Los párrafos preparatorios como cuadraje de un acto propio del drama histórico narrado por Bartolomé de Las Casas y recogido como entreacto por Pedro Mir titulado “La entrevista del fuerte de los sinsabores de Don Bartolomé” (Ver, Tres Leyendas de colores, pp. 147-149), activan, representan y convierten el momento en un guión de la crisis y del drama del poder en la colonia.

El resto de la narración ensayada y pronunciada por Mir, da pie a otra aventura de resistencia en la isla. Pero antes, ya el germen de la discordia estaba sembrado. Irónicamente Mir inserta un “Breve cursillo de Diplomacia por correspondencia” y allí mismo presenta la Carta de Roldán al Almirante, fechada el 17 de octubre de 1498 en Bonao (vid. pp. 174-178); pero también reproduce la “Carta del Almirante a Roldán, fechada el 20 de octubre de 1498 (vid. pp. 177-179).

Se trata de dos piezas escritas con el suficiente cinismo y maña sediciosa como para convencer sin convencer a uno y otro interlocutor o destinatario. Según Pedro Mir, la “Carta (de Roldán) es todo un monumento histórico. A primera vista parece desvergonzadamente hipócrita” (p. 175). Pero la “Carta del Almirante a Roldán” era una ¡hermosa carta!… Quiere decir que el Almirante no está medio-enojado. Entonces Roldán tendrá que admitir que la insurrección no tiene sentido si ha de respetar el contenido de su propia carta, es decir, la conclusión flotante. Y, efectivamente, así lo consigna la historia. Las Casas nos cuenta que Roldán, con Gómez y Escobar, se mostraton dispuestos a pactar cuando recibieron esta carta, hay que imaginar a Roldán sintiéndose querido en aquella soledad sin españoles” (p. 179)

La Carta… no es un texto que muestra sentimientos, sino estrategias diplomáticas y políticas, cursadas por la autoridad y a nombre del rey o su representación jurisdiccional. La misma pretende intimidar y restringir acciones rebeldes. Pero para eso había que otorgar confianza y lograr un acercamiento- lo cierto es que:

“Si Roldán hubiera sido el autor solitario del alzamiento, si hubiera realizado, él por sí, toda esta aventura, en estos momentos, el Almirante habría logrado la más poética de las victorias. En vez de enviar un ejército habría enviado una Carta, y habría aniquilado una insurrección con una queja” (Ibídem.)

El acontecimiento es a la vez una tarea histórica:

“Pero no podía ser así porque la insurrección no era solo hombre. Era un pueblo. Y sucedió lo que tenía que suceder. En cuanto se corrió la voz, el pueblo se desperezó como una bestia. Alzó un clamoreo. Produjo aquel famoso ronquido en forma tan concreta que podría vérsele avanzar ondulando la tierra. Los caudillos comprendieron de pronto que todo hombre está encajado en sus circunstancias. Que ellos no eran más que símbolos (énfasis nuestro). Y pues se plegaron a los hechos como las mariposas. El pueblo, así anónimo, les exigió que cualquier composición que se hiciese debía ser en público, por escrito y sujeto a la aprobación y censura de todos…” (pp. 179-180).

Luego, los acontecimientos tales como los narra Mir, cobrarán valor por los diferentes modos de ser tratados, adaptados, recibidos o interpretados en contextos de sentido y reconocimiento. La historia no recrea solo el momento de circunstancia. Más bien, particulariza gestos sociales y culturales donde la mediación, conflictiva o no, produce  niveles de progreso o atraso, vacío, comprensión o nebulosas de sentido.   

Es importante señalar como dato de interés, que la misma historia de la prosa dominicana, caribeña y latinoamericana, no precisa de un programa de escritura lineal o vertical, donde lo radical del lenguaje, promueva su estado de transparencia y opacidad enunciativa. Los trayectos verbales, narrativos y discursivos que asume nuestro autor en Tres leyendas de colores parten de una contradicción entre los colones y los roldanistas.  Pero ninguno de los dos grupos se libera de las cadenas de la opresión ni de la fuerza del contrato real.

En lo concerniente a las rebeliones entendidas como las primeras revoluciones en el Nuevo Mundo, las apreciaciones de Mir parten de una impresión, más que de una doxa elaborada sobre el particular. El siglo XVI y el XVII no produjeron reales revoluciones en las colonias sino más bien alzamientos, levantamientos violentos, rebeliones que no lograron transformar el estado de cosas de la colonia o las colonias.

Los conflictos entre españoles, españoles e indios, españoles o negros, fueron luchas por lograr modos más humanos de vida; fueron rebeliones por los maltratos aplicados por los administradores, gobernadores, capitanes, consejeros, adelantados, oidores o regentes que llevaban a cabo empresas especiales en las islas del Caribe y en general en tierras americanas. Pero ni Roldán, ni Enriquillo eran realmente “revolucionarios” como pretende Mir.  Sus respuestas al statu quo español se asumieron en el plano de negociaciones que también eran “esclavistas” y opresoras.

Mir llega a creer que Roldán era realmente defensor de los indios y que Enriquillo era un rebelde contra la corona española. Ambos llevaron a cabo su empresa cuando sus intereses personales peligraban. Roldán no libera indígenas, si no más bien, los utiliza como medio de presión; lo que no quiere decir que su empresa era la defensa a los indios de La Española. El roldanismo era un cauce en La Española. Las rebeliones en la colonia se daban por algún acontecimiento que implicara la base del régimen en su acto agresivo y de fuerza en muchos casos.

