No me gusta hacerla de Nostradamus ni jugar a ser predictor de profecías desalentadoras. Alarmar a la población no es nada halagüeño, pero si la cosa sigue como va; en los próximos días habrá saqueos, tumultos por doquier, la histeria y el pánico se apoderarán de muchos que hoy pretenden trivializar en medio de una gran crisis.
Si nos sentamos a analizar esta situación, nos daremos cuenta que el coronavirus ha desnudado la incapacidad del Estado dominicano. Las estadísticas no ayudan mucho; hablar de 1,488 infectados y 68 muertos en un país con una densidad poblacional relativamente baja, resulta alarmante.
El Gobierno ha tomado medidas para evitar la propagación del coronavirus, pero 15 días después nos damos cuenta que muchas no sé están cumpliendo. Cuando los ciudadanos llaman a las líneas gubernamentales, les dicen que la única información que manejan es sobre el covid-19
Algunas de las medidas hablan de una serie de privilegios y exoneraciones a las empresas, facilidades que debían garantizar que los trabajadores conservaran sus puestos. Sin embargo, esas entidades tomaron los beneficios y están despidiendo en masas a sus empleados.
El quédate en casa es una consigna que se escucha bonita y como etiqueta ya fue hasta trending topic en Twitter, pero las ayudas no están llegando a los hogares, sería ingenuo pensar que la gente se quedará en casa a esperar que el tren que conduce al más allá venga a recogerlos.
Tan desigual e inhumano es el capitalismo dominicano, que mientras los funcionarios y sus allegados usan trajes especiales y sofisticadas mascarillas, hay médicos y enfermeras usando su ropa interior como tapaboca para evitar el contagio en las salas de emergencia.
Son miles los dominicanos que amanecen en las calles, en los parques y el Gobierno lejos de garantizarle donde dormir; utiliza la policía para ocultarlos, para pedirles que se vayan a otros lugares. No lo quieren en los parques ni en las aceras cuando la prensa esté haciendo su recorrido. Escribo esto pensando en Pascual, un señor vendedor de periódicos que anoche me pidió dejarlo amanecer en la escalera de donde vivo porque la policía no lo quiere en el parquecito de los Bomberos de San Carlos. De hecho, en Erredé hay miles de Pascual; golpeados por una realidad tan lastimosa y cruel que no son dignos ni de la incomodidad de una celda en un cuartel capitalino.
La deshumanización y el individualismo se expanden junto al virus, es lo que lleva a muchos a exigir a las autoridades que tranquen sus comunidades, que no permitan la entrada de nadie que no viva allí. De un momento a otro los pueblos se han convertido en tierras autónomas donde ser forastero es casi un pecado capital. Los de Santiago no quieren a los de La Vega, ni estos a los de Cotuí en su terruño; eso sin olvidarnos que como dijo Benedetti, “El sur también existe” y que comparte con el norte la misma tragedia.
Sin ánimo de alarmarlos, es bueno que tengan presente que si la cosa sigue como va, si el gobierno no cumple con su responsabilidad de garantizar derechos, si la corrupción se sigue robando el dinero de la salud y la alimentación; un desorden como el que se escenificó el viernes en Megacentro ante el anuncio de la distribución de tarjetas Solidaridad, será lo mínimo que podría pasar en esta media isla.