Como el cine es calificado esencialmente como un negocio, las mayores influencias en el sector la tienen quienes han manejado los presupuestos más altos y/o han obtenido las mayores cantidades de taquillas vendidas y regularmente estrenan una vez al año con el uso de la ley de cine.
Ahora bien, si hacemos eso aparte y nos preguntamos quién han innovado (contando hasta el 2014), entonces hasta ahí llega la historia del cine dominicano.
Si miramos las historias que se vienen inventando, percibimos una afanosa tendencia sexista y racial, porque es lo que más repite independientemente del mensaje que se haya querido llevar con tal o cual película.
Innovar implica evitar lo banal, lo cómodo, pero envuelve también soslayar lo retórico o cabalmente pedagógico.
Es una problemática que se sitúa claramente en el foco de una embrionaria cultura cinematográfica. Y los críticos de cine junto a quienes deciden lo que se exhibe en las salas de cine tienen considerable responsabilidad en que concurran dificultades para la instauración de público con una cultura cinéfila adecuada.
Conservar las actuales estructuras nos coloca en acentuada desintegración de voluntades e intereses. Por ende, continuaran generando lo que, supuestamente, le gusta al público y no lo que nos conviene para crear una auténtica cinematografía con total acceso democrático.
Continuaran implantando un cine con técnicas televisivas. Sí. Porque es más fácil llevar el público de la tv a una sala de cine que erigir una obra nueva para ese público. Es más fácil plegarse al sexismo, a los antivalores y a los prejuicios que combatirlos con inteligencia creando un cine que revolucione gustos y expectativas.