Bueno, señores, si yo, por una casualidad de esas que hay en la vida me presentara a unas elecciones y por los motivos que fuesen me eligieran Presidente del país ¿saben todo lo que haría desde ese primer puestazo ejecutivo? Pues les voy a decir lo que llevo guardado durante años desde lo más profundo de mis deseos escondidos. Lo primerito de todo sería subirme el sueldo, aunque fuera un solo peso más que el funcionario de mayor remuneración que en mi gobierno tuviera, porqué ¿cómo es posible que el cargo más escaso, el más deseado, el más difícil, el más peleado, el que más envidias provoca, pueda ganar menos que un  director de un banco oficial o semioficial o el encargado de una superintendencia o de cualquier otro puesto del Estado por muy listos o tecnócratas que sean? eso es una afrenta económica a los presidentes y de esta manera se repararía de inmediato ese vergonzoso desnivel de salarios.

Otra medida que tomaría sería poner desde el primer día una calle con mis tres nombres y mis dos apellidos, o mejor aún en una gran avenida de seis carriles y muchos kilómetros de largo, con grandes aceras llenas de  árboles, jardines y cómodos bancos, así no tendría que esperar a desaparecer de este mundo para que después me dedicaran, si es que algún día lo hacen, una insignificante placa a saber en qué callejuela, de qué pueblo y en qué tipo de barrio. Así, podría pasear cada atardecer con mi mujer y mis hijos sabiendo que mi excelente gestión tendría el debido reconocimiento de nuestra sociedad.

Otra cosa que haría de inmediato, sería rodearme de una gran corte de ¨ siseñores ¨   o sea,  colaboradores que a todo respondan, Sí,  con tono de voz almibarado, sumiso, y sin la menor vacilación a cuanto diga o proponga, por disparatado o absurdo que sea. En esto no se diferenciaría mucho de los tradicionales anillos de nuestros gobiernos, pero los míos, los funcionarios de mi propiedad, deberán contestar  con un ¨ sí, amado presidente ¨ y repetirlo además tres veces seguidas doblando el espinazo hasta más abajo de la cintura como en ciertas culturas orientales. Además de verse majestuoso, les serviría de ejercicio gimnástico para reforzar los adormecidos músculos de las espaldas.

También haría, y esto lo he querido siempre con mucho anhelo, un gran museo gratuito para que las masas puedan admirar con calma y deleite las docenas de títulos de Doctor Honoris Causa, los collares, las bandas, los diplomas, las condecoraciones, las llaves de las ciudades y tantas otras distinciones que me otorgarían  por el simple hecho de visitar a mandatarios extranjeros y estrecharles la mano, decirles un par de lisonjas políticas, dar un insulsas charlas en algunas universidades o defender posturas absurdas de algún país enfrentado al imperio de turno.

Por último, también me gustaría construirme una carroza abierta con cientos de adornos dorados, tirada por seis magníficos caballos blancos guiados por dos cocheros uniformados con libreas rojas, como las que usan la realeza británica, para que el pueblo pudiera verme, vitorearme y aplaudirme, en lugar de ir medio oculto en esos carros con vidrios oscuros a toda velocidad pasándose los semáforos en rojo para llegar lo más pronto posible al palacio.

A estas alturas ustedes se preguntarán qué pasará con esas otras cosas como la enseñanza, la sanidad, el trabajo, la producción, la pobreza, la agropecuaria, el turismo, las exportaciones, la economía, las pensiones de vejez y tantas otras menudencias de segundo orden que el pueblo pide cuando vota…  pues tendría que releer todo lo prometido en campaña y después ya se sabe… esto tal vez se haga, aquello no se puede, lo otro ya veremos… ¡Ah¡ si yo fuera presidente…