El capitalismo tiene su sistema político, la democracia representativa. Con las celebraciones de las elecciones, la población “eligen” nuevas autoridades periódicamente en los órdenes presidenciales, congresuales y municipales. Toda la sociedad se involucra en lo que llaman «fiesta de la democracia». El Estado interviene con la utilización de todos los recursos estatales para garantizar su celebración.

La democracia representativa funciona en aquellas sociedades donde existen reglas de juego clasista y una burguesía gobernante que respete y haga respetar la ley. Su esencia reside en la independencia de los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, del Estado. Es la forma “ideal” para equilibrar las decisiones del presidente de la República.

El capitalismo tiene una poderosa estructura de dominación ideológica, crea y moldea el pensamiento y la conducta de las personas. Las elecciones son parte de la misma. Corona su objetivo, en el momento que la gente cree que con su voto participa en una supuesta fiesta… A pesar de todo, es correcto irrumpir en ella, cuando se pueda, como un escenario más de la lucha de clases; enfrentamiento para desenmascararla y avanzar hacia la meta.

El espectáculo tiene un árbitro, no podía quedarse, para dar apariencia de imparcialidad, transparencia y equidad. Es la Junta Central Electoral (JCE) conformada, en forma ilegal, con representantes de los partidos políticos que se alternan el poder, algunos “independientes” y la decisión final del gobierno. Su paso, selección, por el Congreso es “puro cuento”, formalismo y encubrir, y meter de contrabando la voluntad de las autoridades de turno.

Es todo una “morisqueta” clasista. Se vende la idea de libertad de elección y libre expresión de pensamiento. El sistema electoral establecido está sometido a fuertes presiones y voluntad del poder ejecutivo, ya que el gobierno es quien, por ley, suministra los recursos, el personal militar y policial para su custodia y seguridad.

El proceso electoral es un negocio comercial donde el mercado se dinamiza con la inyección de recursos gubernamentales, del sector privado y del bajo mundo. El dinero es un instrumento ideal para comprar conciencia y voto; sobornar inspectores de la JCE. Con los medios oficiales, gobierno de turno, chantajea, sugestiona, a la población que reciben ayudas sociales; y beneficia al grupo económico preferido. Todo un círculo vicioso que desnaturaliza lo que mal llaman “fiesta de la democracia”.

Hasta ahora, en el capitalismo, las elecciones sirven para alternar en el poder a los partidos de la clase oligarca burguesa. Aquellos que han creado su capital y su riqueza “negociando” con el Estado, robando y despilfarrando sus bienes. Las fuerzas revolucionarias y progresistas, todavía no han comprendido la importancia del proceso electoral; como un nuevo escenario legal y difundir ideas, organizar a la población e ir escalando peldaños hacia la meta suprema de transformar la sociedad.

Con elecciones no se transforma la sociedad, estamos claros. Se puede avanzar, no desaprovechar la oportunidad, en el difícil camino de la revolución. El proceso electoral no es para desmantelar el sistema de explotación instalado por la burguesía. Es única y exclusivamente, cambiar a los inquilinos del Palacio Nacional y su forma de administrar los asuntos de Estado.

Embriagarse con las elecciones no es una salida aconsejable. Pueden abrir los ojos, cuando pase la resaca, abrazados, con las dos manos, de un capitalismo pervertido. Su alto grado de contaminación ideológica obliga a estar vigilante ante el peligro en despertar, de nuevo, levantando una bandera contraria. La peligrosidad del sistema capitalista es evidente. Sobreviven aquellos, muy bien, amueblados con posiciones políticas e ideológicas revolucionarias. Y saber resistir y vencer las tentaciones de clase.