Hablaré ahora de un proceso que parecería difícil de retratar: la noche en que Rolando Blackman encestó como si lo hubieran dejado solo. Era los 80’s –la mitad de los ochentas–, y Rolando era líder de los Dallas Mavericks. Lo que hizo Michael Cooper con Los Lakers una vez no puede ser olvidado. No hay misterio en la memoria, algunas veces. Hablo aquí de una noche inolvidable para los espectadores. Pido un plato en un restaurant capitalino con esperanza que me lo traigan en menos de media hora. Será posible?
Podemos estar seguros que los equipos de baloncesto distrital –ahora sin el mundo de Eugene Richardson–, brindarán un poco de champagne en el camerino. Lo harán de la misma manera como brindarían unos políticos agraciados con el favor popular. Tienen por delante, las elecciones que todo el mundo espera en un año 2020 repleto de expectativas.
En este momento, la gente está haciendo sus elecciones en las tarjetas de sus equipos políticos. Algunos juegan con un sinker; otros, con una curva no bateable. Todo el mundo es bienvenido a este juego en un estadio repleto de fanáticos. Pero más que nada, todo el mundo está entendiendo, como en un drama de una novela de Days of our Lives, que la emoción de un home run podría ser posible el esquema actual de la democracia electoral dominicana. (Algunos usarían las comillas).
Y hoy, Lunes han pasado solamente una semana desde la apertura de la temporada de Grandes Ligas. Dónde está ahora Ricardo Montalbán, el tipo de Dinastía? Cuántos hijos tuvo Erick Estrada, de Patrulla Motorizada? En qué casa fílmica preservan los capítulos de Perdidos en el Espacio, la versión original?
El equipo de Los Angeles Lakers, no es el equipo de los Dodgers de Los Angeles, como tampoco es el equipo de los Angelinos (tierra de Vladimir Guerrero). Por lo tanto, aunque son del mismo sitio no quiere decir esto que las aficiones sean las mismas. Tenemos fanáticos que están diversificados pero que son leales a un equipo de Las Grandes Ligas.
Por ejemplo, un fanático de los Dodgers, lugar de tierra donde Fernando Valenzuela, que no está en el Salón de la Fama, creó una época, no tiene que ver con eso que Gustavo Volmar llamaría “excepción del comercio” en la economía. Por lo pronto, sabemos que un fanático de los Dodgers –los partidos pueden considerarse que tienen fanáticos, no simplemente adeptos–, tiene en su haber un prontuario de apuestas que ahora son defendidas. Un día puede ir a su equipo por un simple amor al sol del estadio, o simplemente para ver si ve salir a Tommy Lazorda del dog-out con intensidad, y otro día no apuesta nada.
En cambio, un político no tiene equipo alguno, según consideran algunos analistas. Sería un riesgo que un candidato dijera que es del Licey cuando hay millones de personas –o podría haberlas, consideramos las encuestas que ha publicado últimamente un medio del país–, que son los fanáticos del Escogido o de las Aguilas Cibaeñas. Y las entrevistas de esas investigaciones no son siempre bien llevadas a término. Algunos están hablando de investigaciones falsas. Están hablando de números prefabricados. Podemos verlo todo, todo es posible en las ambiciones políticas de nuestros candidatos. Y déjeme decirle, que por la ñoña todo el mundo es capaz de hacer cualquier cosa a los medios.
Según un tipo del bar, un equipo de baseball es una vida, intensamente vivida por aquellos que compran las cachuchas, asisten al estadio y miran fijamente a la pelota en el cuadro. Pensemos en Don Mattingly, para irnos a los Yankees, cuando le coloca la bola entre right y center al equipo adversario (digamos, los Mets). Te gustan mucho los juegos de la serie del Subway. Las apuestas son ahora protegidas, y todo el mundo está pensando en Pete, pero él era un jugador, y no un habitante de los casinos. Apostamos hasta la vida a nuestro equipo favorito. Colorado a más.
