« Un hombre alado extraña la tierra », cantaba Gustavo Cerati, el líder de Soda Stereo; la banda argentina que hiciera época en los 80 y 90. El 4 de septiembre se cumplió el tercer aniversario de su muerte y se le extraña tanto que inclusive El Cirque du Soleil presentó un espectáculo inspirado en sus canciones: Sép7imo día (no descansaré).

Gustavo Adrián Cerati nació en Buenos Aires el 11 de agosto de 1959. Desde pequeño supo que lo suyo era la música, pues antes de los doce ya dominaba la guitarra y tocaba hasta en el coro de la iglesia de su barrio.

Como cualquier fan lo sabe, los músicos de Soda Stereo eran tres: Gustavo Cerati, voz y guitarra (y la mayoría de las composiciones); Zeta Bosio en el bajo y el baterista Charly Alberti. Gustavo y Bosio se habían conocido en la universidad. Por su parte Alberti, estaba sobre todo interesado en Laura, la hermana de Gustavo. Un día él contestó al teléfono y antes de pasárselo a su hermanita, empezaron a hablar de música. Fue así como el grupo ganó un batería y María Laura un enamorado.

En los ochenta no había quien no quisiera imitar a The Police, Queen o The Cure y Soda Stereo fue la no excepción que confirma la regla. En plena Guerra de las Malvinas y bajo el yugo de la dictadura militar, estos tres chicos, que primero se llamaron Los estereotipos, renovarían el rock en español como nadie.

La primera canción que recuerdo es la de: «despiértame cuando pase el temblor». Yo apenas había empezado la secundaria y en México esas letras tenían un sabor agridulce, pues resonaba en nosotros el terrible sismo del 85 (¿Cerati se habría inspirado de dicha tragedia?). Luego llegaría Persiana americana, una canción para saltar y echarle porras a los voyeristas y admiradores de la indiscreta ventana Hitchcockiana.

Son tantos los éxitos de la banda aunque uno siempre tiene sus canciones consentidas: Entre caníbales, que no sucede en el Congreso ni habla de política: «come de mí, come de mi carne»; esta otra, que hoy nos hace pensar en los escarceos nada eróticos entre Washington y Corea del Norte: «un misil en mi placard, un regalo para armar pero nunca para desarmar»; La ciudad de la furia, que puede ser cualquier lugar donde el tráfico infinito, la lluvia o el calor incesantes o alguna marcha política nos descubran angustiados y sin salidas, incluidas las de la imaginación: « ya no hay fábulas, en la ciudad de la furia». La más celebrada y cantada sin dudas es De música ligera: «ella durmió al calor de las masas y yo desperté queriendo soñarla» con la que solían cerrar los conciertos y que de ligera sólo tiene el título, pues es vibrante y contagiosa.

El « 7 » es quizás el número cabalístico de la banda, ya que la mundana gloria les llegó en 1987. Se separaron una década después –Cerati siguió brillando como solista– para volverse a reunir en el 2007 (la plata es la mayor motivación para dichos “reencuentros”). Hicieron una gira que recorrería el continente llamada: “Me verás volver”, que terminó en el estadio del River Plate. Y ahora, en el 2017 los del Cirque du Soleil prepararon un súper espectáculo que nada más en la Argentina visitó 70 ciudades.

Sabemos que los rock star prefieren cambiar juventud y fama por un suicidio rimbombante, allí tenemos a Morrisson, Joplin o Cobain. También están aquellos que deambulan jactándose de sus arrugas boxoteadas como Jagger, Richards o el ex beatle Paul. Sin embargo con Cerati fue distinto, su reloj se detuvo a los 55 años. En mayo de 2010, estando en Venezuela sufrió un ataque en pleno concierto. Después se supo que se trataba de un accidente cerebrovascular (ACV), fue trasladado en un avión-ambulancia hasta su Buenos Aires querido y estuvo cuatro años en coma antes de morir el 4 de septiembre de 2014.

Juan Villoro en su libro “El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica”, imaginó a un rockero que se salva del coma escuchando sus propias canciones. Ese remedio, literalmente conveniente, tuvo nulos efectos más allá de la ficción; en efecto ni su música, ni los médicos, nada pudieron hacer para sacarlo de esos abismos letárgicos, de los que la ciencia ignora casi todo.

Otro guitarrista, el mexicano Carlos Santana dijo que el rock es una alberca. Hoy recordamos a Gustavo porque con Soda –y también sin ella– inundó esa piscina de música fabulosa.