Nada más saludable que ser corrupto.

Obladí, Odebrecht, la la la life goes on.

El Alto

Me hice escritor para viajar porque viajar es perder ciudades. Quise tanto recordar mis días tropezados en la ciudad de Nueva York que me sometí a una sesión de parasicología con el Dr. Charles Azevedo. Llego al consultorio, me recibe una recepcionista llamada Tempestad Rizo. Ojos verdes, cabello colorao. La oficina quedaba en la Esquina Caliente en Santurce. Allí, luego de darme un té de cáscara, el Dr. Charles Azevedo me durmió y me llevó a la mañana caliente del verano de Santo Domingo en donde un muchacho graduado de APEC y gerente de McDonald’s llegaba a Plaza Central a recoger un boleto que lo llevaría a la ciudad de Nueva York. Su familia le rogaba: eres joven, con un título de licenciado, trabajando en una compañía americana y con una visa… ¿a qué tú te vas a comer mierda para Nueva York? Pero yo tenía ese viaje entre ceja y ceja porque para mí, en mi mente y corazoncito, ese viaje tendría un regalo guardado al final como las monedas de oro debajo del maldito arcoíris. De más está decir que Plaza Central fue nuestro epicentro neoliberal, que el McDonald’s queda en el tercer piso, que el mismo día que compré mi pasaje a Nueva York dos aviones se estrellaban en las torres.

Ese viaje me haría recuperar al padre que perdí veinte años atrás. ¿Valdría la pena? No. Pero aprendí tanto de Nueva York a finales del 2001 y todo el 2002. Y hasta quiero creer que esa travesía fue necesaria porque, y ahora entramos al terreno macabro y egoísta de mi ficción, quiero creer que fue en ese viaje que conocí a Francis Mateo.

Decir Mateo, Francis. Decir sabrosura. Decir hombre bello. Decir poesía. Shakespeare en cibaeño. Un hombre para hablar bajito y bonito. Podrán decirse muchas cosas de Mateo, pero si estás en Nueva York, en octubre, enamorado de una tal Ms. V. frente a un tinto de más en una taberna de La Catorce, llama al celular de Francis Mateo que él no te va a dejar en la calle.

Dímelo a mí, que inventé este juego.

Y de nuevo a mi debilidad. Pues como ustedes saben, yo soy medio pariguayo, y por muchos años escuché a la gente decir: que el Alto esto, que el Alto lo otro. Y luego me puse a leer, después de devorar Urbe Ubre (que by de way es el primer libro de este Francis Mateo), las cosas que publicaba un poeta, actor y saltimbanqui dominicano siempre firmando el Alto. Y para mí que el Alto era como un tíguere en una esquina o en una bodega haciendo cuentos y privando en filósofo de vez en cuando. Digo privando porque las cascaritas que tiraba Mateo con sus post y sus mini-poemas eran más cuestiones intelectuales muy bien estudiadas y disertadas por el migrante dominicano que pudo hacer su carrera ya sea en la UASD o en UNIBE y se veía pasando trabajo en Nueva York. Por un tiempo para los dominicanxs Nueva York fue como la muerte, o sea, nos igualaba. Dice Mateo, o el Alto, quién coño sabe: –Loco, ese problema me ta comiendo la cabeza. Me tira. Me jala. -Tíguere, we dominican, we cover things up that ain’t working with pleasure. -Fuáquete, viene pote. Vale, uté é un filósofo.

Ahora quiero que te tomes un break de la lectura y pienses en Vico C y en la canción Soy el filósofo. Es más, déjame darme un trago y ponerla ahora mismo. Ya, bien. Si quieres imítame y pon la canción o date el trago. Claro está que en el 2001 en Nueva York eso no era lo que escuchábamos pero era el ruido de la nostalgia. Los días más tristes de mi vida los pasé en Nueva York. También los más contentos, como aquel concierto de Celia Cruz en donde fui vestida de mujer. Bueno, dejémonos de desastres y pensemos en la mini-cadencia que propone Mateo en los textos. Si te fijas, en el libro, bellamente editado por Cielonaranja, hay unos espacios predestinados, como si los poemas (o son cuentos, o son anécdotas, o son rezos, oraciones que nos recorren desde las calles más absurdas del Bronx. Porque si recibimos tanta remesa desde fuera, quizás estas voces fantasmas y trasatlánticas son las mismas que nos susurran en los bolsillos, en las visas, en todo eso) quisieran dejar un momento de respiración fílmica para que pase algo entre caso y cosa.

Durante Septiembre Once creímos que el mundo se iba a acabar. “El mundo se acaba para el que se muere”, dice el Alto, triste por la muerte degollada de uno de los suyos, muy joven, un Younglin, en una de las tantas esquinas del Alto. El Alto somos todos. Te termino el cuento. Yo creía en mi imaginación necia que el Alto era un tipo, y resulta que, unos octubres atrás, bueno, actualmente, fíjate la coincidencia, el mismo octubre en que me enamoré de Ms. V., estaba yo en Nueva York para una conferencia en el Hostos College y allí me vi con Arturo Victoriano. Luego de los saludos cordiales me dijo, “Yo me estoy quedando en el Alto”, y ahí fue que como una guanábana caí. Todo este tiempo sin darme cuenta de que el Alto estaba justo frente a mis ojos. Coño, me dije, pero si es del Alto Manhattan que esta gente está hablando.

Pero ya basta de mí. Date un trí de poesía desde el Alto papi:

They sold mix-tapes on the sidewalks

Books on communism for tourists

Prayer beads for every sinner

Moro de guandules for the Dominican radicals

Weed to encounter Dios comiendo arroz

A dude in the corner played some Miles

On a busted up trumpet

“A bullet, a bullet, another bullet”

A bum holding a tambourine

And a bottle of Stoli preached

And no one paid him no mind

Tienen que buscar este libro. Tienen que escuchar a Francis recitar a Shakespeare en Facebook o en Instagram. El libro aparece en línea y deben aparecer sus poemas también. Hay que leer este registro porque es una de las mejores propuestas para ampliar la conversación en torno al carácter multidisciplinario de la reciente literatura dominicana.