Bueno, si por un chepazo del destino de esos que a veces se dan en la vida, me tocara hacer el papel del Santa Claus de unas latitudes, o del Papá Noel de otras, como ustedes prefieran, ese señor que cada Navidad viene sin falta, desde el Polo Norte para regalar juguetes a los niños que se portan bien ¿Saben lo que haría? Pues lo pondría a tono con los tiempos que corren y cambiaría de manera radical la imagen esa tan poco actualizada que ahora tiene, la de un viejito pasado de época, gordo y barrigón en exceso, vestido como un monigote, de andares bastante torpes, y con una risa tan desagradable como estridente.
Lo primero que haría es ir a un gimnasio moderno de esos que tienen esas máquinas con los últimos programas científicos para quemar calorías, contrataría los servicios de un ¨ personal trainer ¨ que me guiara en las rutinas y me pondría a hacer dietas y ejercicios con el fin de quitarme esa gordura y la barriga tan fea que le gusta lucir a ese personaje. Y lo haría por tres razones, la primera por la estética, ahora y a pesar de que ya hay más personas en sobrepeso que impuestos directos o indirectos, creo que a la gente le gustaría ver un Santa en forma, delgado, bien esbelto, atlético, y aún mejor si logra unos cuadritos en el estómago como los modelos que lucen en los envases de productos anabólicos.
La segunda es por utilidad, aún no se explica como un señor con un abdomen tan grueso puede entrar y salir por las chimeneas de las casas. Le debe costar muchísimo esfuerzo encaramarse a los techos, subir a las azoteas y pasar por esos huecos tan estrechos. Sin duda, se quedará atorado por su voluminosa barriga en muchas de ellas, haciendo más dificultoso su trabajo, además de ensuciarse todas sus ropas con el pegajoso hollín que allí se acumula.
Y la tercera razón es por el asunto de la salud, tener exceso de grasa incide en el aumento alarmante de los triglicéridos, en la hipertensión y en la glicemia que puede acabar en diabetes, en riesgo de infarto y no se sabe cuantas enfermedades modernas más. Eso es lo primero que le dicen a uno los médicos como si fuera una grabación, aunque usted vaya a consultar sobre una uña o la calvicie. Si tenemos en cuenta la edad no declarada de Santa, pero que, como la nuestra, deber estar cerca o pasada de la jubilación, hay que tener mucho cuidado pues los hospitales y las medicinas son costosos. Después le entraría a dos manos con la carcajada esa, medio ronca y desagradable de jo,jo,jo,jo… que la verdad no se soporta y no es más que una muestra de falta de educación y hasta puede asustar a los niños pequeños que se le acerquen con esas cartas tan largas, que en lugar de pedir trencitos eléctricos y muñecas que dicen papá y pipi, ahora exigen las tabletas para conectarse con todo y con todos ¡y lo que cuestan¡ Tal vez Santa se ríe así porque, en esas heladas y desoladas latitudes de dónde viene, sólo los osos y las focas lo oyen. Así que iría a una clase de educación de la voz hasta lograr una risa decente tipo je,je,je, o , ja, ja, ja, ja, que sea más agradable para los infantes.
También modificaría eso de ir con una bolsa al hombro, como si fuera un vulgar cargador de sacos y llevaría los regalos en un carrito como la de los supermercados, o esas que los viajeros van arrastrando por los aeropuertos.
Por último me quitaría esa gorra colorada tan ridícula con una borla blanca al final de la misma, como si fuera de pijama antiguo y me pondría un sombrero bien chulo, como los de los alguaciles tejanos de las películas que van en los carros persiguiendo a los malos.
Si los personajes famosos como Superman, Batman, Robin, y el Hombre Araña, se actualizan al gusto de los consumidores, Santa Claus, que es aún más famoso, también podría hacerlo ¿No?