En un encuentro con universitarios, en mis esfuerzos por revivir la Fundación Democracia y Libre Empresa (FUNDALIBRE), dije que la sociedad tiene la obligación de crear mecanismos de defensa y protección de los más débiles. Un sistema de oportunidades, añadí, tendería a reducir los terribles niveles de desigualdad que caracterizan la relación entre los individuos en el país y que en el campo de la promoción y la dignidad humana estamos muy a la zaga de las conquistas en el área de las libertades políticas.
Sin entender la vinculación me preguntaron si era socialcristiano, a lo que respondí diciendo que si bien no pertenezco a ningún partido, mis concepciones sobre el mundo tienen cierta similitud con los planteamientos de una real democracia cristiana, a excepción de lo religioso. La comprensión que tengo de esta doctrina es lo que me ha hecho comprender cuán lejos se encuentran los socialcristianos dominicanos de ella. Al oír hablar a la mayoría de sus dirigentes en todos los niveles de mando, uno tiene que llegar a la conclusión, muy penosa, de que únicamente unos cuantos de ellos la entienden y practican.
En esencia la dirigencia nacional socialcristiana es negadora en su diario quehacer de los conceptos básicos de una economía social de mercado, como la abogan y ensayan sus pares europeos y los gobiernos socialdemócratas del viejo continente, en sociedades que han logrado un alto nivel de justicia social y distribución de la riqueza. Desde la muerte de Balaguer, su fundador y líder, los reformistas socialcristianos han renunciado a la posibilidad de convertirse en una opción electoral sólida y confiable. Optaron por el camino fácil de las alianzas que a cambio ofrecen oportunidades de cargos y canonjías, negándole así a la nación la oportunidad de una alternativa al bipartidismo tan funesto en nuestra vida republicana.