1.- Los políticos y los hombres de armas no aprenden de lo que pasa
Decimos esto por dos motivos: Primero, según lo que dicen, de las actitudes antipopulares de los legisladores y de los funcionarios municipales, que en vez de renunciar a sus privilegios, descaradamente lo manifiestan en medio de una pandemia tan desoladora como esta, si los primeros no renuncian a irritantes canonjías y los otros piensan en aumentarse sueldos y además, meter la patota como lo manifestó el regidor de Higüey, y piensa el 95 o el 99 de los demás, que no me atrevo a decirlo en la prensa, pero lo piensa el pueblo.
Lo segundo, es que no se asustan de que lo que está sucediendo ahora con la persecución que hace una justicia independiente, de los robos y crímenes contra el Estado, es decir, contra todos los dominicanos, de políticos y hombres de armas, y piensan que ellos saldrán impunes cuando haya cambio de gobierno, porque son ellos mismos los que estarían cavando su fracaso, si no cambian y dan ejemplos al electorado de que cambiaron y dejaron de apropiarse de lo que es de todos y de nadie en particular.
Por eso me alegró tanto leer el pasado jueves el artículo de Teófilo (Quico) Tabar, en el matutino Hoy, que me obliga a copiarlo íntegro, para que lo lean los que no lo leyeron. Que comprenda que lo confirmamos mutatis mutandis, letra por letra, porque eso es lo que piensa la mayoría del pueblo que votará en las próximas elecciones, ya que viene de una personalidad del Partido del Gobierno, del PRM. Guerra avisada no mata a ningún soldado, dice el pueblo, y a ningún político, decimos nosotros.
- Muchos se conformarían hoy con una revolución de moralidad y credibilidad
Nuestras generaciones han ido pasando a la espera de su revolución. De diferentes matices. Ya no pensando en la eliminación de monopolios y latifundios, nacionalizar empresas ni crear una sociedad igualitaria. No para implantar un sistema donde impere la autogestión y el cooperativismo.
Tampoco para propiciar cambios de estructuras, ni para proclamar la liberación nacional. Todo eso se ha ido quedando prácticamente en el camino. En el mundo actual, las ideologías han cambiado.
Muchos de esas generaciones se conformarían hoy con una revolución mucho más simple. La revolución de moralidad y credibilidad.
Tan sencilla como el respeto a las leyes y la devolución de la credibilidad a las instituciones. Que pueda revivir el entusiasmo esperanzador como la mística pérdida a sectores conscientes, que ante el secuestro de la sociedad en confabulación con determinados sectores de poder, han provocado un letargo de inconformidades y adaptación.
Nuestras generaciones y otros muchos más jóvenes quisieran esa simple, pero gran revolución. Ni siquiera ya para readquirir bienes del Estado que a través del tiempo han sido enajenados. Se conformarían con la eliminación de reglamentos, normas y disposiciones que puedan violentar los más elementales principios de justicia y equidad.
Una revolución tan simple como hacer cumplir las leyes para todos. Que le ponga fin a la corrupción y los privilegios. Que evite los conflictos de intereses tanto públicos como privados. Cosas que tanto daño e indignación han creado en sectores conscientes.
Que rescate la moral pública y lo propicie también en el sector privado. Que borre la idea de que los funcionarios y las élites sociales son seres superiores. Que elimine privilegios irritantes mientras una parte del país no puede cubrir sus compromisos económicos elementales.
Que propicie un sistema que obligue rendirle cuentas al país por cada centavo que se gaste, en cada momento. Una revolución tan solo para que la gente pueda creer en el sistema. Esa es la simple y sencilla revolución que muchos aplaudirían.
Y fíjense qué ironía. Aspirar algo a lo que el sistema está obligado y a lo que el pueblo tiene derecho. Pero lamentablemente la propia sociedad ha permitido que muchas cosas se hayan revertido.
Y peor aún, que una parte importante de los sectores de poder hayan logrado poner de rodillas a una parte de los mismos poderes del Estado. Arrastrando la sociedad y parte de sus instituciones.
Pero el mundo está recibiendo señales que sin lugar a dudas, en corto o mediano plazo, echarán por la borda ciertos esquemas que han causado los desastres que hoy vive una buena parte de la humanidad.
A causa de los mismos comportamientos. Los que solo permitieron el desarrollo de determinados sectores privilegiados en menoscabo del desarrollo integral.
Mientras tanto, nuestras generaciones y otros más jóvenes se conformarían con esa simple revolución.
Que limiten los poderes de unos cuantos. Que racionalice el uso del dinero. Que elimine privilegios, transmita humildad y respete a la sociedad.
Esa simple revolución moral es posible. Es necesaria. Es imprescindible. La única o mejor forma de rescatar la credibilidad.