Me adelanto a decirle al lector, que sé que en la era del “teteo”, “molineo” y del “tarjeteo”, el término “aburguesarse” o “aburguesamiento” suena tan raro, tan fuera de época, que apenas lo usan, ocasionalmente, los tartamudos y gente despistada que aún cree que la Guerra Fría de la década del 1960, continúa tan rauda como antes.
A muchos les gustaría “aburguesarse” o llegar hasta la superficie del aburguesamiento pero sin todos los requisitos que le pusieron. Muchos han deseado, y así lo conciben, que “aburguesarse” no sea más que como el ‘giroide’, esa superficie mínima de forma regular que divide un espacio en dos laberintos iguales y que aunque es frecuentemente difícil de visualizar, pero todo el mundo lo comprende desde el momento en que se le explica que el ejemplo más simple de un ‘giroide’ es el kétchup, salsa de tomate con la que suavizamos y savorizamos los sánduiches, la que debido a ello es la razón de por qué, a menos que esté muy aguada, sea casi imposible que espontáneamente ruede por la pared del frasco destapado e invertido y se salga del bote.
Lamentablemente, aburguesarse conlleva llenar muchos trámites y vencer incalculables atajaderos puesto que adquirir tal condición es lo que más se parece a alguien tan devoto de Pedro Mir que llegue a creerse capaz de volver a componer el poema Hay un país en el mundo, simplemente cambiando la estructura o el método que utilizara el poeta Mir. La persona que crea semejante posibilidad no podrá evitar que lo internen en el hospital psiquiátrico “El 28” a causa de su delirio. ¿Pero acaso es completamente imposible que alguien llegue a “aburguesarse”, es decir, llegar a convertirse en un burgués poderoso y hasta sentimental en dos o tres años con tanto dinero o riqueza que asombre a los mismos aburguesados que llegaron primero? ¡Pues, claro que no! Entonces, ¿cómo lo haría? ¡Mediante una trampa!
¿Qué es una trampa? Una trampa no es más que una curvatura que alguien provoca sobre una superficie plana e iluminada para invisibilizar el plano donde trabaja engañifamente un sujeto. Es por eso que se dice que la trampa bien anudada comúnmente es obra de gente no solo inteligente sino también intrépidamente audaz porque a la inteligencia sin audacia, en esos casos, le pasaría lo mismo que al sol de invierno: sale tarde y es frío. Pero todos los tramposos cometen una pifia: olvidan que cada trampa que con tesón e ingenio arman tiene una ingeniera inversa y a través de esta alguien lo pone al descubierto para su desvergüenza.
Pero, ¿qué es lo que pasa hoy entre nosotros? ¿Es que han prohibido aburguesarse? Y de ser así, ¿quién lo prohibió? Pues nadie ha prohibido nada. Aburguesarse sigue teniendo las mismas dificultades, las mismas coacciones, los mismos caminos candentemente soleados o bárbaramente fangosos, empinados y resbaladizos. Solo que hoy son incontables aquellos que creen que todas esas dificultades y limitantes no deben existir por ser necedades o que la audacia y la cantidad de dinero acumulado jamás tenga un tope debe ser regla y filosofía de vida, o bien, que no hay por qué hacerle caso a lo dicho por el célebre biólogo y matemático australiano Robert May (1938-2000), quien demostrara en 1970 que los sistemas tienden a ser dinámicos y deterministas por lo que por más rápido que una persona adquiera riqueza, podrá comprar más cosas pero no alargar su vida, evitar la muerte ni disfrutar más intensa e indefinidamente los placeres que el dinero puede comprar, pues todo tiene una relación de recurrencia y por ello siempre está cercano el día en que merme o desaparezca todo lo adquirido y volvamos a lo que éramos antes pero ahora sin decoro.
Muchos creen en la certeza de que el mundo de hoy es despiadado y por esa misma razón consideran que el placer inmediato hay que salir a buscarlo y pagarlo a cualquier precio y para eso basta con tomar el dinero ciegamente sin miedo y sin mirar hacia el rincón de los escrúpulos. Incluso, no pocos creen que en la famosa película “Mujer bonita” dirigida por Garry Marshall y protagonizada por Julia Roberts (Vivian) y Richard Gere (Edward) de 1990, en la que ella después de mucho esfuerzo y cambios largamente operados en su estilo de comportamiento de prostituta bella pero de bajo perfil y de costumbres vulgares, se casa con Edward, un apuesto y aristocrático joven con refinados hábitos burgueses pero egresado del MIT (Massachusetts Institute Tecnology) con aptitudes del más alto nivel y codeándose con la flor y nata del mundo académico y empresarial de Los Ángeles, California, hay más de mojigatería que de verdadero retrato de cómo llega uno a aburguesarse.
Karl Jaspers (1883-1969), el renombrado psiquiatra y filosofo alemán, expone en el segundo tomo de sus largos tres tomos titulados Filosofía, que el ser humano solo puede traspasar su ‘frontera’ mediante dos alternativas: “resignarse o lanzarse a la trascendencia”. Pero no está demás que recuerde al lector que “trascender” no es como jugar un “palé” donde si a la azar escojo dos números entre el uno y el cien y coinciden con la Lotería, ¡gané!. No, trascender requiere saltar un alto muro sin la ayuda de una pértiga; puede haber fracasos y sufrimientos demoledores. Trascender significa, frecuentemente, masticar un tabaco mil veces más amargo que el acíbar o saborear la nauseosa carne del insecto “hiedevivo” sin poder arrojarlo de la boca para entonces empezar a subir con seguridad los peldaños de la larga escalera que lleva a la trascendencia.
El creador de la Psicología Positiva, el doctor Martin Seligman, dice en su magistral obra El circuito de la esperanza (2015), que el hombre posmoderno peca de un exceso de confianza en el dinero porque cree, falsamente, que cuando es mucho, mucho, este lo redime del estrés social, físico, psicológico y hasta de las dudas del espíritu. Y esa manera de pensar es engañosa porque nos lleva derechito a creer que una inmensa fortuna nos libra de la necesidad de fiarnos de la esperanza de vivir para servir o nos quita de encima la preocupación por la honradez personal.
De ahí que manejar los insensatos deseos de adquirir dinero en demasía sin que importe gran cosa el proceso de su adquisición y menos aún su origen, no es un asunto tan sencillo como decirle un piropo a una mujer de bellas y geométricas piernas y de pechos cónicos. Manejar debidamente esos deseos demanda mucho juicio, reflexión, amor al decoro personal y familiar y un inconmensurable respeto por la propia dignidad y a la ética social.