El cambio climático y la preservación del medio ambiente ha sido de constante preocupación y  tema permanente para el autor.  Se trata de una realidad a la vista de todos, pese a que algunos intereses poderosos, cuya prosperidad está sujeta a prácticas altamente contaminantes,  insisten en  arropar bajo el manto de opiniones mediatizadas de por lo general bien remunerados “científicos”.

El proceso de deshielo de los polos es un hecho innegable.  Lo es el crecimiento, comprobado y medible, del aumento del nivel del mar.  Lo es también,  la cantidad de dióxido de carbono que cada año lanzamos a la atmósfera que se acerca a los 50 mil millones de toneladas.  Se aprecia en los cambios registrados en el clima: en nuestro caso particular, que tiempo atrás era estable todo el año, ahora tenemos veranos más calientes y asomos de frío antes desconocido al llegar el invierno.   Son infinitas las evidencias de una verdad que no puede ignorarse y que va conformando riesgos crecientes para la salud del planeta y la vida de sus habitantes.  Es el mayor reto,  de más riesgo y urgencia, que encara la humanidad y que compromete el esfuerzo de todos los países y todos los gobiernos.

¿Cómo nos afecta a nosotros?  ¿Cuáles son los peligros que encaramos? ¿Qué nos corresponde hacer por la parte que nos toca dentro de ese compromiso global?

Esta semana tuvimos oportunidad de conversar con dos desacados especialistas en el tema. Uno de ellos, el licenciado Moisés Alvarez, quien es Director Técnico del Consejo Nacional del Cambio Climático, que preside el propio Presidente Danilo Medina y dirige otro destacado ambientalista, el ingeniero Omar Ramírez, quien ocupó tiempo atrás la cartera ministerial de Medio Ambiente y Recursos Naturales.

Los señalamientos y advertencias que hace Alvarez no son fruto de conjeturas, sino que se asientan en una sólida base de hechos comprobados y evaluados por reconocidos expertos.  Si bien es cierto que se trata de una tarea global, tenemos que tomar conciencia de los riesgos que nos espera enfrentar y la parte del trabajo que nos corresponde llevar a cabo.

Basta mencionar algunos para aquilatar la gravedad del problema y la necesidad urgente de emprender un amplio programa de acciones encaminadas a minimizar sus efectos.  Veamos:

Estamos abocados en el tiempo a padecer huracanes con mayor frecuencia y más destructivos.

Nos esperan períodos de sequía más prolongados y temperaturas más elevadas.

El nivel del mar que nos circunda crece a razón de dos a tres milímetros por año.  Esto significa que para el 2050 aproximadamente, la geografía costera de nuestro país habrá sufrido un gran cambio con la desaparición del litoral playero que quedará sepultado bajo las aguas oceánicas.  La mayoría de los hoteles tendrán que mover sus actuales emplazamientos salvo que podamos establecer barreras que contengan esa creciente invasión del mar.

Y lo que es peor,  para no hacer demasiado extensa la lista de tan penosos pronósticos: en un siglo, años más, años de menos, de continuar al ritmo presente de destrucción de nuestras cuencas acuíferas, el país se quedaría sin agua, un fenómeno que está ocurriendo a nivel mundial, donde la cantidad del líquido para consumo humano es al presente ya apenas 2 porciento del total de la que contiene el planeta.

¿Estamos condenados de  manera irremediable al cumplimiento de lo que equivaldría a una verdadera sentencia de muerte inexorable para nuestros y nietos?

No es el caso.  Hay opciones y caminos de solución. Al respecto el profesor de la UASD, Milton Martínez, especialista sobre el tema del agua,  nos ofrece su opinión.

El sostiene que necesitamos mantener una producción de dos mil metros cúbicos diarios de agua por persona para garantizar las necesidades de consumo doméstico, la agricultura, la ganadería, la industria, el turismo, el comercio y los demás requerimientos del país.  Y para garantizarlo llama la atención sobre la necesidad de proteger celosamente la Cordillera Central, la reservación de Los Haitises y otras fuentes proveedoras del preciado líquido.

Por otra parte y en un sentido más amplio,  ya el propio Consejo Nacional para el Cambio Climático tiene elaborado y propuesto un plan para enfrentar el reto y reducir sus funestas consecuencias a mínima expresión.   Pero llevarlo a cabo, convertirlo en acciones concretas, es una tarea que no puede esperar.  Tenemos que desarrollarlas comenzando desde ya mismo, en un esfuerzo conjunto y sostenido del gobierno, las instituciones de la sociedad civil y todos los ciudadanos.  Una misión que debe ser asumida como de la más alta prioridad en la agenda tanto del gobierno como de la sociedad en pleno.

(Es de advertir que en nuestro caso se produce una situación especial y es el hecho de que ocupamos un espacio insular compartido, donde las diferencias en las condiciones del suelo y los recursos naturales son más acentuadas que en ningún otro aspecto. Esto así, tomando en cuenta que el territorio vecino está deforestado en un noventa y ocho por ciento,   con una producción de agua de apenas trescientos metros cúbicos diarios por habitante,  con todas las consecuencias negativas que se derivan y que resulta notorio el escaso interés que hasta ahora han mostrado sus autoridades en remediar los daños infligidos a su depredado patrimonio natural. Es una circunstancia muy a tomar en cuenta y tratar de solucionar, convenciendo a las autoridades vecinas de la necesidad de llevar a cabo un programa conjunto, ya que la realización de un plan de preservación y salvataje del medio ambiente de la Hispaniola tiene que ser contemplada y resuelta como un todo).

Por lo pronto la alerta está dada.  Y es de esperar que sea escuchada y atendida sin esperar a mañana.