“La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre con excepción de todos los demás.” Winston Churchill.
Comencemos la discusión con una verdad bastante generalizada: los Estados prefieren promover sistemas políticos de orientación democrática. Sus ciudadanos tienden a entender que mejores días sólo son posibles si se construyen gobiernos más participativos y transparentes; gobiernos capaces de generar confianza en sus instituciones y consecuentemente en quienes las administran. Entienden que nunca es posible la justificación de la violación de un derecho, aunque a veces solo después de que sus propios derechos son violados, pero finalmente entienden.
Ahora permítanme presentarles la siguiente interrogante: ¿nosotros los dominicanos queremos democracia?
La pregunta no es retórica. No pretendo contestemos con un sí automático. Sí precisamente de eso se trata. Tenemos que ponernos de acuerdo (como país) para poder responder con total certeza.
¿Qué tanto valoramos nuestras libertades y nuestra capacidad de elegir? ¿Qué tanto valoramos la posibilidad de sentirnos seguros de que nuestra integridad física y moral como ciudadanos no esté del todo comprometida? ¿Somos capaces de imaginar un mejor futuro para este país?
Esas son preguntas que podrían propiciar una discusión sobre los acuerdos mínimos de convivencia que como país nunca hemos propiciado. En este sentido, me referiré al filósofo estadounidense John Rawls, quien, en su obra Teoría de la Justicia, propone un mecanismo de definición de la moralidad de cosas que a muchos de nosotros hoy, en pleno siglo xxi, pueden parecernos impensables.
La posición original y el velo de ignorancia
Vivimos en un mundo caracterizado por grandes desigualdades donde la posibilidad de negociar sobre bases justas, sobre condiciones de igualdad, es prácticamente nula. Esto es cierto tanto a nivel del individuo como en el plano internacional donde los protagonistas son los Estados representados por sus respectivos gobiernos. Pensemos en la negociación salarial entre un trabajador promedio y un empleador o pensemos en la negociación de tratados bilaterales de libre comercio donde, por lo general, algunos Estados “negocian” o imponen y nosotros tendemos a adherirnos. Dicho eso y simplificando un poco la teoría rawlsiana, la posición original representa un escenario teórico hipotético donde esas desigualdades desaparecen y se definen los principios de justicia que harían posible un nivel mínimo de gobernabilidad.
El ejercicio tiende a llevar a un punto de equilibrio donde siempre se aventaja el colectivo. Si las condiciones de juego aplican para todos, es de mi interés como ciudadano que a todos se les trate de la mejor manera posible y que cuando alguien viole esos principios, todos seamos capaces de reconocer que la sanción de esa transgresión es lo que nos permitiría mantener el orden social. De ahí que el velo de ignorancia es el mecanismo teórico que logra que todos nos veamos como iguales y por tanto merecedores del mismo trato.
Confieso que el ejercicio no me parece aéreo ni teórico. Sólo lo consideran como tal aquellas sociedades incapaces de respetar principios básicos de humanidad.
Como se darán cuenta, la respuesta a la pregunta originalmente plateada no es tan obvia. ¿Nosotros los dominicanos queremos democracia?
A menudo nos damos cuenta de que quienes deciden hacer vida pública en República Dominicana son aquellas personas que optarían por preservar el autoritarismo de antaño: gente que ha vivido toda su vida sobre la base de la complicidad y de la corrupción y que entienden más fácil seguir tal cual están que adaptarse a un nuevo modelo que les exigiría un poquito de decencia y condición democrática.
Ahora bien, si concluimos que la respuesta es un sí definitivo, si decimos que queremos democracia, vamos a tener que empezar a cambiar nuestra manera de analizar la realidad que nos ha tocado vivir y transformar.
Vivimos en un país con un sistema político de partido dominante. La teoría del sistema de partido dominante (Greene 2007) intenta explicar el proceso de transición democrática que alcanzó México con la llegada al poder del Partido Acción Nacional (PAN) y el fin de la dictadura del PRI después de 71 años de gobierno.
