La reciente publicación de Emelda Ramos, Historiografía y literatura de Salcedo, 1865-1965 (Archivo General de la Nación. Volumen CCCXV. Santo Domingo: 2017), confirma una vez más su dote de investigadora que no se arredra ante los obstáculos que impone la investigación, sobre todo en un país como la República Dominicana donde predomina la oralidad y las fuentes hay que constatarlas una y otra vez. En el proceso de investigación, iniciado en el año 1984, Ramos hurgó en los archivos parroquiales, en las oficialías civiles, imprentas y bibliotecas; revolvió armarios y cajones de residencias salcedenses, donde hacía años reposaban manuscritos y fotografías olvidados; aspiró el perfume añejo de los álbumes femeninos que guardaban con tremendo celo los poemas recortados de los periódicos, boletines y publicaciones de la época, en los que sus autores cantaban sus cuitas de amor; entrevistó, leyó. Y no conforme con encontrar los nombres de los autores citados por prestigiosos investigadores como Emilio Rodríguez Demorizi, monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito y Mario Concepción, entre otros, se empecinó en encontrar los textos. Así esperó 34 años, porque supo esperar como le había dicho fray Vicente Rubio cuando un día la vio rebuscando afanosa entre los archivos. “Releer y esperar hasta que el texto cante”. Ese consejo guio su recorrido.
Durante una entrevista que le hice a Ramos en su residencia, en San José de Aguas Frías, Salcedo, en marzo pasado, esta me dijo y cito:
“Todo el mundo decía por tradición que en Salcedo había pianos en las casas, músicos, se daban conciertos, se escribía, se hacían veladas literarias. ¿Pero quiénes eran los protagonistas? Y si algunos nombres estaban puestos, como por ejemplo el del decimero sin igual Manuel de Jesús Paulino (Pijigua, 1866-1962), nuestro cantor popular, ¿dónde estaban los textos? Bueno, había que buscarlos. Había que construir una biografía y, de ser posible, buscar una fotografía que revelara un perfil del personaje”.
Historiografía y literatura de Salcedo es la primera investigación exhaustiva del quehacer literario en la provincia Hermanas Mirabal enmarcada en un siglo. El libro incluye 20 autores, 15 hombres y cinco mujeres, y se organiza a manera de fichas biográficas, tituladas con el nombre del género en que sus autores descollaron, a excepción de tres escritores que marcaron un hito en la historia literaria salcedense. Son ellos Salvador del Rosario (1846-1896), autor del “Primer texto juananuñense” que se conoce hasta la fecha (Salcedo se conocía como el sitio de El Rancho de Juana Núñez antes de ser común cabecera y luego provincia Hermanas Mirabal); Juan A. Osorio Gómez (1895-1959), “La primera novela” y, por último, José de Jesús Florencio Mendoza (1903-1972), “El primer libro de poesía”. La organización de las biografías, a su vez, es por orden cronológico, de acuerdo a la fecha de nacimiento de los autores, y cada una incluye textos o fragmentos que confirman su oficio. La investigadora hace un registro de estos autores y evita adentrarse en juicios o análisis literarios. Tarea que ella considera complicaría al lector (Ramos 24).
El criterio para hacer el corte diacrónico de 1865-1965 lo impuso el hallazgo de unos fragmentos de décima de Salvador del Rosario, titulada“Llegó Salvador de España” y que citaba Mario Concepción en su libro Estampas veganas (1983). En esta décima el autor, quien había luchado contra la anexión a España en la guerra de Restauración bajo el mando de Gregorio Luperón, expresa su regocijo al regresar de la península a su patria luego de haber estado prisionero en Ceuta, colonia española al norte de África, y tras su liberación enviado a Cádiz. De esa manera lo que había empezado como una historia local, provincial, —un tema que le apasiona a Emelda Ramos trabajar, no solo en el ramo de la investigación sino también en sus textos de ficción que incluyen cuentos y una novela—. Es así, repito, que la historia de estos hijos de Salcedo ahora atravesaba fronteras y se colocaba en un espacio transnacional, definido por las distintas migraciones y destierros a causa de las luchas políticas internas durante la gestación de la República y las dos intervenciones norteamericanas en el país (1916-1924 y 1965).
