"Lo que está en cuestión no es una posición moral, individual, sino un problema estructural. La cuestión es: ¿qué estás haciendo activamente para combatir el racismo?" – Djamila Ribeiro

Prácticamente cualquier excusa se presta para discriminar a las personas que consideramos diferentes a nosotros. En especial se expresan prejuicios en palabra y acción contra los individuos pertenecientes a grupos étnicos temidos o despreciados, porque su rápida identificación se facilita por el estereotipo de sus rasgos fisonómicos. Incluso estar completamente integrados a la comunidad que acogió a sus progenitores, en algunos casos hace más de una generación, no les vale de nada. Cargan de por vida con el estigma de su fisonomía en nuestro subconsciente, si nosotros no combatimos esa nefasta herencia cultural con ganas.

El coronavirus recientemente bautizado “COVID-19”, precisamente para desligar su nombre de la localidad donde primero se identificó y del grupo étnico que es su principal víctima, ha sido motivo para desatar la furia de los sentimientos racistas en muchos lugares del mundo. Las expresiones y acciones discriminatorias son de variadas intensidades, pero lo sorprendente es que han ocurrido incluso en sociedades que se precian de su alto sentido de la tolerancia y el respeto a los derechos humanos. Ciudadanos de Alemania, Australia, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Países Bajos y el Reino Unido, entre otros, acompañan a filipinos, indonesios, y otros orientales en la virulencia contra los chinos, en algunos casos contra todos los “achinados”. No deja de ser racista el relajo en Singapur y Malasia, donde hay muchos descendientes de chinos, al bromear que la crisis no puede durar mucho porque es "Made in China", humor negro en referencia a la valoración de la calidad de los productos de consumo masivo fabricados en China a muy bajo costo. Muchos de los “chinos” discriminados, en realidad lo son solo en sus rasgos fisonómicos, pues mantienen escasa relación con China y han tenido tan poca ocasión de entrar en contacto con el “COVID-19” como nosotros.

Acontecimientos como la nueva epidemia viral que aterroriza al mundo revelan que el racismo hiberna, pero no muere espontáneamente. No actuar ni expresarse con prejuicio contra grupos étnicos diferentes al nuestro no es suficiente para eliminar el racismo que subyace en nuestra cultura. Por “nuestra” cultura no nos referimos a la dominicana en particular, pues los dominicanos no somos los que más discriminamos contra los otros, pero tampoco estamos libres de esa epidemia crónica o endemia social que afecta a integrantes de casi todos los grupos humanos en diferentes intensidades. 

El mensaje es que no somos culpables del racismo heredado de nuestros ancestros, pero sí somos corresponsables de remediar ese mal, pues no podemos dejar esa misión siempre a los otros. El reto de eliminar el prejuicio racial es de la humanidad en su conjunto, y de cada individuo en particular. Queda clarísimo, como ha sido demostrado por Ibram X Kendi en su reciente libro sobre cómo ser “antirracista”, que simplemente no actuar ni expresarse con prejuicio es insuficiente para eliminar el racismo de nuestra cultura, porque ese virus no muere simplemente porque no se manifiestan los síntomas en los individuos durante un tiempo, pues subyace latente. Y si no combatimos el racismo agresivamente, lo estaremos transmitiendo a futuras generaciones también. Es necesario ser proactivos para eliminar las diferentes cepas de prejuicio latente contra grupos étnicos o sus estereotipos, prejuicios que hemos heredado de nuestros antecesores y que siguen acechando, listos para brotar ante cualquier estímulo, como ha sido el caso del coronavirus COVID-19. Los paños tibios de limitarse a no expresar ni actuar con prejuicio racial son caldo de cultivo para periódicos brotes colectivos de discriminación y hasta de violencia contra grupos étnicos: nada menos que una lucha proactiva en contra del racismo latente puede llevar a su eventual exterminación.

En siglos pasados no fue suficiente abstenerse de comerciar esclavos o poseer seres humanos como ganado: fue necesario ser abolicionista, combatir la institución de la esclavitud a rajatablas. Los abolicionistas fueron la fuerza vital para luchar contra la economía esclavista. El movimiento antisegregacionista en Estados Unidos a mitad de siglo fue crucial para cambiar la legislación que mantenía a los descendientes de esclavos segregados de los blancos. El racismo es la esclavitud 3.0, y requiere de similar respuesta radical: el antirracismo.  En su "Pequeño Manual Antirracista", publicado a fines de noviembre e inspirado en la obra de Ibram Kendi, la joven filósofa brasileña, Djamila Ribeiro, concluye que el racismo es: "un sistema de opresión que niega derechos, y no un simple acto de la voluntad de un individuo. Reconocer el carácter estructural del racismo puede ser paralizante. Al final, ¿cómo enfrentamos un monstruo tan grande? Pero no debemos intimidarnos. La práctica antirracista es urgente y se da en las actitudes más cotidianas".

Cuidemos todos los días de palabras y acciones basadas en estereotipos de grupos, pero también pasemos adelante a combatir el racismo como el mal endémico que sigue aflorando cada cierto tiempo porque en el pasado no hemos sido radicales en su extirpación del seno de nuestra cultura. No somos culpables de la existencia del racismo, pero tenemos la responsabilidad de contribuir agresivamente a eliminar esa idiosincrasia humana en sus diferentes manifestaciones para siempre.