Con todo, la bibliografía utilizada por Mir es al día de hoy, carente de datos bien averiguados y en la actualidad mejor tratados por sociólogos, politólogos o culturólogos, especialistas en las indias occidentales y en asuntos institucionales de la colonia y el colonialismo. Lo que nos muestra la bibliografía es un estado de fuentes obligadas para referencializar dicho tema en escritura, estructura y debate.

En efecto, acudir a Fernando Colón (Vida del Almirante) Antonio del Monte y Tejada (Historia de Santo Domingo) Gonzalo Fernández de Oviedo (Historia general y natural de las indias), Lewis Hanke (Colonización  y conciencia cristiana), Antonio de Herrera (Historia verdadera de los hechos de los castellanos), Bartolomé de las Casas (Historia de las indias), López de Gómera (Historia general de las indias), Samuel Morrison (El almirante del Océano), Pedro Mártir de Anglería (Décadas del Nuevo Mundo), J. A. Saco (Historia de la esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo seguida de la historia de los repartimientos y encomiendas), y otros de la misma naturaleza, significa mostrar un corpus dependiente de una base textual fijada por su criterio muchas veces subjetivo e inverosímil.

La crítica histórica e institucional, que además es bibliográfica, historiográfica e instruccional, parte como referencia en esta obra Mir de los siguientes estudios: Historia de España y de la civilización española de Rafael Altamira; Biografía del Caribe (Germán Arciniegas); El municipio de Cortes en el imperio español de las indias (J. E. Casariego); Introducción a la historia del derecho indiano (Ricardo Levene); El distrito de la audiencia de Santo Domingo en los siglos XVI al XVIII (Javier Malagón Barceló); Vida del muy magnífico señor Don Cristóbal Colón (Salvador Madariaga); La encomienda indiana; de encomienda y propiedad territorial en algunas regiones de la América española; Las instituciones jurídicas en la conquista de América; Ensayos sobre la colonización española en América (Silvio Zavala); El estatuto del obrero indígena en la colonización (Carmelo Viñas y Mey) y otros.

La base historiográfica y crítica qua apoya las Tres leyendas de colores no oculta, sin embargo, la pertinencia del ensayismo histórico-cultural de Pedro Mir, aun allí donde la imaginación histórica cobra su alcance en base a una interpretación cuasi literaria de la Historia. El hecho de que la narración como técnica ocupe un lugar significativo en la escritura de Pedro Mir, ello no indica la prudencia epistemológica que debió tener nuestro autor para el tratamiento de las circunstancias en cuestión.

Sobresale en los niveles de superficie y de profundidad textuales la significación relacional entre historia, contexto y sujeto histórico, de suerte que el dato y el acontecimiento hacen que la interpretación oriente la visión del mundo colonial en este caso. La sutura y el desanclaje históricos permiten entrever las imágenes y fórmulas políticas que han funcionado en la base misma la textualidad histórica y en el norte mismo de la interpretación.

De ahí que el mismo estado estilístico de la prosa de las Tres leyendas de colores, aseguren el contraorden, el marco verbal y la subjetividad del texto histórico. El ritmo de descripción, narración y diálogo promete en esta obra de arte verbal una comprensión de la misma como obra  o texto artístico-verbal, tal como se observa en la narración sobre la llegada de Américo Vespucio y Alonso de Ojeda a la isla española (Vid. pp. 204-206, y pp. 207-209).

El contacto entre Francisco Roldán, alcalde mayor de la isla y el aventurero y audaz Alonso de Ojeda, crea una tensión en el relato que cobrará una significación entre diplomática y conflictiva. Los dos actores hacen vivir al lector líneas políticas tensionales, pues ambos nacen y son actores de verdaderas anomalías económicas, comerciales y oficiosas. De ahí la petición de una autorización por parte de Francisco Roldán a Alonso de Ojeda para comprobar que su estadía en la isla era legal y adecuada.

La audacia, las habilidades o manejos de ambos personajes hacen de esta ocurrencia narrativa un valor composicional en esta obra de Pedro Mir que cuando se lee como picaresca y crónica de viaje alcanza todavía más agudeza que cuando se lee como historia. Y de eso se trata. La Historia es aquí hija de la imaginación y de la épica narrativa. La estructuración de los eventos convergentes en esta obra, permite entender el acontecimiento como historicidad y autoridad.

Las pautas narrativas registrables en Tres leyendas… ayudan a articular todo el tejido conformativo del trazo, la trama y la suma de eventos verbales. Una conjunción de elementos y cuerpos temáticos del mismo texto se vuelve incidente y adherente a la visión de contenidos simbólicos, políticos y poéticos.

Todos los ejes e imágenes que aparecen visibles en la superficie nivelar y en el sistema de correspondencias establecido por los nexos temáticos, formales y estilístico-textuales, conducen a consolidar los puntos de coherencia de la narración. De esta manera, el viaje textualizado cobra su valor, no sólo como suma de aspectos de un trayecto verbal implícito y explícito en el contexto escriturario, sino también, por sus claves de creación. Por lo tanto, el universo verbal, temático y expresivo convoca a los llamados “complementarios” del discurso histórico.

El espesor temático-verbal y significante de Tres leyendas…, invita a releer y a reanalizar el cuerpo documental y específico de una cultura letrada, basada en lo que dicta el Derecho Indiano Internacional y la historia de las mentalidades que han incidido en la cuestión insular y continental.