Con un estilo llano, la claridad es una virtud en este libro donde la narradora e investigadora también nos revela su cualidad de maestra de generaciones, Ramos se toma el tiempo para contarnos la historia y, a su vez, definir cada género expuesto por los biografiados. En este siglo comprendido entre 1865-1965, los escritores salcedenses incursionaron en la décima, la poesía, la dramaturgia, la crónica social, el ensayo, la novela, la oratoria, la historia y el relato de viaje. Cantan al amor y a la patria, cuentan las historias populares y folclóricas de la región, y, asimismo, retratan las vicisitudes que vivía el país amenazado por las políticas imperialistas de Estados Unidos. Muchos de estos creadores, a su vez, ejercieron funciones públicas —condición muy común en el letrado latinoamericano— y forjaron sus textos durante la etapa fundacional de la nación y bajo las luchas por mantener su soberanía.
Si unos pocos escritores incluidos en este libro eran bien conocidos y publicados —es el caso de la dramaturga Mélida Delgado Pantaleón (1865-1967), los novelistas Laudiseo Sánchez (1890-1979) y Juan A. Osorio Gómez, así como el poeta Antonio J. Tatem Mejía (1927), por ejemplo—, otros fueron verdaderos hallazgos. Uno de estos autores era Julia Modesta Espinal Durán (1908-1996), quien publicó una serie de prosa poética con aliento romántico bajo el seudónimo de Ruth en la Revista Rachas, editada durante los años 30 en los Talleres Tipográficos Corazón de Jesús en Santiago de Los Caballeros. En su texto “Mi triunfo” Espinal Durán escribe: “Saboreando mi triunfo, dedico estos renglones al dueño de unos ojos verdi-glaucos, cuyo intenso mirar me hicieron feliz en época lejana, y cuyo recuerdo en el presente, lo adivino envuelto en una espesa niebla” (Ramos 182). Otros autores incluidos en la historiografía fueron los poetas Boanerges Sarmiento Roig (1890-1960), Agripina Cabral de Macarrulla (1907-1981) y Sergio Amaro Rosario (1921-2007); las educadoras María Josefa Gómez Uribe (892-1971) y María Teresa Brito Clemente (1897-1977); el periodista Doroteo Antonio Regalado Félix (1897-1956); el cronista histórico José Francisco Tapia Brea (1908-1984), el biógrafo Francisco Nicolás Rodríguez Valerio (1917-1985), el historiador Hugo Eduardo Polanco Brito (1918-1996) y el cronista de viaje Héctor Francisco Osorio (1929-1985).
Sin embargo, otros textos o títulos le llegaron a Emelda Ramos a través de la tradición oral que guardaron familiares y compueblanos, porque desgraciadamente se perdieron. Algunos de estos documentos pertenecían al poeta Armando Cabral (1883-1941), un autor que la investigadora estudia y escudriña en su libro inédito Armando Cabral Garrido, la voz perdida de un poeta popular. Tras su muerte, “la maleta que guardaba bajo su camastro, con varios cuadernos de poesía, la reconstrucción del libro que le quemaron en la Corte Prebostal, la carta que escribiera a Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos, en protesta por la intervención militar y exigiendo la Desocupación Pura y simple del territorio nacional, así como la respuesta que de puño y letra recibiera del mandatario, fueron lanzadas al arroyo de Clavijo, perdiéndose, tal vez, el mejor girón de la historia literaria de Salcedo” (Ramos 61).
Con esta investigación Emelda Ramos ha hecho un aporte significativo y necesario que coloca a estos autores salcedenses en el mapa literario dominicano. Con ella Ramos invita a verificar, a hacer que “el texto cante”. No basta con nombrar o enumerar. Su hallazgo no es más que el comienzo para continuar estudiando a estos y a otros creadores del pasado antes de que se pierdan devorados por las polillas o arrastrados por las aguas de cualquier arroyo.