Los cuatro evangelios, según San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, narran los hechos de los últimos siete días de la vida terrenal de Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea. Ese lapso de tiempo cambió la historia de la humanidad.
Hay importantes porciones o citas que forman parte integral de los tres primeros evangelios llamados sinópticos. Estos son llamados así por tener una fuente común o por contener y proyectar intenciones coincidentes.
El evangelio según San Juan tiene el enfoque de la existencia de Jesucristo como el Verbo de Dios en la persona humana, y más bien, es interpretativo del ministerio y los milagros del profeta como símbolo de la presencia y poder de Dios; pero, coincide con los otros tres evangelios en llevar los acontecimientos de la última semana de la vida, testimonio, pasión, juicio, crucifixión y resurrección de Jesús.
Los cuatro evangelistas coinciden en dar a conocer los últimos días de la vida de Jesús y es realmente el motivo esencial de recalcar en sus escritos la historia del profeta proclamado como Hijo de David. Ellos confirman lo que aconteció en el período desde el domingo, cuando Jesús entró en Jerusalén y lo sucedido durante esa semana hasta su resurrección y posterior aparición a sus discípulos.
Las lecturas bíblicas correspondientes a los ejercicios espirituales de la Semana Santa, comienzan con el evangelio según San Mateo 21: 1-11, narrando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Esta selección es propia de la tradición que se inicia el Domingo de Ramos, donde los fieles de las comunidades cristianas evocan lo que pasó en Jerusalén, cuando Jesús entró montado en un burro cumpliendo así lo que dijo el profeta, Zacarías 9:9, citado en San Mateo 21:45: “Digan a la ciudad de Sión: mira, tu Rey viene a ti, humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga”.
Es bueno recordar que en la antigüedad, los conquistadores, los militares que obtenían triunfos en otros territorios, hacían su entrada a la ciudad sobre corceles o carruajes, desfilando por las calles, entre aclamaciones del pueblo y muchas veces para tomar el poder o proclamarse dirigente político-militar, rey o emperador.
El caso de la entrada de Jesús en Jerusalén tiene algunas características similares a las de arriba mencionadas; pero, el Profeta de Nazaret no era general de ejército; no entraba a la gran ciudad como dirigente político-militar; no cabalgaba en desfile para proclamarse rey o con ostentación de convertirse en emperador. Jesús viene a Jerusalén montado en un burro “cría de una bestia de carga”, lo que manifestaba su humildad, a pesar de dar demostración de pregonar el tan esperado “Mesías”.
El pueblo de Jerusalén reconoció el objetivo subyacente de la divulgación del joven Rabí que enseñaba con autoridad y hacia grandes milagros y curaciones de enfermos. Al entrar en Jerusalén unos extendían sus ropas por el camino, y otros tendían ramas que cortaban de los árboles. Y tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: “¡Gloria al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Gloria a Dios en las alturas!”. (San Mateo 21: 4-5)
Esta proclamación era similar a la tradición de aquellas épocas de los generales-conquistadores; pero, la multitud mencionaba al Profeta como Hijo de David, que es señal inequívoca de la aceptación de la alborotada ciudad, que el Profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea, era en efecto, el esperado Mesías, el Ungido de Dios, Hijo del Rey David y por tanto salvador del pueblo judío.
Como era de esperarse, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley, los ancianos y toda la Junta Suprema (Sanedrín), comenzaron a sospechar de Jesús y a cuestionar sus intenciones y se preguntaban: “¿Quién es éste?”
Los evangelios continúan diciendo lo que pasó ese domingo y durante la primera semana que llamamos la Semana Mayor.
Los cristianos de nuestros días sabemos quién es Jesús e invocamos Su nombre y Su presencia para que entre en nuestros corazones. Por eso, cantamos ahora con las palabras del autor del himno inspirado a propósito de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén el primer Domingo de Ramos: “Honor, loor y gloria al Rey y Redentor, que en nombre de Dios viene al mundo a redimir.”