¿Por qué circunscribir el estudio de la realidad dominicana a esa teoría? Porque a diferencia de otros ejercicios de conceptualización muy interesantes como es el caso del “autoritarismo competitivo” (Levitsky y Way 2002) que también nos describe con bastante precisión, la teoría de Greene trasciende la condición descriptiva hasta convertirse en normativa. Su teoría nos ofrece una alternativa concreta a la que podemos recurrir para propiciar una transformación de nuestra realidad. La posibilidad de acceder a esa alternativa depende de nuestra capacidad como miembros de la oposición de “olvidarnos” del partido dominante (en este caso el PLD) para dedicarnos al estudio de nuestras propias faltas y debilidades para organizarnos electoralmente. Dicho de otra forma, depende de nuestro nivel de realismo y de humildad.
Si bien el autor es bastante riguroso sobre la definición propuesta de partido dominante, voy a permitirme ser un poco flexible con su definición y utilizar el concepto para referirme al PLD, a pesar de que en el 2016 “solamente” habrá cumplido tres (3) períodos consecutivos en el poder y no cuatro (4).
De vuelta a la oposición, fíjense que me refiero a nosotros utilizando la expresión “organizarnos electoralmente.” Precisamente de eso trata la democracia. Una democracia intenta ser la forma de gobierno de todos para todos, pero lo hace a través de representantes que acceden a sus cargos luego de participar de procesos electorales “libres y justos.” No vivimos en la Atenas del Siglo V a. C. donde quienes participaban lo hacían directamente. Entonces, si hemos decidido luchar por una política más democrática, tenemos que sobreponernos de una vez y por todas a las desigualdades del proceso y luchar por ganar en las contiendas electorales. Los días de las revoluciones políticas y las guerrillas armadas se acabaron. Hoy, debemos promover la competencia electoral dentro de un marco institucional.
¿Cómo justificar el surgimiento de nuevas “opciones” políticas en un mercado electoral donde el partido de gobierno usa los recursos del Estado y las propias herramientas democráticas en nuestra contra? ¿Como justificarlo en un mercado electoral tan injusto y viciado como el nuestro?
Respondiendo como si fuera Greene, diría que se debe a la presencia de hombres y mujeres comprometidos con el país y con ideas políticas que simplemente chocan con el status quo dominicano. La existencia de estos partidos políticos de oposición (excluyo a los tradicionales y a los aliados de siempre) es por tanto un motivo de regocijo. Continuaría Green, no obstante, que fracasan porque no saben apelar a un público generalizado. Más bien, tienden a radicalizar sus posturas y sus “ideologías,” destruyendo toda posibilidad de sumar fuerzas.
La teoría no desconoce el fraude electoral. Este siempre ha existido en la República Dominicana. Como bien han comentado algunos, el PLD ha modernizado y perfeccionado el arte del fraude electoral. Nuestra derrota, no obstante, se debe a mucho más que eso, y por ende, se refiere a la incapacidad de quienes pretenden ser alternativas electorales.
Aun esto pueda parecer un poco contradictorio, no pretendo culpabilizar, en lo más mínimo a los partidos “alternativos” del actual sistema político. No los culpo de nada más que de participar. Sin embargo, si pretendemos lograr romper con el sistema de partido dominante que tanto deteriora nuestra calidad de vida, debemos aprender a ser alternativa POLÍTICA.
El problema que nos concierne a TODOS es POLÍTICO. Por tanto, iniciativas como “Enciende la luz contra la impunidad,” no obstante sus (extremadamente) buenas intenciones, no son útiles para la lucha contra la corrupción. La corrupción dejará de ser un problema en la medida en que logremos reemplazar a los actuales funcionarios por otros más serios, más honrados, más decentes, más humanos, más democráticos.
Dicho de otra forma, lo que nos está sugiriendo Greene es que la política y el activismo son dos cosas muy distintas. No está diciendo que las buenas intenciones no bastan si no nos ayudan a construir capacidad electoral para participar del sistema que decimos queremos promover y perfeccionar.
Si queremos democracia, requeriremos de grandes dosis de realismo y humildad. Si queremos democracia, dependerá de nosotros construirla. Yo les aseguró que ellos no van a ceder, no nos regalarán nada.