Una nueva Semana Santa llega de forma repentina a la ciudad Capital para detener la vorágine que acompaña nuestros estilos de vida, imponiendo una pausa refrescante al tortuoso ritmo que la cotidianidad impone a través de los afanes y las ansiedades que ahogan nuestro existir.
A pesar de que el área metropolitana de Santo Domingo se encuentra compuesta por nueve municipios, situados en una superficie que se extiende por 1,400 Kms² y contiene una población de 3,968,315 habitantes (ONE/2018), la disminución en los desplazamientos de personas y la pausa en los movimientos del transporte de carga que experimenta la metrópolis durante el periodo de Semana Santa permiten apreciar las bondades de vivir en una ciudad donde el caos, el desorden y el bullicio no se convierten en protagonistas de la cotidianidad.
Sin lugar a dudas Santo Domingo visto desde la perspectiva de la movilidad urbana se caracteriza por ser una ciudad que atenta contra del bienestar de sus residentes y visitantes, ya que su estructura vial prioriza la circulación motorizada por encima de los desplazamientos peatonales, no existe la gestión efectiva de los distintos modos de transporte, los tapones se multiplican por cada rincón de la geografía urbana sin la posibilidad de que los mismos se reduzcan, el sistema de transporte colectivo sobrevive sumido en la ineficiencia en detrimento de las mayorías que no tienen acceso a movilizarse en vehículo privado y las oportunidades de desplazarse en bicicleta se convierten en un acto de suicidio debido al riesgo al cual nos exponemos debido al estilo de conducción feroz que prima en la capital.
La pausa, alejada de la prisa por correr de un lado a otro de la ciudad, ayuda a que reflexionemos y soñemos con los ojos abiertos en una ciudad distinta. Una urbe en la cual podamos movilizarnos con seguridad por sus calles y avenidas, resguardados por un sistema de transporte colectivo que integre las rutas y los billetes de los distintos modos de transporte; con un circuito de estacionamientos localizados en puntos estratégicos, que permita estacionar el vehículo y desplazarnos por la urbe a través de los medios colectivos de transporte. Sueño con una ciudad que valore el peatón a través de cada nueva iniciativa, priorizando la circulación peatonal y facilitando sus desplazamientos a través de la mejora contínua de la oferta de transporte proporcionada por el Estado.
Sueño con una ciudad donde se clasifiquen las vías, dando lugar a una gestión efectiva del parque vehicular, que regule los lugares y las horas por donde un modo de transporte se puede desplazar. De igual manera sueño con una ciudad donde las calles no sean estacionamientos y los solares baldíos contribuyan a sumar más superficie de parqueo al circuito de estacionamientos propuesto.
Finalmente sueño con una ciudad donde salir a la calle no sea una tortura, donde los gastos en transporte no afecten la economía familiar y donde la seguridad sea un punto luminoso, que devuelva la confianza a la población y con ello, permita que nuestros más íntimos sueños sobre Santo Domingo se hagan realidad.