Cambia tus opiniones, sigue tus principios; cambia tus hojas, mantén intactas tus raíces. — Victor Hugo
Así como es recomendable permanecer dispuesto a cambiar de opinión ante la argumentación sólida, es condenable traicionar los principios que nos guían, sea por desidia o conveniencia pasajera.
Es un craso error cambiar de parecer para coincidir con la moda reinante; es correctísimo cambiar de opinión a la luz de nueva información para ser consecuente con nuestros principios. Cambiar de partido por principios es loable, no es transfuguismo; abdicar de los principios por conveniencia del bolsillo o del partido es execrable, un verdadero contrasentido. Winston Churchill cambió dos veces de partido para mantener sus principios sin sacar ventaja personal, sentenciando que algunos hombres cambian de partido por el bien de sus principios; otros cambian de principios por el bien de sus partidos.
Abandonar los principios es lacerar la conciencia propia, herir la más íntima esencia del ser: es cometer suicidio moral. En tiempos pretéritos se hablaba de vender el alma al diablo, y ésta sigue siendo una excelente metáfora.
Los principios no se negocian, pues son fundamentales al ser, esenciales para vivir en paz y hacer el bien. Siempre debemos ser fieles a nuestros principios, pues no serlo equivale a traicionarse uno mismo. Los principios son precisamente la esencia del ser que no debe mutar con el cambio de edad y las circunstancias, ni en la prosperidad ni en la adversidad. Podemos cambiar lo adjetivo, sin alterar la esencia, sin destruir lo sustantivo. Las costumbres, las opiniones, hasta las lealtades pueden cambiar (y hasta deben evolucionar) con los tiempos, pero no los principios.
“Mejorar es cambiar; ser perfecto significa cambiar a menudo”, decía
Winston Churchill, excluyendo naturalmente los principios de su fórmula, pues éstos no están sujetos a la ley del cambio permanente. La definición de principio es precisamente la primera causa, lo inalterable, lo fundamental, lo que perdura, lo universal de nuestra conciencia. Solo podemos aspirar a profundizar y fortalecer nuestros principios, que son las raíces de nuestro ser, jamás a cambiarlos.
Cambiar los principios es prácticamente un oxímoron, pero aun así hay quienes se venden al mejor postor y hasta lo pregonan. Se atribuye con frecuencia a Groucho Marx la expresión sarcástica que retrata a la perfección el arquetipo del inescrupuloso: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Solo el vil estafador que carece de principios los pone a la venta al mejor postor, pues nada le cuesta (y nada vale) lo que no se posee.