empeñamos una y otra vez en dejar esa posibilidad en manos ajenas.

Logremos hacer del diálogo elemento vital, de la escucha paciente virtud, del afecto sólida señal de identidad, de la verdad cuestión de honor.

Es imposible exigir, a ser humano alguno, la excelencia moral sea cual sea su condición y la cualidad atribuible a su persona. Ni nuestra naturaleza es virtuosa ni lograremos jamás alcanzar la perfección de la virtud.

La mejor manera de sortear problemas en nuestras relaciones con los demás es evitando meter la nariz en asuntos ajenos.

No se construyen imperios sustentados en quebradizas razones. La vida exige pilares sólidos desde los que tomar impulso.

Escasa debe ser mi valía pues depende de variables poco consistentes y ajenas a mi persona. Es inestable el ánimo del ser humano y voluble su carácter cuando de valorar al otro se trata.

Procuro, cada vez más convencida de mi acierto, evitar ondear bandera propia en territorio ajeno. Cada uno debe ser responsable de su proceder y de la forma en la que gobierna su propio estado.

Si vas a mentirme remite por favor a vuelta de correo toda la confianza que deposité en ti.

No es prudente dar por conocida la letra pequeña de un contrato ni pasar por alto las cosas –en apariencia– triviales. A veces su lectura da un orden nuevo a todo aquello que damos por sentado.

¿Cuántas mujeres, a lo largo de la historia, han cedido el paso a los hombres que estaban a su lado para no eclipsar su brillo y cuántos hombres alentaron este gesto asumiendo que era lo correcto?  Ojalá todos comprendiéramos que caminar juntos no resta un ápice el destello individual.

Contradecir este mundo sin sentido que nos aloja, ponerlo en duda, ser irreverentes, desafiar al dinero, burlar sus más sagrados códigos, no es tan solo rebeldía es mucho más. Es dar un paso al frente siempre rumbo a la utopía