Hay personas animadas por vivencias y convicciones que pueden contribuir a cambiar el curso de la historia. Simone Veil es una de ellas, una mujer que logró, en la Francia de los años setenta, conservadora y modernista a la vez, hacer aprobar la ley sobre la despenalización del aborto que lleva su nombre.
Vi recientemente un documental sobre su vida que presentaba los episodios más significativos de la sesión de la Asamblea Nacional donde fue debatido ese texto de ley. En noviembre de 1974, ella tiene 47 años y es la segunda mujer ministra de un gobierno francés. Giscard d’Estaing, hombre conservador y católico accede a la presidencia de la República con la voluntad, a pesar de sus propios credos, de propiciar reformas. Nombra a Simone Weil como ministra de la Salud, con la misión peligrosa de presentar ante la Asamblea Nacional el proyecto de ley sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo y defenderlo frente a un hemiciclo adverso a la legalización del aborto y en un 97% masculino.
Sobreviviente de los campos de concentración nazis donde sus padres y un hermano murieron, Simone Veil ha pasado por lo indecible. Esta experiencia ha hecho de ella el prototipo de una persona resiliente que ha sido capaz de encontrar en sí misma las fuerzas necesarias para salir adelante, una luchadora que sabe mejor que nadie lo que significa la defensa de los derechos humanos.
La Ministra no tiene siquiera el apoyo de los propios partidarios del gobierno. El debate duró tres días y dos noches durante los cuales ella fue insultada, maltratada, humillada, mientras fuera del hemiciclo se generaban manifestaciones en su contra.
Digna, elegante, sobria, ella hizo uno de los discursos más controversiales de la Quinta República. Impasible, aparentemente inquebrantable frente a la violencia de sus opositores y a calumnias que “le dieron nauseas”, sus palabras permitieron la aprobación de la ley que lleva su nombre. Algunos de los mensajes emitidos tienen un interés universal y dan pautas sobre cómo en un Estado democrático se debe defender el derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria de un embarazo.
Ella ganó este combate hace 40 años porque tuvo la habilidad de colocar el debate sobre el terreno de la salud pública y del orden social más bien que sobre el terreno más arriesgado, en el contexto de la época, de la lucha feminista.
“Si intervengo hoy… es con un profundo sentimiento de humildad frente a la dificultad del problema, como frente al eco que suscita en lo más íntimo de cada francés”.
« Llegamos a un punto en donde… los poderes públicos no pueden eludir su responsabilidad”.
« Quisiera en primer lugar compartir con ustedes una convicción de mujer, pido excusas por deber hacerlo frente a esta asamblea de hombres: ninguna mujer recurre al aborto de buena gana. Es suficiente con oír las mujeres. Es siempre un drama y eso seguirá siendo siempre un drama”.
“En la actualidad, ¿quién se preocupa por las que se encuentran en situaciones de desamparo? Entre los que combaten por una eventual modificación de una ley represiva, ¿cuántos hay que se preocupan por ayudar estas mujeres en su desamparo?”.
“El aborto debe quedar como una excepción, el último recurso frente a situaciones sin salida”.
“La naturaleza de las leyes humanas es de estar sometidas a todos los accidentes que pueden acontecer y variar en la medida que la voluntad de los hombres cambia. Por el contrario, la naturaleza de las leyes de la religión es de nunca variar. Las leyes humanas estatuyen sobre el bien, la religión sobre lo mejor”.
Cuarenta años después del voto de la ley francesa, en nuestro país, el presidente Medina ha tenido el valor de hacer prevalecer los derechos fundamentales de las mujeres embarazadas a la vida y la salud, al respeto de su dignidad humana y a su integridad psíquica y moral al observar el Código Penal en casos precisos. Su posición merece el respaldo de toda la sociedad.