La responsabilidad de una nación recae sobre todos sus ciudadanos, esa es una realidad, de donde se desprende la socorrida frase “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”, sin ser esta mas que una justificación del consentimiento de muchos y una declaración de impotencia general. Pero es una realidad también, que los grados de responsabilidad son diferentes para los distintos grupos de personas, así como para los individuos que conforman una sociedad. Por supuesto que la responsabilidad de un partido político es mucho mayor que la de una junta de vecinos o de un club deportivo. De esa misma manera, recae una más grande responsabilidad en un congresista o un forjador de opinión pública, que la que asume un agricultor o un vendedor ambulante.
Los partidos políticos que estando en la oposición pasaron a formar parte del tren gubernamental, no solo perdieron la independencia de sus órganos directivos, debido a los nombramientos de sus dirigentes en la nómina pública, sino que perdieron la vocación política real de su propia esencia de guardianes del sistema democrático en el cual elegimos vivir. ¡Ya no la tienen! Cambiaron sus ideales y principios por prebendas y privilegios, constituyendo estas las razones mas indignas en el cambio de actitud de un ser humano y mucho mas cuando se trata de los actores del quehacer político de un país.
Claramente, los partidos políticos de “oposición” carentes de energía cívicas y de orientación política firme, no representan la confianza y seguridad que requiere nuestra sociedad y consecuentemente han perdido, en gran medida y sobre todo los antiguamente grandes, las fuerzas que los sustentaban. Como resultado de su sumisión impropia, el peso abrumador de su silencio los acusa y los condena, como cómplices de un horrendo crimen. Evidente, un error en política es muchas veces peor que un crimen, y por eso la condena es sumaria.
La falta de escrúpulos de la alta dirigencia del partido en el gobierno, que ha permitido que esos partidos devoren como fieras el Tesoro Nacional, los somete de manera perpetua; no a la justicia lamentablemente, sino a su manipulación y dominación con el único propósito de mantener el oficialismo en el poder absoluto, sin límites de ningún tipo. La falta de visión política de esos partidos o mas bien de parte de su dirigencia, los ha convertido en solo entelequias que no sirven para nada.
El momento es crítico, la situación del país es preocupante y la necesidad de que surja una fuerza política que detenga las pretensiones continuistas de este grupo de ambiciosos de poder, es necesaria. Debemos estar convencidos de que la fortaleza de un gobierno solo lo da la fuerza de sus gobernados, esa misma que puede ser usada para deponerlos.
El partido oficialista, en sus manifestaciones absolutas, ha estremecido la maquinaria del Estado con tal ruido, que ha sacudido los cimientos mismos de la nación con bochornosos escándalos que un día tendrán que ser presentados, en su verdadera dimensión, al país y a la justicia; y no pasar por la vergüenza y la humillación de que gobiernos extranjeros nos impongan el deber de administrar justicia.
No puede ser que un mal que ha sido previsto y denunciado, no pueda ser evitado. El torcer una democracia hacia el inaceptable populismo autoritario, nos lleva a un sistema político deformado y quien sabe a dónde más. Se necesita hacer una llamada elocuente a la Conciencia Nacional para que el dominicano volviese su mirada a todo cuanto aquí ha acontecido en los últimos 20 años y que se decida a actuar por amor a su Patria y así levantare con sus brazos un muro de contención para retener las ansias de Poder y apetencias de riquezas de estos grupos de ambiciosos, que solo traen consigo el envilecimiento de nuestra sociedad. Nunca fue más visible en el país, el deterioro moral y el daño infligido al orden económico que se había establecido para lograr el desarrollo de la nación.
Se puede reconocer que el mundo se mueve, y no nos referimos al movimiento de traslación o de rotación, sino al mundo real…al viviente, porque un grupo de personas llamados empresarios, pequeños y grandes, lo ponen a moverse. Y es importante que lo hagan y que nunca se detenga. Pero también es importante que el gobierno asuma solo un rol de regulador y no de protector a determinados grupos en detrimento de otros y mucho menos que funcionarios públicos se dediquen también a actividades empresariales puesto que la natural inclinación de estos, seria proteger sus áreas de influencias como ha sucedido con la comercialización de productos agrícolas importados y de combustibles, producción de materiales usados en la construcción o en la producción y venta de fertilizantes, donde también participan vendedores ocasionales vinculados.
El sector empresarial no ligado al gobierno, se siente permanentemente amordazado y amenazado a la vez, por el chantaje y el abuso de muchos de los funcionarios del Estado que buscan mantenerlos atados a sus objetivos económicos y políticos. Por otro lado, existen muchas empresas ligadas al gobierno y constituidas en el pasado reciente, que han logrado fortunas inmensas en base al favor político y al contubernio del grupo en el poder y donde se podrían encontrar, en sus estructuras accionarias, la participación de muchos de los líderes y funcionarios del partido oficial. Estos son los verdaderos conspiradores contra la salud de la Republica y el bienestar común.
Todo luce disforme a tal punto, que parecería que estamos condenados a vivir por siempre las características y peculiares condiciones de vida del tercer mundo. Y todo esto sucede ante la mirada cómplice de muchos actores que se supone que tendrían la valentía de denunciar estas inconsecuencias que hieren dolorosamente el porvenir de todos los dominicanos.
Otro de los grupos en el cual se ha confiado tradicionalmente para detener estas villanías son los que supuestamente crean opinión pública, periodistas o no. Pero desafortunadamente esas supuestas conciencias de antes fueron compradas o quizás vendidas, que aunque parezca distinto tienen el mismo destino, que no es más que el silencio, el silencio cómplice y conspirador. Como se podría explicar el cambio radical de una mente lúcida y anteriormente comprometida con mejores causas, que no sea por el temor a la necesidad y aferrarse a un puesto público o diplomático; o mucho peor aún, por el deseo de riquezas que todo el mundo sabe que proceden de la Hacienda Nacional o por el afán jactancioso de exhibir irritantes privilegios que únicamente denotan una muy pobre formación cívica. No es cuando la clase política logra estas riquezas y estos privilegios, que el Estado llena el cometido de progreso, equilibrio y equidad, sino cuando se advierte en la población un verdadero estado de bienestar general. ¿Dónde están ellos? La Patria los llama y no acuden, prefiriendo el silencio que los convierte indefectiblemente en conspiradores, sino cómplices del deterioro de la Republica. El silencio, que generalmente es prudente, en este caso no es más que cobardía.
El partido en el Poder tiene ahora los recursos económicos, tiene también el Gobierno y consecuentemente el presupuesto de la Nación y además carece de escrúpulos para quebrantar cualquier proceso electoral. Han conspirado contra la Republica y lo seguirán haciendo mientras tengan la complicidad de esos sectores y la permisividad de todos los demás. Esto último lo podemos evitar y esa es nuestra gran responsabilidad. ¡Hagámoslo!