Quiero trazar algo que guarde valor e importancia por mucho tiempo, ahora que conozco que las tormentas que se avecinaban ya vinieron y se fueron. Y pasada ambas, me dispuse a redactar esa experiencia para tan solo encontrarme resguardado en la incapacidad y mutismo interno que no me permitía escribir lo que pensaba o sentía.
Así que ya pasado los vientos y los llantos, me ha llegado la aceptación de que no todos los cambios son buenos.
A mi izquierda y detrás, se proyecta en un televisor que no tiene audiencia. Coloridas y silentes imágenes de una serie de drama de política de años previos se proyectan desde el televisor. Mientras de frente me llegan arpegios de burlerías perdidas y gastadas, de la voz recuperada de una flamenca que hace años no graba. Parado en la ventana estoy, preguntándome ¿que pudiera escribir esta semana?, pues tengo ya tres, que no me sale nada. Agudizo el pensar y enfoco los sentidos más allá de los árboles caídos y el ligero olor a hojas secas que dejara el azote de estas últimas fechas. Un huracán que llevara de nombre de una chica de la noche, nos llegó y dejó residuos. Algunos dentro. La mayoría en el exterior. Y como si fuera necesario contrarrestar la tempestad, le siguió otro episodio. Este con nombre de Virgen, cuya única bendición lo fue el que se fuera.
Por tiempo he pensado que existe una economía de desastre o de terror. Aquella que anticipa una caída en los mercados, y te obliga a consumir más de lo necesario, porque al hacerlo guardas convicción de que todo estará bien. No hace con tu estómago, con tu seguridad física y emocional. El peculio de calamidad se valida dando respuesta, a que no hay mejor forma de empoderar el goteo de la duda, que con una inundación de verdad, cuando los paisajes personales o globales comienzan a cambiar. Y de los resultados, solo queda la expresión comportamental de la humanidad. Entre los que ven y los que hacen; seguidos del grupo que aglutina a los agradecen su fortuna y los que se lamentan de ella.
Y he ahí, el vacío de la elipsis. De la desesperación. De no saber qué hacer o decir. Pero de sí saber que seguimos siendo iguales. Que no salimos mejores de la experiencia. Que todo sigue igual. Y que en la tragedia de otros aun solo vemos la fortuna nuestra. Y que por eso, he llegado al lugar momentáneo, que siempre viene después de la tormenta. El silencio.