Pero no todo político es Wade Boggs ni es Don Mattingly para hitear la bola, aunque algunos vean en algunos políticos la señal de una esencia en el juego del diamante. Algunas veces piensan que son pequeños Nolan Ryan’s o Don Drysdale en expansión. No cabe duda que este es un estadio de baseball que nos espera con sus rubias y su interesante sol en los rostros de los aficionados. A nadie le gusta que le den un defball. Se vacían las sillas del dog-out y le entran como a la conga al pitcher.
Sabios en la pelotica, algunos estrategas políticos afanosos en el béisbol dicen, sin intentar ser dramáticos, que en la encuesta electoral que vemos publicada recientemente en periódicos criollos, está claro que las tendencias pueden ser móviles. Eso es una encuesta que nos dice, como quería un poeta criollo de la montonera, que era menester apostar al gallo que iba a ganar en la pelea de las elecciones. Beisbolistas por idiosincrasia, esperamos que el no hitter nos conduzca a poner en manos de el pitcher –sea Drysdale, o Don Sutton, o Bret Saberhagen, por ejemplo, dejamos de lado a Bobby Thigpen (que salvó 57 en 1990 y ahora es coach de Bullpen de los White Sox), o a Dennis Eckersley–, toda la nación en nuestro ritmo de apuestas en el mundo del juego en los Casinos, o en el Internet. Apostamos al que creemos que ganará el juego, y para esto calculamos ahora con la sabermetría cuáles son las posibilidades de un pitcher de lanzar todas bolas o todas strikes (algo que nunca ha sucedido en la historia del baseball, por supuesto).
En el Sporting News de los ochentas decían que Olajuwon era un intimidador en los Houston Rockets (no recuerdo si este criterio era cuando estaba en College con los Cougars). Olajuwon nació en Nigeria, lejos de Estados Unidos. El juego de la pelota –a muchos no les gusta mucho decir que la ven y prefieren una supuesta sofisticación al decir que son del Arsenal o del Liverpool, algo que también celebro pues soy aficionado al futbol europeo, que ocurrirá con el Saint Germain?–, nos tiene concentrado aunque reconocemos que debemos decir cuáles son los equipos que nos gustan en los juegos de este año. En el locker de un jugador del Chelsea (Mauricio Sarri sabe que tienen a Eden Hazard y a Higuain), hay otro enigma. Creo en los goles.
La intención es que intentamos no tener errores de apreciación en el cálculo de las carreras o los goles. Como una tragamonedas de un Casino, el juego de las apuestas esta discutido ahora, como cronometra el Chicago Tribune hace dos días. Los equipos tienen que presentar el line up del equipo para cada juego a tiempo. MLB hace contratos con Casinos. Jugamos como Sharon Stone en la película Casino. Nuestro juego es el Jack-Pot pero también jugamos al póker.
Como siempre, el baseball es recurrente en la sociedad dominicana. Resulta como los intensos veranos en Punta Cana. Hay claro un argumento que nos parece único: no todos lo viven con la pasión que deberían en cualquier noche de viernes o domingo. No es menester indicar que en los libros criollos sobre Baseball, caso de los escritos por los cronistas históricos Héctor J. Cruz, y Cuqui Córdova con gran maestría, hay una lección que debemos aprender en cualquier momento: el baseball es una vida, asistir al estadio es otra, y seguirlo en la tele –por ejemplo–, es también harto emocionante: si nos quitamos el antifaz, veremos el confort que he indicado que consiste claramente en decir la verdad sobre la lentitud de un juego que te conduce a la percepción de la quietud, solo sobornada por el strike y el home run entre algunos snacks y bebidas carbonatadas. Según dijo alguien que no es un cura, cuando miras un juego de baseball comienzas a estar en paz. Añádele la belleza del corrido de bases, o el suspenso como Hitchcock, (Spellbound, Rich and Strange, y Sabotage), de la propuesta de pitcheo (algunos son creyentes en Clemens, y otros intentan entender el ritmo de Tom Seaver). Ey, media hora y no traen nada. Qué restaurant!