Una ciudad, si la amas, es una herida abierta que llevas contigo a todas partes. No pretendo, como muchos escritores, ubicar mi mundo afectivo en una zona que, por lo emblemática y romántica, suele ser ambiente de todas sus historias. Me hubiera gustado pertenecer a una ciudad con un historial más rico, pero no tuve esa suerte. Mi comarca es neblinosa y sin grandes luces. Cuando leo reseñas de ciudades como Düsseldorf, en Alemania, es cuando me doy cuenta de cuan estrecho es mi mundo. Cualquier catálogo te dirá de una ciudad así, "al pasear por Düsseldorf, el viajero encontrará zonas verdes, calles limpias, buen transporte público, museos e incluso playas".

Yo me crie en un mundo precario. Ningún habitante de Düsseldorf tiene idea de lo que significa vivir en un barrio del Caribe. Es, a mi modo de ver, una experiencia sin duda insospechada. La piel en esta tierra es más cercana a otra piel y mientras mayor sea la pobreza más cercanas las fronteras entre los hombres. No existe entre nosotros una calle dedicada a ningún pensador, escritor o científico y tampoco puede decirse de ninguna ciudad que renació de sus cenizas tras un bombardeo en la segunda guerra mundial.

Aquí, en el barrio, los héroes son más bien anónimos, discretos, sin grandes titulares y todo se reduce al diario vivir, a la lucha cotidiana por la subsistencia. En una ¨cuartería¨, lugar definido en lenguaje universal como un espacio de hileras de casas estrechas con una sola puerta de entrada y solo un baño compartido por diez familias, la intimidad no existe. Un barrio es una célula viva y apartada del mundo en la más absoluta miseria. Pero aun así los habitantes de esos espacios viven, juegan, ríen, cantan y llevan una existencia alejada de preocupaciones transcendentales. Los hombres salen a buscar el pan con admirable disciplina, regresan, entrada la tarde o ya en la noche, colocando sobre la mesa el fruto del sudor de su frente. Las mujeres se desenvuelven en labores más discretas, se quedan a defender lo poco que tienen: sus enseres y sus hijos. En algunos casos, inventan alternativas de producción, pequeños negocios, venta de chucherías, nada que en definitiva las vaya a sacar de su miseria. Los días de fiesta se reúnen alrededor de un equipo de música, escuchando en alta frecuencia canciones románticas, merengue o salsa, depende del ánimo con que despertaron.

Si estás de paso por uno de estos barrios del Caribe, no sueñes con navegar a orillas del Rin, ni perderte en unos de esos bares como el Altstadt. Nuestros barrios son sencillos, personales. A veces la muchacha que te sirve es la hija de tu vecino de cuartería, esa que dejó sus estudios a temprana edad, la que ahora sonríe y te hace cómplice de su iniciación en un mundo duro y despiadado. Estos bares del Caribe, no son como aquellos bares de Düsseldorf diseñados solo para compartir una tranquila charla y una cerveza. Estos, nuestros bares, son una prolongación de la vida exterior con sus vaivenes. Los hombres se matan aquí por nimiedades, por la disputa de una mujer o por no ofrecer las debidas disculpas al tropezar con otro por torpeza.

Sin embargo y a pesar de las grandes diferencias entre una ciudad tan hermosa y emblemática como Düsseldorf y cualquier barrio del Caribe, existen ciertas similitudes ocultas. Lo que se llama por aquí chisme o husmear en vidas ajenas puede ser algo parecido en ambas ciudades. En una cuartería se cuentan las historias íntimas más insólitas de una muchacha que recién estrena su vida con total desparpajo, y las infidelidades se debaten y comentan sin decoro por lo bajo. Mientras, en Düsseldorf, la historia de la Basílica de St. Lambertus no está exenta de estos mismos chismes. Dicen que su inclinación se debe a que una joven novia caminaba orgullosa hacia el altar a pesar de que todos sabían que hacía tiempo había perdido su virginidad. La construcción, debido a esto, sufrió una ligera inclinación y hay quien afirma que cuando una muchacha, realmente virgen, acuda a casarse la torre, que en señal de protesta se inclinó, volverá a su estado original.

Por lo que puede verse, un barrio en el Caribe no deja de ser tan interesante como la ciudad de Düsseldorf. Tan solo tienes que usar el escalpelo visual necesario para ver qué esconde bajo la superficie. Un escritor, si lo es de verdad, sabrá encontrar en las cosas más pequeñas la universalidad de lo humano.