Al elegir este título, tengo la obligación de aclarar qie se trata de un tema bastante polémico, por la posible subjetividad que, de manera obligatoria, conlleva referirse al concepto de "símbolo" y al concepto de "literatura del Sur", la cual es otra conceptualización que induce a una discusión al respecto. Existe la "literatura", sin importar su apellido.
De entrada, es preciso aclarar que no me refiero al signo, ni al símbolo, como configuraciones representativas de una cosa que posee un significante y un significado. Me refiero aquí a la simbología que le es propia a la "literatura del Sur" y que está presente en todo acto creativo realizado en una determinada realidad social, por encima de la voluntad o de la existencia de los sujetos creadores o de la comunidad de hablantes. La realidad tangible e intangible está ahí vigente, luego, desde una acción convecional, los sujetos la designan o le !a1aponen nombres.
El sujeto, en su condición de ser pensante, ha estado siempre circundado por la simbología. El ente humano es un ser simbólico por naturaleza. Su capacidad de imaginar, lo sitúa en la estatura de crear y/o reinventar realidades tangibles e intangibles. De ahí su potencialidad de ser considerado como un semi-Dios, como lo consideró Huidobro, por ser capaz de crear nuevos universos (reales e irreales), desde lo estético-ficcional, por la capacidad innata del lenguaje y por su uso de la lengua, desde la literatura.
Cada región, como contexto social y geográfico, tiene su universo de simbologías (espirituales y materiales) que son, los que, desde una mirada de la antropología cultural, conforman su plataforma de creencias, gustos e imaginarios colectivos.
Es a partir de esas simbologías contextuales que el sujeto creador va a construir su obra artística (llámese pintura; escultura; artesanía; poesía; cuento; novela; cine; títeres o teatro…). En cada momento histórico, las simbologías pueden ir cambiando de referente conceptual. Las referencias semánticas de las simbologías no son estáticas, pueden sufrir cambios en sus representaciones semánticas.
El objetivo de este trabajo es poner de manifiesto que, como creadores, tenemos en nuestro alrededor, toda la simbología pertinente para instaurar un discurso literario que, basado en nuestra realidad tangible e intangible, pueda adquirir dimensión de universalidad. Que pongamos la mirada en nuestro entorno
vivencia, como creadores. No es necesario andar tejiendo filigranas, para, desde nuestro espacio vital, crear la obra que trascienda el esquema de lo geográfico, en este mundo global. Que hagamos de nuestras simples particularidades, nuestro universo identitario desde la literatura y/o desde la lengua, como sujetos creadores.
La simbología en la literatura del Sur ha de estar impregnada de un paisaje patético; tropical; candente; punzante; otoñal, primaveral; árido; húmedo; seca; multicolor; plurisemántico; ritualista; enigmático; místico;espititualista; mágicoreligioso; folklórico; románticao; épico; patético; salobre y meloso, a la vez. Esto así, porque representa las connotaciones de una realidad cotidiana específica, distinta y distintiva, aunque usted me diga y justifique que ese mismo armazón socioeconómico y cultural, también lo podemos encontrar en otros "pueblos del Este".
El primero en hacer suya esa realidad, como simbología relevante, fue Manuel de Jesús Galván (1834-1910), en su obra "Enriquillo" (1879). Quien en su obra recoge una simbología trágica, representada por la barbarie de la invasión española, el saqueo y el abuso contra la dignidad humana de hombres y mujeres que, estando en su espacio, fueron perseguidos, apaleados y asesinados. Luego, le siguió, Francisco Gregorio Billini (1844-1898), con su obra titulada "Engracia y Antoñita" (1892).
Es con "Engracia y Antoñita" que la simbología de la literatura del Sur encuentra su, hasta ahora, más significativa expresión identitaria, al recoger en su discurso narrativo aquel paisaje de una parte del Sur (Bani), donde costumbres, aptitudes, formas de ser y creencias, forman el corpus vivencial, anecdótico y esquemático de un ambiente aldeano.
Siguiendo con el discurso narrativo, aparece Ángel Hernández Acosta (Quinito) ( 1922-1995), con su obra "Carnavá" ( 1979 ), quien encarna la simbología del "macho cabrío", el bohemio, parrandero y "hombre de pelo en el pecho", entre amoríos, riñas y tonadas…se alza por las secas tierras de Neiba y la provincia Bahoruco, representando el heroísmo local o de la comarca. Allí, las guazábaras, el guayacán, el mimbre, la cayena, la bayahonda, el rompezaragüey y la flor de cactus, son asumidas como una simbología viviente, que entra a formar parte activa en el discurso narrativo que recorre la estructura estética de la obra. Ya antes había aparecido su obra narrativa " Tierra Blanca" (1957), donde el reseco paisaje, junto al tabardillo ardiente, se constituyen en parte de la simbología sangrante del discurso narrativo.
Es en "Crónica del Sur" (1965), del capitaleño Lupo Hernández Rueda (1930-2018), donde la simbología se encarna luminosa, para incorporarse protagónica y dominante, en una poética sobre la desnuda realidad sureña. Aquí, la referencialidad de la simbología, apunta hacia el enfoque lírico de una poética que trasciende los linderos del esquematismo geográfico.