“Un mal sistema político puede arruinar más a un país
que un mal manejo económico”
Genaro Arriagada
En México hay cincuenta millones de pobres.
Según Alejandro Gertz Manero, Rector de la Universidad de las Américas y ex encargado del Área de Seguridad Pública, en ese país se cometen anualmente treinta y tres millones de delitos, de los cuales se denuncian dos millones, de estos dos millones se consignan doscientos cincuenta mil y, según datos oficiales, las sentencias apenas alcanzan a cerca de doscientas mil.
Consultado acerca de la naturaleza de la crisis, el ex Auditor Superior de la Federación Mexicana, Arturo González de Aragón, asegura que “La crisis tiene que ver con la falta de compromiso de los actores políticos, dentro de los que incluyo a los partidos políticos, incluyo a los legisladores, incluyo a los poderes…”. Y al respecto Gertz denuncia que el “exceso de discrecionalidad que tienen los servidores públicos es un autodetonante de la corrupción”.
Las conclusiones de Ricardo Buscaglia, investigador en derecho y economía de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, también nos pueden servir de ayuda para entender los pesares mexicanos (y los de tantos). Buscaglia, que pone en el centro de la crisis mexicana a la corrupción, la desmenuza diciendo que siempre existe corrupción y que “cuando es organizada es porque el Estado reacciona y castiga si la detecta, en cambio la desorganizada es cuando no hay reacción de las instituciones de gobierno, y es la más dañina,”
“El problema de la corrupción desorganizada es cuando un gobierno comienza a experimentar vacíos en su Estado, sus instituciones comienzan a ser fagocitadas por grupos criminales o por poderes fácticos legalizados… el Estado pierde su capacidad de control del comportamiento de sus funcionarios, van formando feudos pequeños en cada Estado, municipio, que ya no responden a nada. Hay corruptos con permiso y corruptos sin permisos, que básicamente empiezan a actuar como una piraña que muerde lo que pueda. La corrupción desorganizada es más dañina”.
Buscaglia ‘la pega’: “En países con vacío de Estado no reaccionan. El Estado castiga políticamente a algunos corruptos porque son enemigos políticos del gobierno de turno pero no entra a un programa integral masivo y generalizado de prevención a la corrupción que es lo que falta en México.” (¡Oh!).
Pero no todo puede ser denuncia y eso nuestros referentes para este artículo de hoy lo tienen muy claro: “es necesario que la élite empresarial abandone la burbuja en la que vive, y sea consciente de que de seguir la situación así, ellos también serán víctimas del vacío de poder en México y la violencia puede alcanzarlos.” Estoy convencido de que el empresariado aprenderá algún día que no hay mejor negocio que pagar impuestos y dejar de pagar coimas, de buscar exenciones al filo de la ley y aumentar sus haberes mejorando la productividad y no aumentando el “gasto tributario” y disminuyendo los derechos de los trabajadores.
Sigamos con México donde hay cincuenta millones de pobres y es el país pionero de la focalización y de las transferencias monetarias condicionadas.
González de Aragón tiene confianza en México: “El país va a salir adelante… porque es más fuerte que los que lo están deteniendo”.
Gertz explica que para lograrlo es necesario un verdadero “poder ciudadano, que no sea coro del gobierno, que no esté nombrado por el gobierno y subsidiado por el gobierno”.
El poder ciudadano verdadero surge desde los que en verdad son los que sufren, nace de la vida cotidiana. (lamentablemente no dice cómo se llama en México el equivalente a consejos como el Económico y Social). Si ese poder ciudadano no existe, toda medida gubernamental carece de aval y “se van hacia ese mundo de la crítica y de las redes sociales y de toda esa nueva forma de comunicarse, que en lugar de ayudar a que un proyecto y una estructura y un sistema funcione va a acabar, como está acabando, con llevarlo todos los días a la picota y no creer en nada ni en nadie”.
Por esas y otras razones, vale en estos momentos recordar toda la sabiduría que encierra el refrán popular: "Si ves las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo".