El exceso de población, sin duda uno de los más graves problemas actuales, adquiere singular dramatismo en los países en desarrollo. Sus limitadas capacidades de producción y la falta de tecnología dificultan la alimentación adecuada de millones de seres humanos, que subsisten en condiciones extremas de pobreza e indigencia. Las desigualdades sociales se muestran más patéticas y las necesidades más perentorias. Y paradójicamente los problemas demográficos y de escasez de alimentos no figuran en las listas de prioridades del llamado Tercer Mundo, lo que en el caso de muchos países del continente es una cruda y patética realidad.
En las áreas más densamente pobladas este desequilibrio reviste características alarmantes, por lo que están a expensas de una explosión social a menos que se adopten medidas correctivas serias y efectivas. No puede pasarse por alto un hecho: a las tasas actuales de crecimiento demográfico, la población mundial crecerá hasta más de siete mil millones de personas al final de la presente década. Ante cifras tan dramáticas, se requiere de una visión y de una solución conjunta.
No olvidemos que al exceso de población se añadirá, inevitablemente, el más espantoso de la insuficiencia de alimentos para aplacar las necesidades de toda esa gente que habitará el planeta en las próximas décadas del presente siglo, es decir, dentro de un tiempo no muy lejano. Se ha vaticinado, por ejemplo, que la producción mundial de granos será de más de mil setecientos millones de toneladas para finales de la presente década, mientras la demanda alcanzaría algo más de dos mil millones. Esto requiere una inversión masiva en el sector agrícola, en la generalidad de los países a nivel mundial, a fin de mejorar la productividad al través del adelanto tecnológico.
La pregunta es: ¿Estamos en el país consciente de ese desafío?