La más bella revolución de América

(segunda parte)

La caravana de insurrectos del movimiento cívico y militar se encontraba en ese momento en la llamada curva de la U, una fatídica curva que serpenteaba en una cumbre de la carretera de Santiago a Santo Domingo, una curva cerrada y peligrosa como su nombre indica, de la cual se habían desbarrancado incontables conductores imprudentes.

Virgilio Martínez Reyna

Unos días antes, los insurrectos habían recibido, por fina gentileza del brigadier Trujillo, un cargamento de armas procedente de la capital. Después tomaron heroicamente por asalto la fortaleza de San Luis con esporádicos disparos al aire que los custodios del recinto respondieron, por órdenes o sugerencias del mismo brigadier Trujillo, con esporádicos disparos al aire.

Las victoriosas tropas, en un número indeterminado de varios cientos o unos pocos miles de hombres mediocremente armados, se pusieron lentamente en marcha hacia la capital. Toda una revolución casi triunfante.

Cuando el brigadier Trujillo recibió de su presidente las concisas órdenes de mandar tropas a detener el avance de los rebeldes, hizo lo que de él podía esperarse: las incumplió puntualmente al pie de la letra. Los dejó pasar, simplemente pasar.

El 26 de febrero entraron a Santo Domingo a tiro limpio, tiros también al aire y al desgaire. Nadie o casi nadie ofreció resistencia, por supuesto, a excepción de Trujillo.Trujillo se atrincheró en la fortaleza Ozama para que no cayera en manos enemigas y en ningún momento dejó de manifestar su lealtad, su irrestricto apoyo al gobierno. Lo siguió apoyando desde la fortaleza hasta que Horacio se asiló y el gobierno finalmente dejó de existir. Trujillo, obligado por la fuerza de las circunstancias, aceptó el fait accompli, el hecho consumado. La más bella revolución de América había triunfado, parcialmente triunfado.

Horacio Vásquez y Estrella Ureña se reunieron en la sede de la Legación de los Estados Unidos, que era la verdadera sede de gobierno, y llegaron a un acuerdo. Estrella sería nombrado Secretario de Estado de Interior, Horacio renunciaría, Estrella asumiría la presidencia provisional y la asumió, en efecto, el día 2 de marzo de 1930. Tenía el encargo de organizar unas elecciones en las ni él ni Trujillo podían ser candidatos.

Como medida profiláctica para evitar desórdenes y derramamiento de sangre, Trujillo le aconsejó y llevó a cabo el desarme de los expedicionarios de Santiago. Estrella acaba de ser nombrado presidente, pero ya no presidía. Trujillo era el hombre fuerte. El hombre al mando. El tutor y el garante de la nación.

Estrella se convirtió como quien dice en un preso de confianza. A los pocos días de su juramentación, los presidentes de las cámaras de diputados y senadores fueron desconsiderados por la guardia durante una visita que le hicieron. El 18 de marzo, dieciséis días después de haber asumido el cargo, Estrella se quejó ante la legación norteamericana de que Trujillo lo estaba degradando y pidió que el Departamento de Estado emitiera una declaración reiterando su oposición a una candidatura o un gobierno de Trujillo. El Departamento de Estado no accedió.

Horacio Vásquez se enteró muy tarde de que había sido traicionado por Trujillo, pero aún más tarde se enteraron los demás

Gustavo Estrella, hermano del presidente, se lo diría en la mansión presidencial y en su cara, que lo habían engañado como a un niño, que su única alternativa era matar a Trujillo o darse a la fuga. Dos cosas muy difíciles de lograr. Trujillo ya era el jefe, o más bien el dueño de la guardia.

Pronto comprendería Estrella y los demás integrantes del movimiento cívico militar que el brigadier no sólo los había engañado a todos, sino que de su terrible, demoníaca naturaleza solo conocían una parte. La bestia, eso lo sabrían pronto, no estaba dispuesta a compartir ni siquiera superficialmente el poder con quienes habían sido, voluntaria o involuntariamente, sus cómplices o aliados.

