El mérito, casi podemos decir que es un derecho ganado a base de sudor, de lágrimas, de sangre propia, de esfuerzo. Un reconocimiento a la capacidad, al talento desarrollado, al valor de agotar a base de prueba y error, de prueba y éxito, de un camino recorrido, de páginas leídas, de títulos bien ganados, de trabajos realizados, de real voluntad de hacer lo correcto con criterios positivos.

El mérito, se abre camino por sí mismo, cree en obtener las cosas por su propio valor, por haber tocado puertas y ventanas, por haber caminado poco a poco, subiendo peldaños con fe y confianza, sin trampas, jamás esquivando pruebas.

La persona meritoria, es positiva, es inteligente y trabajadora, lucha por mejorar en todos los sentidos de su vida, a sí misma y al entorno que le rodea, aportando incansablemente en crear, en innovar, en desarrollar y hacer crecer todo y a todos. El meritorio es un talentoso natural, que sumando la búsqueda de conocimientos va aprovechando el momento. Esto debería ser el cauce normal, el prepararse y el obtener las oportunidades, las grandes.

El término meritocracia se viene acuñando desde hace varias décadas, y hay quienes discuten los factores que inciden en lograr el éxito, que en este caso no quiero entrar en medirlo sólo en términos económicos, sino en destacarse, en asumir las posiciones públicas y privadas para las que cada uno se prepara en la vida teniendo como base su vocación y visión de futuro. A esto le podemos sumar otras características, las estéticas, las de personalidad, como la belleza o elegancia y el carisma, por ejemplo. Una perfecta combinación de capacidad, preparación, presencia y cualidades personales adecuadas, deben ser una fórmula ganadora para despuntar en cualquier ámbito.

Vayamos al otro extremo, el ser mediocre. ¿Cuál sería una definición más o menos apropiada de esta palabra? Que es regular, que no da la talla, no tiene suficiente capacidad, que no ha desarrollado las habilidades suficientes, o tal vez peor aún, que aun teniéndolas no hace nada, no cumple con lo llamado a realizar.

Una persona en un cargo de poder, indistintamente del área, debería agotar un proceso de validación de cualidades y capacidades antes de escoger a alguien a un cargo subordinado, ¿cierto? Este método supondría primero comprender el alcance de las labores a realizar y cuáles son las características profesionales y personales que debe cumplir los prospectos al cargo, además de tener ética, moral. Es verificar un expediente, una propuesta que contenga, formación académica, trayectoria y experiencia, descripción personal, referencias validadas, una entrevista donde se pueda medir la perspectiva de futuro del proponente.

Esta descripción cabe en el sector público y en el privado, lamento traer a colación nuevamente los casos tan sonados hace semanas de un ministro nombrado sin verificación de su calidad como profesional y persona; de un cónsul que supuestamente en el pasado ha actuado de manera incoherente con el cargo al que recién se le nombró. Y en esta semana, todos leímos en diversos medios como tenemos un ministro cobrando sin realizar función alguna. ¿No es acaso eso un ejemplo de mediocridad? ¿Cómo es que hay tantos profesionales formados, con disposición de trabajo y una vida intachable, que no pueden acceder a posiciones para las que están preparados y hay otros que sólo con ser apadrinados, por ser amigos de fulano, por tener tal vez un favor pendiente, por ser parte de un club, sin ton ni son, pueden ocupar puestos de manera incoherente o de título sin trabajar? ¿Qué ejemplo nos están dando como sociedad? ¿Qué ejemplo están recibiendo nuestros hijos? No te esfuerces, no trabajes, no te prepares, las posiciones están cualquierizadas porque cualquiera puede ocuparlas. Poco honor y mucha gloria, al menos de título y remuneración. ¿A dónde vamos a llegar? No creo que así será muy lejos.

Luchemos por cambiar la cultura de mediocrecracia por una de meritocracia. Necesitamos un cambio.