Esta va por todas.
El 16 marzo del 2020 fui a votar y al regresar a casa con mi familia empezaron unos días que por siempre recordaré. Comenzó el trabajo remoto en una casa que decidió prescindir temporalmente de la ayuda que recibía en las labores domésticas para que ellas también pudieran cuidar de los suyos.
Entonces entendí que todo lo que como mujer había logrado representaba un costo importante. No se trataba sólo de haberme esforzado, aunque ha sido así. Es que sin haber tenido ayuda en el hogar y los colegios, no hubiera podido alcanzar ciertos hitos profesionales.
Tengo una hija de tres años. Temprano en la cuarentena se aficionó a tomar fotos con mi celular y yo la dejé. Me llamaba la atención su curiosidad y me parecía mucho mejor a que estuviera viendo videos. Lo que las fotos de mi hija me revelaron, mucho antes de que mi mente y mis emociones coincidieran, me alarmaron. Rápidamente me di cuenta que el trabajo remoto no pintaba tan liberador como siempre lo soñé. Mientras todavía ajustábamos y luchábamos con la sincronía laboral para llevar a todos a trabajar remoto y mientras otros en mi corporación tomaban grandes decisiones, yo, que era managing director de una empresa, estaba dándolo todo para sobrevivir.
Hay que entender que esta fue nuestra primera y forzosa zambullida al “nuevo normal”. No conocíamos todo acerca del COVID-19, sentíamos miedo, llevábamos un protocolo de higiene que hoy incluso ha quedado desfasado con los nuevos descubrimientos, cada superficie representaba un peligro. Desde que abría los ojos empezaba una rutina mecánica sin parar de cuidados de mi familia y laboral, hasta que finalmente me desmayaba del sueño exhausta en las noches.
Mi esposo, médico oftalmólogo, estaba también la mayor parte de esos primeros días en casa, cooperó e hizo su parte cocinando principalmente. Pero pronto regresó a su necesaria jornada presencial de trabajo y yo seguí en mi hogar, con toda la casa arriba. Ustedes se preguntarán por qué no re-integré la ayuda doméstica, pues, porque yo estoy convencida de que ellas necesitaban estar con sus respectivas familias y que lo que viviría en los días siguientes, como consecuencia de mi decisión, era exactamente lo que tenía que vivir.
Tuve que reorganizar mi cerebro todos los días para redimir a una mamá en el mundo corporativo, encontrada cara a cara con un nuevo modelo de productividad que ella desconocía, que su propia mamá y abuela también desconocieron porque a su vez fueron mujeres trabajadoras. En el trabajo se hablaba de los check-ins diarios, de registrarnos en un chat colectivo al inicio de la jornada para constatar con una huella el cumplimiento de la jornada laboral. Con el inicio de las reuniones virtuales se despidieron muchas de las horas de almuerzo y cena, lucía cada vez más difuso cuál era el espacio de mi casa y el espacio de mi trabajo.
Fue inevitable, tuve que dividirme en mil pedazos, aprender a decir que no a ciertas reuniones, porque el mundo no giraba en torno a la moneda o a mis intereses. Ahí estaba todo lo que implicaba tener una familia tratando de succionar mi tiempo, ahora que sólo me tenía a mí.
Tuve reuniones mientras cocinaba, otras con mi hija cargada en brazos llorando, otras con muchas intervenciones de ella pidiendo ayuda para ir al baño. Nada extraño. Nada porqué sentirse mal, todo porqué sentirse en desventaja. Aunque lo estaba dando todo, porque era así, no lograba dar lo mismo que mis compañeros, estaba compensando horas interrumpidas de trabajo en las noches, antes del desayuno, los fines de semana y me agoté. Primero hice un duelo, sentí que tenía que despedirme de los avances profesionales, de prisa vi como esto podía significar un gran estancamiento para mi vida laboral, y aunque una cosa no tuvo qué ver con la otra, mi posición en la oficina también cambió, dejé de ser managing director, decidieron eliminar esta posición y me dejaron a cargo de una línea de negocio. Pero no dejo de pensar que en verdad las expectativas de mi trabajo versus mi nueva realidad estaban muy divorciadas. ¿Podremos las mujeres seguir liderando en las empresas bajo el sistema laboral tradicional y asumir al mismo tiempo la responsabilidad del hogar en las presentes circunstancias? La respuesta es no. Tendremos que elegir una de las dos o crear una nueva alternativa.