Altagracia Almánzar y Virgilio Martínez Reyna

El acuerdo al que se había llegado en la sede de la legación norteamericana le cerraba en apariencia el paso a la candidatura deTrujillo y del mismo Estrella,  pero no preveía que la situación del país pudiera alcanzar un grado tal de descomposición que hiciera necesario la adopción de medidas extremas. EntoncesTrujillo tomó medidas para descomponer el país.

Bandas de matones incontrolables, militares con traje de civil y uniformados se desperdigaron por los principales pueblos y ciudades, cometieron todo tipo de crímenes y tropelías, fomentaron el desorden, organizaron el terror, sumergieron el país en el caos. El tres de abril fueron ametrallados los vehículos de unos dirigentes políticos que regresaban de Montecristi. En La Romana se produjo un escandaloso hecho de sangre en el que tomó parte Pedro o Pedrito Trujillo, el menos agresivo de los hermanos de la bestia en opinión de Robert D. Crassweler. A finales de abril, la legación norteamericana reportó que la ley había dejado de existir y se declaró incompetente para reportar los cientos de episodios que involucraban la violación de derechos humanos. El clima del terror de la República Dominicana había vuelto a ser, como dice Crassveller, peor que en la época de Ulises Hilarión Heureaux Lebert, alias Lilis.

En semejante situación, la aparente reticencia de la legación norteamericana en relación a la candidatura de Trujillo se resblandeció. Ahora parecía prudente apoyar la candidatura de un hombre fuerte como Trujillo para restablecer el orden aunque ese  mismo Trujillo fuese el causante del desorden. De hecho eso fue lo que sucedió.

Dos partidos políticos, la Confederación y la Alianza,  proclamaron por un lado a Trujillo y Estrella Ureña,  y por otro lado a Federico Velázquez y Ángel Morales como candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la nación.

Las elecciones, que tuvieron lugar el día 16 de mayo, fueron ejemplares en un sentido retorcido de la palabra. Desde que se anunció la candidatura del brigadier Trujillo y el general Estrella Ureña, con el beneplácito y el apoyo disimuladamente implícito del Departamento de Estado de los Estados Unidos, recrudeció la presión, aceleró la marcha la maquinaria del fraude, la intimación, la represión, el terror. Trujillo ganaría por las buenas o por las malas, preferiblemente por las malas. Eso ya se sabía.

El día 7 de mayo, la Junta Central Electoral, desbordada por los acontecimientos, renunció en pleno. Una nueva junta encabezada por Roberto Despradel y otros incondicionales de Trujillo fue creada por el presidente Jacinto Peynado, otro incondicional que sustituía en ese momento a Estrella Ureña en la presidencia por encontrarse éste en licencia.

El 15 de mayo, apenas un día antes de las elecciones, la oposición y todos los opositores renunciaron y denunciaron inútilmente la farsa electoral.

Para Trujillo y Estrella Ureña el torneo del 16 de mayo fue todo un éxito, ganaron sin oposición por aplastante mayoría, con un número superior de votos que de votantes.

Se acudió entonces a un tribunal, una corte, a la institución judicial correspondiente para que se pronunciara en torno a la validez del proceso, pero una banda de matones portando ametralladoras penetró a la sala donde los jueces deliberaban y se produjo, como dice Crasweller, la capitulación del poder judicial.

Quedaba en pie todavía el poder legislativo, el congreso, un congreso obsequioso que el día treinta de mayo, precisamente el 30 de mayo reconoció al gobierno emanado de las urnas. De esas urnas funerarias surgió la bestia chorreando lodo y sangre. Apenas era presidente electo, pero ya estaba en el poder, lo había estado desde antes. Tan seguro se sentía de sus propias fuerzas y del apoyo incondicional que le brindaban sus amos del norte, que no vaciló en desatar una oleada represiva para acallar las voces de protesta contra el fraude que se extendían por todo el país.

Podría decirse que su primer acto no oficial como presidente electo, apenas un día después de su reconocimiento, fue el vulgar y terrorífico asesinato de Virgilio Martínez Reyna y Altagracia Almanzar, la esposa embarazada que esperaba su primer hijo.

Bibliografía:

Robert D. Crassweller, Trujillo: the life and times of a caribbean dictator