Hola, soy una pelota de tenis, así como en este mundo extraño y variado a otros les ha tocado ser lagartos, árboles, rocas o personas, a mí me han convertido de un material artificial resistente y blando a la vez, resiliente como llaman a los materiales que una vez deformados vuelven rápido a su estado natural, en una bola redonda para practicar el deporte que tan en boga está, el tenis. Hay otras pelotas que se hacen del clásico cuero de reses, o de plástico duro como las de golf, somos redondas en 360 grados a excepción de las del rugby que son más bien alargadas como pepinos y a las pobres se les tiran encima a montón unos tipos feroces con cascos y barras de acero, o les dan unas patadas salvajes que las envían poco menos que al fin del mundo.

Aunque la gente no lo sabe, las pelotas al ser todo cabeza tenemos cierta inteligencia primaria que nos permite pensar y sobre todo sentir. No tenemos un cerebro capaz de hacer teorías tipo Einstein, ni siquiera resolver raíces cúbicas, pero sabemos que nos fabrican para ser golpeadas sin piedad alguna  en nuestra corta o larga vida para la diversión y el ejercicio físico de los humanos ¡Qué destino el nuestro!

Dos señores o señoras pegándonos con furia salvaje a la vez que emiten gritos ¡Agggggggg! ¡Ouussshhh! ¡Uuuuuggggg! como si fueran unos tipos estreñidos pujando en la taza de un inodoro ¿Saben cuántas veces me pegan con las raquetas en un partido de tenis de esos que duran dos, tres horas o más? ¡centenares, millares! y si ustedes creen que no padecemos están equivocados. Cada golpe es un dolor de cabeza y para el colmo no tenemos aspirinas ni otros analgésicos para calmarnos.

El público, al acabar el partido aplaude a los dos contendientes, sobre todo al que gana, ¿Y a las pelotas que somos parte imprescindible en esos torneos pues sin nosotras no hay tenis qué valga? Ningún reconocimiento a nuestros sacrificios, nos guardan en tubo de plástico transparente, o nos finiquitan desechándonos, o quizás nos estampan una firma y nos coleccionan en una sala de trofeos como las cabezas de animales cazados.

Y todas las pelotas sufrimos. Todas. Las de futbol se pasan una hora y media patadas van, patadas vienen por todo el campo para marcar apenas tres, cuatro o cinco goles, y a veces ninguno. Las baloncesto por igual, además de rebotarlas duramente una y mil veces contra el suelo, las lanzan por el aire sin contemplaciones para meterlas en las canastas chocando muchas veces duramente contra los tableros, las del golf les dan tan duro que recorren un centenar de metros o más volando como pájaros para ver si las colocan en unos hoyos pequeños como si fueran nidos de topos.

¿Y las del béisbol? esas si sufren cuando unos tipos con caras de pocos amigos, después de rascarse por las partes bajas de sus cuerpos, guiñar los ojos, hacer señas raras, lanzar escupitajos, les dan con un palo durísimo llamado bate para tratar de hacer los ¨home rum¨ sacándolas muchas veces fuera de los estadios. Las pelotas de frontón vasco o del hay alai de Miami son las que más se vengan de sus verdugos pues como les dan ¨a mano pelᨠal acabar los partidos los jugadores tienen muchas veces que vendarse las manos y desinflamarlas.

Y si a una le toca ser pelota de barrio, de esos muchachos, que juegan con mucha ferocidad y pocas reglas, su sufrimiento está garantizado de por vida y cuidado que no acaben estrellándose contra la ventana de algún vecino y oír maldiciones durante mucho tiempo. Como podrán ver, nuestra existencia, aunque callada, es dura, muy dura ¡Qué suerte, amigo lector, que a usted le tocó ser persona!