Entender que era imposible replicar el día laboral del sistema viejo fue vital. Comencé a pensar que tal vez podíamos rediseñarlo. De hecho las mujeres nos insertamos en un sistema laboral que heredamos de otras generaciones, pensado sobre todo en familias donde papá sale a trabajar y mamá se queda en casa. Luego para acomodar el exigente ritmo del mundo laboral, ahora que mamá tampoco estaba en casa, evolucionaron las escuelas con las tandas extendidas.
Después de leer muchos artículos en el New York Times de testimonios de madres planteando el problema que representaba trabajar desde casa con las responsabilidades de la familia, vi que muchas concluían en que necesitábamos desesperadamente que reabrieran las escuelas pero creo que eso es una solución a medias.
En todo este proceso de la inclusión de la mujer en el mundo laboral las empresas ganaron mucho y nuestras familias ganaron el valor de nuestro trabajo. Pero, en el trayecto nos perdimos. ¿A dónde es que tenemos que llegar con tanta prisa, con tanta intensidad?
¿Por qué es que tenemos que celebrar y premiar a los workaholics?
En el más reciente informe del estudio Women in the Workplace 2020 de la firma McKinsey, se evidenció el impacto del COVID-19 en el género femenino, específicamente en las madres, en las mujeres líderes de mayor edad y en las mujeres negras norteamericanas. No sólo porque han sufrido más el desempleo que su contrapartida masculina, sino también porque ellas están considerando desacelerar sus carreras profesionales, haciendo una reducción en sus jornadas laborales o renunciando a las mismas completamente. El éxodo de las mujeres en el mundo laboral estadounidense, como lo llama la firma McKinsey, puede representar la cifra de dos millones de mujeres. Es importante que lo dimensionemos, es como si la población de un país completo, como Eslovenia, mañana tuviera que abandonar forzosamente su tierra, sus sueños, su trabajo, sus centros educativos, todo. A la fecha a nivel mundial han muerto 1.18 M de seres humanos por COVID-19, todavía casi un año después del primer fatídico caso, esta cifra no alcanza la de mujeres en el mundo al borde del desahucio.
El nuevo sistema laboral o el nuevo sistema productivo debería celebrar la vida, que no es unidimensional, tengas hijos o no los tengas, tu oficio no te define, ni tampoco es capaz de hacerte vivir en plenitud.
No hacer nada al respecto nos dejará sin muchas mujeres de gran talento en posiciones estables de liderazgo y habremos perdido el esfuerzo de millones de mujeres durante generaciones, porque no tendrán otra opción que elegir dimitir o porque el mismo sistema las rechazará. Perder a las mujeres en posiciones de liderazgo además supone un retroceso en la toma de decisiones hacia la equidad de género en el mundo laboral, necesitamos de su voz cuando se esté considerando talento humano para contratar y promover, para que siga creciendo el número de mujeres en posiciones senior, para que haya una remuneración equitativa y la flexibilidad siga siendo un norte.
¿Qué debe tener el nuevo sistema laboral?
Una nueva mentalidad.
1. Un nuevo credo inspirado en Maya Angelou: “Making a living is not the same as making a life”
En español “No es lo mismo ganarse la vida que construir una vida”. Tal vez muchos lo han sentido pero pocos tienen el privilegio de honrarlo. Hace unos 6 años coloqué un post-it con ese mensaje frente a mi escritorio en la oficina y todos los días, hubiera concluido o no, me puse un límite de trabajo. Esa decisión me regaló la oportunidad de establecer una sana relación de pareja y formar una familia. No existe el always on. De acuerdo al estudio de Women in the Workplace 2020, las mujeres reportaron sentirse constantemente exhaustas, muy por encima de su contraparte masculina. Debemos reconocer y hacer parte de la cultura laboral que el mejor trabajo es el de una mente descansada, equilibrada y enfocada. Sólo con el ejemplo de los líderes de la empresa viviendo esa nueva cultura, otros/as no sentirán que están fallando y que necesitan renunciar a sus labores.
2. Lo mejor que yo puedo, en el tiempo que yo puedo
La pandemia nos ha hecho ver lo diferente que son nuestras realidades. El que no tiene hijos, el que los tiene, el que vive solo, el que vive acompañado, el que ayuda a otros familiares, el que sólo es responsable de sí mismo. Tal y como nos muestra el estudio de Women in the Workplace 2020, una mujer en una relación donde ambos trabajan, hace el doble del trabajo doméstico que el hombre. ¿Por qué insistir en medir a todos con la misma vara? El tiempo de cada quién es diferente. Midamos por resultados y no por horas invertidas. McKinsey a su vez propone que revisemos los objetivos, la dimensión de los proyectos y una extensión de los plazos de entrega.
