Existe una figura jurídica que se menciona poco, a pesar de que tipifica un crimen milenario que menciona la Biblia, el Corán, y el Torá. Me refiero al delito de omisión, a ese que aquí no se le hace mucho caso. Quiero recordarlo nuevamente ahora que inauguramos Suprema Corte de Justicia. Es deber ciudadano evaluar las condiciones profesionales, humanas y éticas de cualquier funcionario judicial, y con mayor esmero, si ejercerá como última instancia. Debemos saber que hicieron o dejaron de hacer.

El nuevo presidente de la Suprema Corte de Justicia, de extenso y brillante currículo, ejemplar conducta privada, y bien valorado por quienes fueron sus antiguos compañeros de trabajo, parece ideal para el cargo. Un acierto, que hasta permitiría echar a un lado su membresía en el comité central del PLD, su fervor danilista, e incluso albergar la tentación de creerle esa reciente renuncia del partido. Nada, que en principio y a primera vista, parece un magistrado confiable.

Ahora bien, dando una segunda mirada al ilustre jurisconsulto, constatamos omisiones por las que debió responder si hubiese presentado su candidatura en una auténtica democracia y frente a un tribunal imparcial.

Sin mucho esfuerzo, se comprueba que el Lic. Molina ha mantenido sus labios y su pluma cerrados en lo referente a desmanes, transgresiones legales, sometimientos, expedientes, denuncias, y el enriquecimiento ilícito de muchos de sus compañeros de Comité, y de partido.  Sin faltarle el respeto, podríamos afirmar que este nuevo Juez nunca ha puesto en tela de juicio a ningún miembro de su organización política. No ha criticado a nadie. Dejó hacer. Esos grandes conocimientos académicos, capacidad administrativa, y honorable personalidad, nunca pudieron perturbarlo y hacerle protestar.

“… si de una omisión resultare grave daño para la causa pública o para un tercero las penas serán de inhabilitación y multa…” Claro, porque es un delito. “En derecho, es una conducta que consiste en la abstención de una actuación que constituye un deber legal…”  Si estas dos citas resultan incorrectas – al fin al cabo desconozco el intríngulis de las leyes – me pueden corregir los expertos. De lo contrario, tendríamos que sospechar de quien hoy es la máxima instancia legal de la nación, pues ha llegado al cargo con grave pecado original sin bautizar. En estos tiempos, sentirse a gusto sentado con ciertos compañeros del PLD bastaría para iniciar cualquier duda.  

El silencio cómplice, aparta y lleva ante los tribunales incluso a miembros de la alta jerarquía católica, pues también en el código penal vaticano, callar frente a una transgresión legal es delito. Pero si en esta tierra ya no lo es, nada podría objetársele al Lic Molina; tendría solamente que responderle a su conciencia.

Hay algo más. Ese hombre, conocedor de leyes y procedimientos, sabe perfectamente que en nuestra constitución de ahora – la que no se ha vuelto a cambiar – está prohibida la reelección. Tanto así, que cerebros legales adscritos a la presidencia andan buscando subterfugios para escabullírsele al mandato; otros ofrecen tentadoras sumas de dinero para cambiarla. Pero resulta y viene a ser, que el nuevo presidente de “la Suprema” promueve la reelección y busca escapadas legales para hacerla posible.  ¿No podría decirse, entonces, que el máximo representante de la ley está buscando maneras de ayudar a su líder a saltarse la ley?  Pensémoslo bien…

Dice el apóstol Santiago 1:22-25:

“Sed hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona que es…”