La sociedad dominicana es ahora mismo un torbellino dentro del cual todo termina en las elecciones. Hablo y escribo en un país secuestrado, sin instituciones, en el que el poder del dinero es abrumador. Un país en el que el delincuente juzga al juez, y es juez de sí mismo. El corrupto rumia su fama, el asesino dispersa a la víctima concreta en individuo, el político ladrón echa la culpa sobre la irresponsabilidad de la historia, el mandatario charlatán dice que es Dios quien lo ha colocado en el cargo, y Dios mismo es quien le pide continuar. La víbora del culpable hinca sus colmillos en el cuello del inocente, y las cosas siguen como en aquel baile de máscaras del libro de Mario Perniola, titulado “La sociedad del simulacro”; porque la realidad dominicana es un mundo bizarro, un mundo al revés, cuya epidermis refleja fatalmente la triste contabilidad de la mentira que encarna nuestra historia.
En un mundo semejante, ¿se pueden llevar a cabo unas elecciones libres? El engaño del sufragio se funda en el mito de la libertad individual. Como soy yo quien echa el voto en la urna, se supone que puedo engreírme de mi libertad. Pero, ¿quién es libre en una sociedad en la cual más del cuarenta por ciento de sus habitantes naufraga en la línea de la miseria, y más de un siete por ciento sucumbe sin remedio en la pobreza extrema? ¿Quién es libre frente a un Partido-Estado que maneja todos los tinglados de la manipulación colectiva: poder ejecutivo, cámara de diputados, senado de la república, cámara de cuentas, fuerzas armadas, poder judicial, organismos de seguridad, educación pública, planes de asistencia social, presupuesto público, estructura del cobro de los impuestos (usada como poder de intimidación), etc. Y que, además, desnaturaliza el papel de la prensa por la vía del dinero, coopta lo que deberían ser los valores espirituales prostituyéndolos sin piedad, y encima de esos privilegios domina sin ningún escrúpulo tanto a la junta electoral como al Tribunal superior Electoral.
Después de la muerte de Trujillo no habíamos tenido un torneo electoral más desigual y lleno de tanta angurria. Ni siquiera las elecciones que Trujillo organizaba eran tan caricaturescas como ésta. Aquí nadie se puede hacer el suizo. Todo el que observa lo que estamos viviendo se puede percatar de la abrumadora superioridad de los recursos del partido oficial, de la apabullante ostentación de riqueza, del despliegue inverosímil de la inequidad que supone la manipulación ciudadana a través de esa gigantesca maquinaria de corrupción en el gobierno. ¿Alguna autoridad competente indagó sobre cuánto costó la compra de senadores y diputados para alterar la constitución y permitir la repostulación de Danilo Medina? La senadora Cristina Lizardo únicamente con lo acumulado por el “barrilito” durante seis años tiene en la faltriquera más de ochenta millones de pesos, y dispone de todos los recursos del Senado. Reynaldo Pared se embolsilló cerca de setenta millones en seis años de “barrilito” ,y duerme placido esperando la contienda. Así ha sido y sigue siendo con todos los candidatos del PLD. Estas elecciones están descaradamente parcializadas, son casi un abuso y el candidato oficialista un abusador. La “realidad” del sufragio se puede disfrazar de democrática, pero el espesor de la corrupción, la amplia franja de la pobreza y la ignorancia la convierten en una caricatura de la libertad. El PLD no sabe competir en igualdad de condiciones, y es la plutocracia emanada de la corrupción histórica, junto al secuestro de las instituciones, lo que les garantiza la continuidad en el poder.
No hay libertad sino en la elección de un comportamiento humano que no brota del temor, de la miseria o de la ignorancia. Soy libre en la medida que mis actos expresan mi voluntad no condicionada. Pero si mi propio yo es abolido, si en un mismo golpe extendido hasta el infinito se ha borrado todo vestigio ético, toda solidaridad verdadera; lo real se adultera y queda el simulacro, la caricatura. Después de la muerte de Trujillo, estas son las elecciones más inauténticas, manipuladas y falsas, de la historia dominicana. La calidad de nuestra democracia está herida de muerte. Hay que luchar, sí, pero hay que decir lo que todo el mundo siente.