3. Poniendo primero las personas, crece el patrimonio de la empresa y el país
No podemos dividir a la persona de la profesión, ni a la profesión de la persona. ¿Cómo el mundo laboral recibe y ayuda a crecer a las personas para lograr cambios positivos en el entorno? ¿Cómo puede la cultura laboral utilizar los talentos de manera colaborativa para devolver algo a la sociedad? Esto puede contribuir a alcanzar un sentido de propósito y de responsabilidad social en donde podamos ejercer todos nuestros talentos, proporcionando un mayor bienestar y menos estrés.
4. Enterrar la súper mujer, la idea de un súper profesional
No existe. Hace daño alimentar el mito. Nos roba calidad en nuestro trabajo y en las demás áreas de nuestra vida. No podemos hacerlo todo, ni somos omnipresentes. Se trata de elegir. Con las nuevas estructuras lean surge esta nueva labor multifuncional que termina volviéndose en un carrera donde el resultado es un burnout, el agotamiento. Promovamos el
“Te elegimos porque eres bueno haciendo muchas cosas, pero te contratamos para que hagas una muy bien.” Esto aumentará la productividad y garantizará una mejor calidad en la entrega.
5. Mayor conciencia del sesgo por género
Ahora que no hay opacidad en nuestra vida privada y que las cámaras entraron en nuestro hogar, no pongamos una lupa en la mujer. Cuántas veces han interrumpido las reuniones virtuales nuestros pequeños, cuánta concentración hemos perdido. McKinsey recomienda que estemos pendientes de no penalizar a la mujer dentro de esta nueva realidad del trabajo remoto, de más bien poner en la lupa las estadísticas detrás de las difíciles decisiones de despidos o de las promociones para asegurarnos de que estemos tratando justamente el género.
6. La relevancia es el mejor beneficio
Alrededor del mundo estudios reportan que las personas han re-definido sus prioridades, tomando mayor preponderancia el tiempo con nuestros seres queridos, el valor del hogar, la salud desde una perspectiva holística; cuerpo, mente y espíritu, así como vivir en mayor equilibrio. ¿Nuestros beneficios empresariales responden a esto? ¿Qué cosas pudieran cambiar sin implicar gastos nuevos? Los tiempos que vivimos demandan empatía y ella solo florece de la transparencia y la comunicación. Conversemos con nuestros empleados/as para entender qué es más relevante para ellos ahora, la gasolina del vehículo, bonos para compra de alimentos, programas de educación remota para sus hijos, ayuda psicológica, flexibilidad en el horario laboral u otros.
7. Si no lo hacemos por las mujeres, vamos a hacerlo por todos
Las compañías que pierdan a las mujeres en las posiciones de liderazgo perderán a la larga dinero y una cultura flexible, empática, donde reine la diversidad y se abogue por la equidad de remuneración, como muestran las investigaciones que presenta la firma McKinsey en su informe Women in the Workplace 2020. Solo con la equidad de género el PIB del mundo aceleraría su crecimiento económico y en las circunstancias presentes nos recuperaríamos a una velocidad mucho mayor, ahora que más lo necesitamos.
En el año 2018, el Global Gender Gap Index del Foro Económico Mundial reflejó que nos faltarían 108 años para cerrar la brecha de género si continuamos haciendo lo mismo que hemos hecho hasta ahora. Este momento histórico nos llama a hacer una reflexión profunda y preguntarnos: ¿cuántos años más se atrasaría la equidad de género con este estancamiento global? ¿podemos darnos el lujo de ser indiferentes a la inclusión y equidad de la mujer en el mundo laboral? ¿Somos capaces de ser indiferentes a las implicaciones sociales y económicas que eso conllevaría? Pienso que no.
Sobre la autora:
Se lo dedico a mi amado padre Lucas Vicens Bello quien falleció a causa del Covid-19 el pasado 25 de Octubre del 2020. Me dejó los ideales y valores de una generación que defendió hasta la muerte la utopía de una mejor humanidad.
Su primera publicación me la dedicó a mí “A Laura María, en espera que sean superadas todas las formas de opresión a la mujer”.
También a mi madre Francis Pou León a quien admiro por haber dedicado vastos años de su vida a estudiar a la mujer, su impacto social y económico.
Laura Vicens Pou
Fuentes:
https://www.mckinsey.com/featured-insights/diversity-and-inclusion/women-in-the-workplace
https://www.mckinsey.com/business-functions/risk/our-insights/covid-19-implications-for-business#
Global Gap Index 2018, World Economic Forum