Sigo pensando en Luis Días ahora que Bob Dylan es el Nobel.
Dentro de esos "greatest hits" que todos tendremos, de repente sube uno de los discos y la aguja que los toca es como el lápiz que nos dicta los mejore sentimientos.
Pienso en Luis Días. Siempre lo hago. Le quito casi siempre lo del "Terror" para que el "luidía" sea una píldora sin necesidad de agua.
Ahora Luis emerge porque uno de sus ídolos estará en boca de medio mundo. Ya ustedes lo saben, mis lectores. Demás está decir "Bob Dylan", "Premio Nobel".
El tema que sube es el "Muchacha de pino verde", aquello de que "jamás te pondría, muchacha de pino, porque a ti como a la mar…"
Son tantas las imágenes que se me agolpan que tengo que escribir borrasamente y no buscar un pañuelo.
Luis la cantaba en los 80 pero luego se resistió a seguir con esa lírica. Aun sin grabaciones, el tema era como la clave de que estuvimos en esos conciertos suyos y que cuando salíamos, el Días también estaba al sonar gente como Dylan.
Una vez escribí un texto sobre la importancia de incluir a Luis Días dentro de la literatura dominicana como poeta, porque eso era justamente lo que él hacía: poesía. Ahora que a Dylan le han dado el Premio Nobel de Literatura, recupero esto que escribí en el 2011 de un concierto suyo en Berlín.
Sigo pensando que en la recta final del siglo XX, Luis Días fue uno de los grandes poetas y que como tal debe asumírselo más allá de los casetes mal grabados y la rumba de sus otros discos.
Y del Bob, qué decir, si ya René del Risco lo mencionaba en uno de sus textos, demostrando que el Dylan hace muchísimos años que ya estaba con nosotros -y con su espíritu.
http://hoy.com.do/cielo-naranj a-ver-a-bob-dylan-y-seguir-a- bob-dylan/Ver a Bob Dylan y seguir a Bob Dylan
Por MIGUEL DE MENA
28 mayo, 2011Duré quince años pensando si ir a un concierto de Bob Dylan. Al fin venció la ley de gravedad.
Cada vez voy a menos conciertos. Los rituales de la postmodernidad imponen su ritmo. Con Rammstein fue adrenalina pura porque con tanto fuego y sin pausa y sin chequeos eternos de sonido y la humanidad vestida de negro. Con los Rolling Stones era como ir a un congreso de jubilados a los que se les permitía un día para ir a comer cocaleca, descontando un par de nietos alegres, como si entraran a un Disneyland de la tercera edad. Con Jan Garbarek, mejor no olvidar los inciensos la próxima vez.
Por MIGUEL DE MENA
28 mayo, 2011Duré quince años pensando si ir a un concierto de Bob Dylan. Al fin venció la ley de gravedad.
Cada vez voy a menos conciertos. Los rituales de la postmodernidad imponen su ritmo. Con Rammstein fue adrenalina pura porque con tanto fuego y sin pausa y sin chequeos eternos de sonido y la humanidad vestida de negro. Con los Rolling Stones era como ir a un congreso de jubilados a los que se les permitía un día para ir a comer cocaleca, descontando un par de nietos alegres, como si entraran a un Disneyland de la tercera edad. Con Jan Garbarek, mejor no olvidar los inciensos la próxima vez.
Como no había manera de acabar con la cervezas previas, oh sí, ese ritual de botarse uno antes de que el músico de turno te bote, llegué dos canciones tardes al concierto de Dylan en el Max-Schmeling-Halle. Por suerte.
Fue rara la sensación de pasar esos controles, como si se tratase de algún gurú convertido en Primer Ministro. O quién sabe.
Fue más rarísima esa sensación de no tener la ropa adecuada, de llegar solo y apañarte un lugar cerca de la tarima. Para ver a Dylan hay que tener unos jeans super desgastados, caminar como quien no quiere las cosas y no darle bola a nada ni a nadie. Hay que ser como Bob.
Esta vez mis avances hacia las tarima sólo se vieron complicados por paquete de gente transmitiendo en vivo el concierto o tomando la foto del siglo o hablando en grupo de lo loco que era estar en el concierto de Dylan mientras Bob estaba a nuestras espaldas y si te recuerdas que Woodstock y que aquél concierto en el Liceo y que patitín patatán ’donde va Miguel y Bob cada vez más aflautado, acabando su canción, tomando agua, mirando la lista de canciones, cantando una nueva canción, tomando agua, revisando la lista, y yo metiéndome en una neurona de Dylan, pensando si él realmente existía, como John Malkovich dentro de un John Malkovich, “Lay Lady Lay” al fondo, greatest hits a granel, no mucha gente cantando en coro porque a Dylan no se le corea, eso con el Bob no es cool, al Bob se le deja en su tarima que cante, que tome agua, que vaya como el Hombre Nuclear de la guitarra al órgano, y que ni se le ocurra sonreír, porque no habrá motivos para alegrarse de nada, porque el never ending tour es un concierto cada tres días y las mismas canciones y los mismos tipos de plástico de la Cruz Roja esperando a que alguien reviente.
Ver a Bob Dylan es una excusa para llamar a los amigos y contar que las velas del bizcocho no se han deshecho completamente. Guardas en algún sitio el boleto de entrada porque tal vez ese era el objetivo con Bob, el haberlo visto aunque no importara tanto el haberlo oído, el haber recordado a los amigos con quienes uno quisiera compartir y mejor que no hayan venido, mejor seguir de bala y largarse lo más rápido de este concierto, y si, Bob, que celebres tu cumpleaños.