Camino por la calle y puedo apreciar la belleza de mi pueblo. Puedo verla parada en una esquina, tratando en vano de cruzar una avenida muy ancha, de esas que se construyen para los autos y excluyen al viandante. Esa belleza también la observo en la sonrisa de la muchacha que lleva la comida a su casa vendiendo té de jengibre a los choferes que aparcan sus guaguas detrás del cementerio de La Independencia. Por igual, la miro en el señor que hace de portero desde hace más de 20 años en el colegio, al que los niños saludan con genuino afecto cada mañana, mientras le llaman por su nombre. O en el chofer de concho que tiene mentitas de colores en el tablero de su destartalado automóvil, para brindarlas a sus pasajeros.
Es la belleza de mi pueblo. Nuestro pueblo de uvas de Neyba, de playas de ranking internacional y de gente de sonrisa honesta. Es la belleza de nuestras mujeres y nuestros hombres. Una belleza ahora lastimada por la sangre, los atracos y la pobreza. Mujeres asesinadas como moscas, así, sin más, sin mucho problema; hombres enfermos, torturados por sus propios demonios de una forma tal, que se matan luego de matar. La falta de oportunidades, los casos de corrupción, el déficit en el sistema de salud, inseguridad ciudadana, etcétera. Mientras, una revista de sociedad nos muestra el gran chiste de un ladrón de chaqueta y cuello almidonados hablando de amor y familia, dejando en la boca de muchos el sabor a mierda mezclada con tiza.
Al mismo tiempo, se registra un aumento en el precio de muchos productos de la canasta básica; economistas del gobierno se frotan las manos como moscas urdiendo un nuevo ajuste impositivo; se congela la nómina pública y se dispone rescindir a empleados públicos contratados; los precios de los hidrocarburos siguen aumentando de manera escandalosa semana tras semana; y la procuraduría anuncia la exclusión de José Pimentel Kareh y José Florencio –ex director y ex director técnico de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE)–, de la acusación de presuntos actos de corrupción en esa institución.
¿Quién le habla a la gente? ¿Quién le explica qué a quién?
Con todo y lo que ocurre, no es raro que se sienta un poco de olor a pólvora mezclada con ron. Es como si fuésemos a explotar en cualquier momento. Sin embargo, y paradójicamente, no deja de ser confusa la normalidad cotidiana que se observa en las plazas llenas de gente, en la calle, en la televisión. Al fin y al cabo muchos terminan enajenándose y salen por ahí a tomarse una o dos cervezas, a comerse un chicharroncito light y a dejarse ver.
La verdad es que el panorama en el país nunca se sintió tan oscuro e incierto como ahora, porque los componentes sociales que se perciben son peligrosos. Lucimos sin rumbo, acéfalos, con una absoluta ausencia de orden y regla, carentes de liderazgo, sin agenda ni programa de nación. ¿En verdad dejaremos que el país se nos vaya de las manos? ¿Es lo que haremos…? ¿Permitiremos que la belleza que nos distingue, la que siempre nos hizo atractivos ante los ojos del mundo, la que nos hace sentir vanidosos de ser de esta tierra, se pierda entre la violencia, la inseguridad y la indiferencia? Ruego que no…
Fotografía: Ricardo Ripoll, Santo Domingo, Junio 2016
@riveragnosis